Por Armando Mora y Mónica Paredes

Aromas como el de un expreso bien amargo o un capuchino con canela recorren las calles y plazas coloniales con sabor a pueblo, plantadas en Coyoacán, y desde la fuente de los coyotes como desde el museo Frida Kahlo parten visitantes que se reúnen en la esquina de Cuauhtémoc y Allende, punto tradicional para beber un “jarochito”.

Desde 1953, después de que la señora Bertha Paredes dejara de vender juguetes en la banqueta y se convirtiera finalmente en dueña del negocio fundado por el señor Isidro Corominas, con mucho sacrificio, acompañada de su esposo Gil Romero y su primer hijo Gilberto, el café El Jarocho se ha convertido en toda una tradición del “lugar de los que tienen coyotes”.

Un espacio ubicado entre la centenaria colonia Del Carmen y la turística Villa Coyoacán, se convirtió, en los 50, en negocio y hogar de la familia Romero, al grado de que su segundo hijo, Víctor, ahora director del café, nació en este lugar: “Yo soy nativo de este tostador apestoso”, comentó entre risas.

Con la ventaja de haber estado cerca de la delegación, de los telégrafos, correos y del mercado, las ventas y el reconocimiento de la clientela se incrementaron y, a principios de los 60 se convirtió en una refresquería; después, ante la solicitud de los comensales, tortas, cafés de olla y cafés con leche fueron sumados al menú.

Esa década no sólo marcó un cambio de giro en el negocio sino una nueva gama de sabores debido a una clientela distinta a la que debían adaptarse. Así que compraron una cafetera industrial y los expresos, americanos y capuchinos se pusieron a la orden del día, siendo el último el preferido hasta la fecha.

El Jarocho fue cada vez más atractivo entre los vecinos, hasta convertirse en un centro de reunión, como ocurrió durante el movimiento estudiantil de 1968. “Era muy pesado porque la prepa 6 está muy cerca y había enfrentamientos entre ellas, entonces imagínate ver correr 17 mil estudiantes y no saber dónde meterte; entonces mis papás cerraban las cortinas y nos quedábamos adentro. Cuando ya no se escuchaba nada volvíamos a abrir ¡y a trabajar!”, recordó Romero Paredes.

Entre las anécdotas que Víctor cuenta alrededor de estas calles, más allá de las “cascaritas” en la banqueta en la que alguna vez su mamá vendió juguetes, están las que compartió con los hermanos Germán, Ramón y Manuel Valdez, mejor conocidos como Tin-Tan, Don Ramón y El Loco, quienes tomaban con frecuencia un “jarochito”.

Desde chico “me la pachangueaba con ellos porque eran vaciados. El loco gritaba porque yo se lo pedía y le echaba porras al América, pero mi ídolo era Tin-Tan porque era el besucón y apapachador de las damas, y yo quería ser como él”, reto en el que parece haberle ido bien. “Tin-Tan me dejó un poquito de su sangre”, presume orgullosamente.

Entre los visitantes asiduos al changarro, como lo llama Víctor, se encontraban Adalberto Martínez Resortes, Antonio Espino Clavillazo, Marco Antonio Campos Viruta y Gaspar Henaine Capulina, así como El Indio Fernández, Lucha Villa y demás personalidades que en el sabor del café veracruzano dejaron su fragancia personal.

El café El Jarocho cuenta con una variedad de sabores, reconocidos internacionalmente, pues de Venezuela, Cuba y otros lugares solicitan su café tradicional y ellos se encargan de hacerlos sentir como en casa, porque se preparan con la cantidad de ingredientes que ellos gusten; “al cliente lo que pida” asegura Víctor.

De la misma manera llegan las tortas, donas y pasteles, todos con la receta secreta de doña Bertha, quien a pesar de que dejó de prepararlas hace siete años, el sazón se quedó en cada estufa. La producción del sabor es cuidadosa, el toque y la medida son parte de lo que ellos llaman la “receta de la fundadora”. Estos suplementos nacieron como parte de la demanda que la gente exigía, la torta de pierna o la dona de nuez son parte del jarochito.

El aroma característico del grano que se tuesta cerca del mediodía, viene de los campos de producción que nacen en un pueblo cerca de Veracruz, estado que alberga al pueblo totonaca, de donde llegan cada uno de los noventa a cien trabajadores que se reparten por las nueve sucursales; todos ellos ofreciendo sus servicios a lo que Víctor llamó “la familia de El Jarocho”.

El crecimiento de este lugar se ha ido dando a lo largo de 63 años, y expandirse por la Ciudad de México ha sido parte de este desarrollo, con sus nueve sucursales que abarcan Miguel Ángel de Quevedo, Miramontes, Taxqueña, Avenida México y el centro de Coyoacán.

Pese a su rápida extensión, la competencia no deja de ser parte de todo negocio, y ésta es una de las complicaciones con las que se enfrentaron, ya que los nuevos conceptos de cafeterías en lo que se incluía acceso a Internet y mesas para mayor comodidad, fueron protagonistas de las principales avenidas y ventas.

Así es como deciden dar un cambio, incluyendo en la sucursal de Miguel Ángel de Quevedo, Wi-Fi, servicio a domicilio y otras comodidades que, aunque no resultaron ser desagradables para sus visitantes, tampoco fue el mayor éxito del café.

No importando la edad y oficio, muchos de los clientes prefieren el concepto de “café de paso” y la gente se mantiene leal y solidaria con el negocio de la familia Romero. Un claro ejemplo se dio en el incendio ocurrido en 2009, debido a un corto circuito del que no se percataron, “pues olía a café, pero al ver las llamas en la parte alta del changarro, la gente se solidarizó con nosotros sacando todo lo que se pudieran y, gracias al apoyo de la gente, de los bomberos y de las delegaciones, en tres días ya estábamos de pie nuevamente. Fue bonito el apoyo de todos”.

“No tenemos competencia, ningún rival, hay miles de cafés pero ninguno vende la cantidad de tazas que El Jarocho” dice Víctor en tono sarcástico, luego de preguntarle acerca de la comparación que existe con la cafetería Starbucks.

Esto alude a las altas ventas que se tienen los fines de semana, aunque en días laborales no varía mucho en cuanto a la producción, llegando en el año 2002 a las 300 mil tazas y a las diez y doce toneladas de granos por trimestre.

Pasear por las calles de Coyoacán es significado de probar el tradicional “jarochito”, además de ser tomado como zona de turismo, ya que aparece dentro de la guía para los extranjeros que visitan esta zona. El café fundado en 1953 cuenta con varios premios; como el otorgado en 2004 en Holanda al mejor mérito empresarial y, en 2006 en Nueva York, obtuvo un galardón por la mejor calidad de café.

Éstos se muestran en las esquinas de este negocio, que además de su característico tostador y el montón de costales, no puede pasar desapercibido por el kiosco y sus alrededores, con la gente tomando entre sus manos los vasos con un diseño llamativo, el vahó saliendo de sus bocas que hacen de El Jarocho, el aroma de Coyoacán.

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