Cada tanto tiempo surgen «protestas» virtuales sobre el tratamiento «injusto» que reciben los hombres en relación a las mujeres. Esta semana, una serie de fotografías retratando lo que a un grupo de hombres les gustaría que hicieran o dejaran de hacer las mujeres, fueron las que se viralizaron en algunas redes. En el , se lee la intención de quien creó el proyecto: «Me di cuenta como la sociedad misma hace que el mundo gire entorno a la mujer y como es que el hombre es quien siempre debe dar el primer paso, ser el detallista, el ‘caballeroso’, en sí, el que tenga la iniciativa de todo». Por esta razón, decidió retratar a sus amigos expresando «como quieren o les gustaría que fueran las mujeres para con ellos». ¿Qué tienen que decir estos hombres? Muchas cosas: «Si yo puedo ver ‘The Notebook’, tú puedes ver NBA», reza un cartel, sujetado por uno de ellos; «No soy tu propiedad», afirma otro; «No soy tu juguete sexual», objeta un tercero; «Tú también te puedes arrodillar», sugiere un cuarto; «Paga tú el motel», exige un quinto; «No soy tu banco», reclama un sexto; «Soy hombre, no ‘handyman’», recuerda un séptimo; «No más friendzone», denuncia un octavo; y «Si fueran tan buenas Dios tuviera esposa» (¡!), remata un noveno.[1]

Los mensajes no se desvían de los que tienden a emitirse en este tipo de «protestas». Podríamos agregar unos cuantos más para tener el paquete completo de «denuncias» típicas. Es más: hasta podríamos articularlos de manera diferenciada, dependiendo de si se le lanzan a «las mujeres» o a «las feministas». Por ejemplo: «Tú también puedes pagar la cena» o su contraparte anti-feminista: «Muy feminista hasta que se trata de pagar la cena». Como subgénero del «no soy tu handyman», podríamos agregar el «Muy feminista hasta que se trata de cargar el garrafón» (¿habrá alguien que escriba «Tú también puedes cargar el garrafón», reconociendo que las mujeres pueden hacerlo?). Está el: «También me puedes ceder el asiento en el metro» y su contraparte: «Mucha igualdad hasta que se trata de ceder el asiento del metro» (creo que es más popular este último). Y, finalmente, las joyas de la corona: «Discriminación es tener vagones del metro separados» y «Mucha igualdad, pero bien que quieren cuotas de género». (Nunca faltan los que reclamen que las mujeres no paguen la entrada a un bar o que reciban bebidas gratis o que recuerden cómo los hombres, por mandato social, «no pueden llorar».)

No me deja de impresionar cómo resuenan estos mensajes. Para muchas personas, son genialidades que ya era hora que alguien se atreviera a decir. En los años que llevo dando pláticas sobre igualdad de género, nunca falta quien, desde un inicio, sin si quiera darme la oportunidad de exponer lo básico de la materia, levanta la mano para cuestionar si se abordarán estas «injusticias» (aprovechando la intervención, por supuesto, para reiterar qué tan injustas son). Los reclamos son ineludibles, reapareciendo una y otra vez en el contexto que lo permita, exigiendo ser abordados. No hacerlo (algo que, dirían muchas feministas, se justifica porque hay problemas mucho más apremiantes y urgentes que atender, particularmente cuando se tiene el tiempo limitado —como los feminicidios, la discriminación laboral o la violencia sexual, por mencionar solo tres) se percibe como una concesión implícita a la incongruencia de «todo ese asunto» de la igualdad de género. Una muestra de lo problemática que es toda esta «agenda».

Son dos las ideas que me gustaría exponer como respuesta a estas «denuncias».

1) Sin duda, el feminismo reconoce que las mujeres no son las únicas que están sujetas a un «mandato de género»: los hombres también lo están. Si se entiende al «género» como el conjunto de expectativas y exigencias que se tienen para las personas, que dependen del cuerpo con el que nacieron, tanto las mujeres, como los hombres en sociedades como la nuestra se encuentran sujetos a ellas. Estas expectativas y exigencias, históricamente, han sido diferentes para unos y otras. Por ejemplo: en un hogar (que siempre se presume «heterosexual»), se esperaba que el hombre fuera el que saliera a trabajar para poder proveer para su familia; mientras que se esperaba que la mujer fuera quien se quedara en la casa y cuidara de ella y los hijos. Además de que se dedicaran a actividades distintas, este «modelo» presuponía que cada uno desplegaría distintas actitudes, «propias» de su sexo y «requeridas» para lo que desempeñaban: la mujer, idealmente, sería dulce, paciente, abnegada, empática y el hombre, idealmente, sería fuerte, competitivo, emocionalmente duro, pero moralmente recto. En este modelo, sí se asumía que había un «intercambio» entre uno y otra (eso era el matrimonio): él daba dinero y protección y ella daba su cuerpo (su bien «más preciado») y sus afectos. Quien fuera incapaz de ajustarse a este estándar —hombre o mujer—, sufriría distintas consecuencias, desde la crítica social hasta el reproche jurídico.

Desde esta lógica, la «igualdad de género» por supuesto que exige erradicar los «estereotipos» que se tienen tanto de las mujeres, como de los hombres, dado que son infundados e injustos. Asumir que un hombre, por ser hombre, se debe de comportar de cierta manera, es tan problemático como asumir lo mismo para una mujer. Sí: es problemático asumir que un hombre, por ser hombre, debe pagar la cena; debe ser emocionalmente frío; debe trabajar fuera del hogar; debe ser fuerte; debe… Como lo es asumir que una mujer, por ser mujer, debe esperar a que un hombre la invite a salir; debe ser emocionalmente cálida; debe dedicarse al hogar… Sí. Son exigencias basadas en una idea «de género».

Jurídicamente, el derecho a la no discriminación por género —reconocido en el derecho mexicano— está diseñado para proteger a las mujeres y a los hombres de este tipo de expectativas y exigencias, cuando las mismas afectan el ejercicio de sus derechos. Por ejemplo: diversos tribunales colegiados declararon inconstitucional un artículo de la ley para los trabajadores del estado de Nuevo León, porque exigía distintas cosas para los viudos y las viudas para que pudieran recibir su pensión. Para que los viudos la obtuvieran, tenían que cumplir con dos supuestos que no se exigían para las viudas: 1) tener cierta edad (más de 60 años) o tener una «incapacidad total y permanente para trabajar» y 2) ser económicamente dependientes de su pareja mujer. Claro: dado que se asumía que todos los hombres trabajaban (ese era, después de todo, el mandato), se consideraba extraordinario que un hombre fuera a necesitar una pensión por viudez. Éstas eran para las mujeres, que se asumía que nunca trabajaban (ese, también, era el mandato), por lo que se asumía que eran dependientes económicas de sus parejas (y que necesitaban la pensión si su pareja —de quien dependían económicamente— se moría). Hoy en día, este tipo de «presuposiciones» que afectan el ejercicio de derechos son inconstitucionales. Otro ejemplo: la Suprema Corte ha determinado que, a la hora de considerar quién se quedará con la guardia y custodia de los niños, los y las juezas no pueden asumir, sin más, que siempre estarán mejor con la madre y no con el padre. Esto, afirma la Corte, es un estereotipo de género inválido en el orden constitucional.

Valga todo esto para decir: sí. La «igualdad de género» nos exige comenzar a cuestionar no solo lo que se espera de las mujeres, por ser mujeres, sino también lo que exigimos de los hombres, por ser hombres. Pero la cosa no se queda ahí.

2) El feminismo no solo se dedica a identificar cómo el género condiciona, de manera diferenciada, la vida de los hombres y de las mujeres. Otro de sus postulados básicos es que esta diferencia es también «jerárquica»: sí, esperamos cosas distintas de los hombres y de las mujeres, pero esas «expectativas» terminan por posicionarlos en un lugar de poder distinto. Ellos tienen que proveer, sí; pero esto les da poder económico. Ellas tienen que quedarse en casa, lo que las hace económicamente dependientes. Y esta diferencia no es menor en este mundo en el que el dinero es sinónimo de libertad. Por eso muchas de las quejas de «los hombres» acaban siendo risibles: porque si bien tienen que ver con estereotipos, también revelan su posición de privilegio. «No soy un banco», lamenta un hombre, objetando a su «cosificación» monetaria. Lo que da por sentado —y ahí está el chiste— es que tiene dinero. «Paga tú el motel» suena sensato, hasta que se recuerda la discriminación laboral —y, por lo tanto, económica— que siguen sufriendo muchas mujeres. Que pidan que «tomen la iniciativa» suena liberador, hasta que se recuerda cómo hasta el día de hoy las mujeres son castigadas por ejercer su sexualidad de manera libre (basta una leída de los casos de «pornografía de venganza» para ver el maltrato social y laboral que sufren por… coger). Que se quejen de que las mujeres no pagan la entrada a un bar y las bebidas que consumen en él es irónico (por decir lo menos), cuando esas medidas se justifican precisamente para atraer a los hombres (¡vengan, hay mujeres!) y garantizarles la «disponibilidad» de las mujeres (¡y están borrachas!). Que su queja sea que no pueden llorar por miedo a ser juzgados cuando las mujeres narran el temor sexual que les provoca caminar por la calle o encontrarse solas con algunos hombres, ya es el colmo. Y de ahí la crítica que también han suscitado «mensajes» como estos. Hacen que sea casi imposible no responder de manera irónica con un ¡pobres hombres! ¡Sufren con sus privilegios!

Luchemos porque ni las mujeres, ni los hombres queden sujetos al género, sí. Pero hagámoslo sin obviar cómo el género ha impactado de manera diferenciada las vidas que unas y otros han llevado.


[1] pueden ver una réplica al «proyecto».

[2] Que los «hombres» pueden llegar a vivir una violencia extrema por no adaptarse a los mandatos de género es también cierto. La persecución, discriminación y asesinato de «homosexuales» y «hombres afeminados» es un ejemplo de ello. Lo que no deja de llamar la atención es cómo esta «causa» —que tiende a agruparse, hoy, bajo la agenda por los derechos de las personas LGBT— rara vez es adoptada por los hombres que, como los del «proyecto» al que aquí refiero, denuncian las «injusticias de género» que sufren.

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