Si eres una de esas personas privilegiadas que va a poder gozar de unos días sin trabajo, con acceso a entretenimiento televisivo anglosajón… Y, además, tienes interés en ver programas que tienen el potencial de desatar discusiones sobre el género, la sexualidad y la reproducción, entonces estas cuatro series pueden ser para ti.*

1. Jessica Jones. Hace unas semanas Netflix estrenó la primera temporada de esta serie de televisión, que forma parte del , una franquicia cinematográfica y televisiva que pretende conectar las vidas y aventuras de una variedad de personajes extraídos de los cómics de la compañía Marvel (como Iron Man, Thor, Captain America y Black Widow). Mientras que en las películas los personajes femeninos, con sus excepciones, siguen quedando por lo general reducidos al interés amoroso de algún super héroe, en las producciones televisivas han tenido un papel mucho más prominente. En dos de ellas — y Jessica Jones— son, para empezar, el personaje principal.

Ahora: lo que tiene Jessica Jones de interesante no es solo la posibilidad de seguir a una heroína con una fuerza supra-humana (amo que su poder sea la fuerza bruta, por cómo obliga a pensar en cómo pensamos la «diferencia biológica» entre «hombres» y «mujeres»), sino por lo que es la «batalla» principal que tiene que librar: la de confrontar y detener a su violador y acechador, Kilgrave, un hombre cuyo poder es el control absoluto de sus víctimas a través de la palabra. Basta que enuncie una orden («No cierres los ojos», «Échate ese café encima», «Dime la verdad», «Suicídate»), para que la persona que la escucha haga todo lo posible por cumplirla. Con ese poder logró someter a Jones (porque la fuerza bruta, comparada con el control mental, no es nada), todo para que fuera… su novia. El «objeto de su afecto». Él solo quería quererla. Y no la dejó resistir. Tomó lo que quería.

La serie arranca meses después de que Jones logró escapar de Kilgrave. El «negocio» del heroísmo lo ha dejado atrás y ahora se dedica a ser una investigadora privada —por lo general, de amoríos baratos— y a beber. Krysten Ritter (a quien pueden recordar como la heroinómana maldita de quien Jessie Pinkman se enamoró en Breaking Bad o como la espectacular Chloe de Don’t Trust the Bitch in Apartment 23) interpreta esta Jones cínica, irónica y jodida, que —a pesar de todo— aun preserva su poder y —claro— su inclinación por «el bien» y «la justicia». Spoiler: la acción comienza con el regreso de Kilgrave, que simplemente no la deja en paz y busca cualquier manera de acercarse a ella, matando no solo a quien se interponga en su camino, sino precisamente para que ella sucumba a sus deseos con tal de parar la masacre.

Quien quiera entender el terror del acecho —una forma de violencia en contra de la cual las feministas han luchado—, esta es una gran serie para empezar. Quien quiera entrar en la mente de un hombre que es incapaz de reconocer la violencia (sexual) que ejerce, también. Lo mismo para quien quiera una historia en la que la violación no se convierte en lo peor que le puede pasar a una mujer que nunca podrá superar. Y, hay que decirlo, para quien quiera un show en el que la relación amorosa principal es la que existe entre dos amigas-hermanas. Porque la sororidad es lo de hoy, dude.

(Después de que vean la temporada, échense estos textos, para que puedan seguir debrayándose: «» y «» y «» y «».)

2. Call the Midwife. Esta serie de la BBC no es nueva, pero eso ya no importa y menos cuando se tiene tiempo para un maratón (en Netflix están las primeras tres temporadas). Está basada en de Jennifer Worth, una enfermera y partera que, de joven, se fue a vivir a un convento en Poplar, un barrio pobre del Londres de los 1950, en donde junto con otras monjas y parteras, se dedicó a servirle a las mujeres de la zona. Cada episodio del programa ofrece un nuevo «caso» de una mujer embarazada, mismo que se entrelaza con las historias de las principales, que son las parteras y las monjas.

La serie sirve para reflexionar sobre la complejidad social de la reproducción, que, aún hoy, tiende a ser pensada como un simple proceso biológico. Si bien las mujeres embarazadas, en lo individual, son personajes secundarios, la serie como quiera explora, en cada episodio, el contexto en el que viven sus embarazos y lo que significan para cada una de ellas. Rompe con el monolítico que tiende a presentarse de la maternidad y el embarazo. Para algunas, es lo más sagrado que les ha pasado; para otras, es un peso del cual quieren deshacerse. Para algunas, el parto se da de maravilla y sin complicaciones; y, para otras, puede costarles la vida. Y entre esos extremos, existen una infinidad de experiencias que imposibilita seguir hablando de La Maternidad y El Embarazo de manera simplista. (Lo que no dejaba de pensar al ver cada uno de las decenas de partos que aparecen en la serie es cómo hay tantas personas que rápidamente lo trivializan con el «si para eso fue hecho el cuerpo», cuando —incluso en el mejor escenario— siempre conlleva un esfuerzo sustancial. Si para algo ha servido la serie para mí ha sido para valorizar el trabajo gestacional.)

Ahora: más allá de las mujeres embarazadas, están las parteras y las monjas, las primeras en sus veintes y las segundas, con excepción de una, ya después de sus cuarentas. Es un mundo de mujeres en el que los hombres aparecen de manera secundaria. Las relaciones principales —laboral y afectivamente— son las que se establecen entre mujeres. Y, en este sentido, son dos los puntos principales que me parecieron fascinantes. El primero tiene que ver con cómo se estructuraba la atención del embarazo y el parto: no era un ámbito medicalizado como hoy; y, dado que la medicina era un asunto de hombres, masculinizado como (sí: aún) hoy. El embarazo y el parto era un asunto de mujeres: de la embarazada y (muchas veces) su madre, junto con las parteras. El doctor —que por supuesto existía— solo era llamado en casos de complicaciones extremas. Y casi toda la atención ocurría en el hogar, no en un hospital. (Una de las cosas que más amo de la serie es cómo las parteras y las monjas van en bicicleta a las casas de las mujeres embarazadas. Tengo orgasmos cada vez que se montan en la bici y salen disparadas.) La serie, en este sentido, es perfecta para adentrarse a una discusión que es relevante hoy sobre la justicia reproductiva y las condiciones en las que se da el parto. (Si se quieren adentrar en este debate, , , , y son algunos buenos textos para empezar.)

El segundo punto que me encanta de la serie es, precisamente, el afectivo. Y me encanta porque las relaciones más interesantes son las que se salen del paradigma de la pareja (hetero)sexual, que son las de la amistad entre ellas, particularmente entre las monjas. Es una amistad que borda, más bien, en lo que estamos acostumbrados a nombrar como «familia», como «relaciones de cuidado» que, según el paradigma en el que tendemos a movernos, se dan «de manera natural» entre quienes tienen vínculos de sangre o sexual. Las «hermanas» muestran cómo los lazos de afecto pueden estar basados solamente en eso: el afecto, el respeto y la convivencia mutua en torno a un objeto y espacio comunes (el servicio y la devoción religiosa —que bien podría ser otro tipo de devoción). Y cómo ello basta para acompañarnos, en las buenas y en las malas. Es, de hecho, de lo más queer que he visto en la televisión jamás. (Y la Hermana Monica Joan es lo máximo del mundo.)

3. Orange is the New Black. En tercer lugar está Orange, uno de los primeros productos de Netflix cuya tercera temporada fue liberada este verano pasado. Es una serie que retrata las vidas de mujeres que están en una cárcel de mínima seguridad en el estado de Nueva York. Y es, dentro de la lista que estoy armando, la que presenta la mayor diversidad racial (a quién engaño: Jessica Jones y Call the Midwife de diversidad racial tienen nada). Sea que la empezaron y abandonaron o que nunca la han visto, la tercera temporada vale que (re)tomen el programa (aquí sobre la primera temporada y por qué la amé). Incluye una de las exploraciones de la violencia sexual más interesantes, profundas y emotivas que he visto jamás (y sobre la cual hace meses), así como una que tampoco es tan común en la televisión.

4. The Fall. Esta serie (que también está disponible en Netflix) consta de solo dos temporadas, con seis episodios cada una. Sigue, como muchas otras, a un violador y asesino en serie de mujeres (interpretado por el Adonis de , Jamie Dornan). Pero, a diferencia de otras, introduce a la detective más chingona y feminista que haya sido vista en la televisión (exceptuando, quizá, a Olivia Benson), interpretada majestuosamente por Gillian no-es-posible-lo-sexy-que-hablas-y-lo-bien-que-portas-esas-camisas-blancas-de-seda Anderson (conocida por The X-Files y, ahora, Hannibal). De esta manera, la vieja —viejísima y enemil veces repetida— historia de hombre-que-viola-y-mata-a-una-mujer-solo-porque-puede-y-lo-hace-de-manera-sexualizada-y-uber-cool queda expuesta con la mirada y análisis de la detective Gibson. Al acabarla, léanse «» y vuelvan a disfrutar sus frases mackinnonianas.

¡Que disfruten la vacación!

* Evidentemente, hay muchas otras series que son perfectas para explorar cuestiones de género (hola, Mad Men o Parks & Recreation). Pero me he limitado a estas cuatro porque son las que he visto completas, disfrutando (casi) cada segundo de ellas, y que me parece que, como constante, tiene algún componente interesante de género. Algo que series como Unbreakable Kimmy Schmidt (que amo, más por este de Emily Nussbaum), Unreal (), The Americans (Tristicity comunista por siempre y, también, del show) o How to Get Away With Murder (todos los Óscares para Viola Davis ) no siempre tienen de manera clara. Pero bueno, si quieren otras compilaciones, están y .

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