El lunes, una joven fue asesinada en una de las avenidas principales de Guadalajara. A plena luz del día, le disparó un sujeto que, según reportan varias notas,[1] le había pedido que fuera su novia. Ella lo había rechazado. La semana pasada  que en La Palma, España, también a plena luz del día, un hombre entró a un establecimiento comercial y roció a una de las empleadas con gasolina. Le prendió fuego, matándola. Él era su ex pareja. También la semana pasada, leí que encontraron los cuerpos sin vida de una mujer y un hombre en un domicilio en Monterrey. Ella estaba en la cama, él en el piso. Todo apunta a que él la mató a golpes. Eran novios. Recién graduados del Tec (ella era abogada, ). 

 

Leí las historias al mismo tiempo en el que leía  de la Suprema Corte de Justicia de la Nación relativa al caso de Mariana Lima. Ella era una joven abogada casada con un policía. Vivían en el Estado de México. Según testimonios de su madre, su hermana y su mejor amiga, él la golpeaba, la violaba y la humillaba constantemente. La sentencia es terrorífica.

 

De acuerdo a la madre de Mariana, en una ocasión, él le había dado de cachetadas, diciéndole «eres una pendeja, hija de tu pinche madre, no sirves para nada, lárgate a la chingada porque a mí me sobran viejas y viejas chingonas[,] no chingaderas como tú y que me atienden como rey a la hora que yo llego.» En otra, le había pegado porque «no le gustó lo que le [hizo] para desayunar», amenazándola que a la próxima le «pegaría con un bat» y que la «metería a la cisterna para que así aprendiera a tratarlo como él se merecía». Incluso en otra ocasión, además de golpearla, la jaló del cabello, diciéndole que era «una pinche vieja panzona» que «traga como marrana». Según su hermana, ella se acabó cortando el cabello para que al menos cuando la golpeara no la pudiera sujetar de ahí. Cuando la violaba, le decía que si no se dejaba «se iba a buscar una vieja chingona que supiera hacer lo que él quería.»

 

Cuando su madre le dijo que lo denunciara, Mariana le respondió que él ya la había amenazado, diciéndole que a él «no le harían nada por ser judicial» y que sólo la acabaría matando «a golpes». Todo indica que eso es lo que pasó. El día en el que se encontró el cuerpo Mariana es el día después al que había acordado con su madre finalmente dejarlo e irlo a denunciar. Según su hermana, ese día alcanzó a ver dos maletas en la recámara, a medio empacar. Todo apuntaba a que se trataba de un feminicidio. Pero no. Las autoridades decidieron que se trató de un suicidio, basándose en el testimonio de él. Él, que fue a denunciar el «suicidio», él, que dijo haberla encontrado ahorcada, él, que alteró la escena del crimen supuestamente para intentar revivirla.

 

De entrada, afirma la Corte, la muerte de Mariana Lima encajaba en el patrón registrado en los protocolos de actuación de violencia de género: era una mujer, que murió por asfixia, cuyo cuerpo fue encontrado en su casa, por su esposo. Se trataba, además, de una relación que, según varios testimonios, era violenta. Estaba todo para que las autoridades actuaran de conformidad a los múltiples protocolos que se han emitido en la materia. Pero no lo hicieron. El básico resguardo de la escena del crimen, no se hizo. Pruebas que se debieron de haber obtenido, no se obtuvieron. Todo lo que podía fallar, falló. Esto, por cierto, al interior de una Fiscalía ya especializada en feminicidios

 

Leo todas estas historias y no puedo más que pensar en todas las resistencias y críticas que existen en torno a la denuncia de la violencia en contra de las mujeres. «¿Es que por qué no los dejan? ¿Es que por qué se meten con tipos así?» Porque si ni siquiera quieren iniciar una relación con ellos, las matan. Porque cuando finalmente los dejan, las matan. Porque cuando acuden a las autoridades, no siempre es una garantía de que recibirán protección. Porque no siempre tienen a donde ir. Porque no siempre tienen cómo subsistir económicamente. Porque, si tienen hijos, las obligan a reconsiderar dejarlos «sin padre». Hay tantas razones. Tantas. No me deja de impresionar a qué grado se descalifica en automático a las mujeres. La falta de empatía que existe. Sin entender, sin investigar, sin nada. Quedan reducidas a idiotas. 

 

Lo peor es que hasta ahí llegan muchas personas: ante las historias de violencia en contra de mujeres, no pasan de cuestionarlas y descalificarlas. Rara vez escucho: «¿por qué la mató? ¿por qué la golpeó? ¿Qué está pasando conlos hombres para que hagan esto? ¿Qué pasa con las dinámicas familiares, con las relaciones ‘amorosas’ para que este patrón ocurra una y otra vez? ¿Qué del Estado? ¿Qué falló? ¿En qué fallamos?» Todo se queda en lo que las mujeres hicieron o no hicieron. En lo que debieron o no debieron hacer.[2]

 

Y es que luego viene la otra resistencia típica: «¿Los hombres?  Y las mujeres son también violentas. Entre ellas y con los hombres. ¿Qué de esa violencia?» Primero: ¿por qué denunciar la violencia en contra de las mujeres significaría que no se condenan otros tipos de violencia? Es como si a quienes se dedican a denunciar la violencia en contra de niños y niñas se les acusara de no condenar la violencia en contra de adultos. Una denuncia no anula la otra. Segundo y esto para mí es lo más importante: el problema con quienes objetan con este tipo de argumentos es que lo único que logran es desviar la conversación. Responder que “no todos los hombres son violentos” o que “las mujeres también son violentas”  (que es un problema real); al contrario, la diluye. Encima, estos argumentos tampoco conducen a un diálogo sobre los hombres y la violencia o sobre las mujeres como perpetradoras de violencia, porque ese no es su objetivo. No buscan generar conciencia; buscan simplemente descalificar un punto. De nuevo: ¿de qué serviría decir en un diálogo sobre violencia en contra de niños y niñas que «no todos los adultos son violentos» o que hay «niños y niñas que también son violentos»?[3]

 

Hay mucho qué discutir sobre la violencia en contra de las mujeres. No es un problema fácil de entender, ni fácil de resolver. Hay teorías que buscan explicarlo que son criticables, como hay políticas públicas que buscan erradicarlo que son cuestionables. Lo frustrante es que muchas veces el diálogo que se suscita termina por olvidar el punto de todo: las mujeres. Su seguridad. Sus vidas. Sus historias. No lo olvidemos: lo que queremos es que no nos violenten. Caminar por la calle sin que nos disparen. Estar en el trabajo, sin que nos asesinen. Estar en casa, en casa, sin que nos maten. Vivir.

 


[1] Las notas que he encontrado sobre el suceso son  y  y .

[2] Lo veo en las respuestas ante el problema de la filtración de imágenes íntimas: la solución es «tú, mujer, idiota, no te tomes fotos». Y ahí se acaba. No hay campañas para que las personas no filtren las imágenes que les fueron compartidas, para que las personas no las consuman, para que las personas no juzguen y discriminen a la víctima. (Ya olvidemos para que las personas no tomen imágenes sin el consentimiento de la persona retratada.)

[3] Una aclaración: no estoy afirmando que es irrelevante entender la relación de los hombres con la violencia. En efecto: no todos los hombres violan; no todos los hombres matan; no todos los hombres… La investigación social, particularmente la que se utilizará para el diseño de políticas públicas, tiene que ahondar en esto. La diferencia estriba en el objetivo del argumento: tomarse en serio el problema para erradicarlo o simplemente descalificar. Lo mismo pasa con las mujeres como perpetradoras de violencia: por supuesto que las mujeres son violentas (con hombres, con mujeres) y es necesario investigarlo y entenderlo. El punto es: ¿para qué?

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