Quizá no haya prueba más clara del decline de Hollywood en los 60 que las películas de El planeta de los simios. En ellas gente enmascarada como chimpancés de cabellos más lacios que Cher hablaba con elegantes acentos frente a Charlton Heston, un actor más famoso por sus gruñidos y su amor a las armas de fuego que por su talento actoral. Afortunadamente, en cuestión de sólo unos años Scorsese, Coppola, Spielberg, Lucas y De Palma se apoderaron del negocio, algunos de ellos introdujeron el realismo europeo a las producciones estadounidenses y entre todos crearon el estilo cinematográfico que vemos todavía.

Después del tropiezo de Tim Burton en la franquicia, las últimas tres películas de El planeta de los simios nos demuestran la enorme distancia que hay ya entre el romanticismo artificial del Hollywood de Heston y nuestra obsesión por el realismo, quizá debida al auge de la divulgación científica en las escuelas y en la televisión, más que nada. En nuestro tiempo de contradicciones, Donald Trump es presidente de Estados Unidos pero al menos nuestras películas de simios súper evolucionados resultan más o menos creíbles y altamente politizadas. Por estas dos razones El planeta de los simios: Confrontación (Dawn of the Planet of the Apes, 2014) y El planeta de los simios: La guerra (War for the Planet of the Apes, 2017), ambas dirigidas por Matt Reeves, son dos de las películas de ciencia ficción y aventura más interesantes de la década.

No puedo hablar tan bien de El planeta de los simios (R)evolución (Rise of the Planet of the Apes, 2011), pero su primera secuela me pareció impresionante por sus efectos digitales, su decisión de utilizar ampliamente el lenguaje de señas y subtítulos —no parece algo muy original pero las audiencias estadounidenses encuentran absurdo aquello de leer en el cine— y, por encima de todo, por sus ideas sobre el miedo. En El planeta de los simios: Confrontación, Reeves nos mostró lo que provocan la ignorancia y el temor en una sociedad en crisis. Caesar (Andy Serkis), un chimpancé capaz de hablar y de liderar a su tribu de simios alterados por la experimentación, se niega a confrontar a los humanos, creyendo que ambas sociedades pueden coexistir, aunque no necesariamente convivir. Los humanos, temerosos de los simios después de que un virus emanado de ellos diezmó la población mundial, son manipulados por su propia suspicacia. Una serie de maniobras basadas en los prejuicios de un simio llamado Koba (Toby Kebbell) inician la guerra en la que se sitúa la tercera película.

Desde las primeras imágenes hay algo en El planeta de los simios: La guerra que nos recuerda a la Guerra de Vietnam, además de los cascos camuflados y el ambiente selvático. Los soldados humanos se refieren a los simios como ‘monkeys’, o ‘changos’, y muestran un desdén similar al que se les notaba cuando hablaban de los ‘gooks’ —un mote despectivo para los vietnamitas— hace apenas medio siglo. El lenguaje de los soldados es sintomático de una sociedad militarizada que prefiere odiar en vez de entender. Para ellos la diferencia es simbólica del enemigo, no de la pluralidad entre civilizaciones distintas.

Estos hombres y mujeres viven en una base militar regida por El Coronel (Woody Harrelson), un personaje compuesto, en parte, por el Coronel Kurtz (Marlon Brando) de Apocalipsis (Apocalypse Now, 1979), y en parte por Adolf Hitler. El Coronel comparte el darwinismo social de Hitler y la idea de que la especie elegida por la naturaleza —raza, en el caso del dictador alemán— debe exterminar a las otras. El Coronel incluso ha cometido horribles crímenes con tal de mantener la pureza de la especie humana, que, afectada por el virus, está perdiendo la capacidad de hablar.

En la base El Coronel mantiene cautivo a un grupo de simios que trabajan como esclavos y, cuando conoce a Caesar, se compara a sí y a su prisionero con figuras históricas como George Custer y Toro Sentado: héroe falso y prisionero rebelde. Me parece que Reeves ha hecho una película donde el grupo dominante, los estadounidenses blancos, es heredero del nazismo y de errores de la historia nacional como el exterminio de los indios y la guerra de Vietnam. La crítica se extiende cuando, durante un pase de lista, El Coronel bendice a las tropas con la cruz que forma su navaja de afeitar y vemos detrás de él la bandera estadounidense. “Esta”, explica El Coronel más adelante, “es una guerra santa”. Si en El planeta de los simios: Confrontación su director nos advirtió del miedo, en el último filme de la trilogía hay una crítica directa a la tiranía, el militarismo, el nacionalismo y la fe. Son estos los factores que provocan la curvatura infinita de la historia y son también los que traen de vuelta fenómenos que creíamos haber dejado atrás.

Al contrario del Coronel, Caesar es una figura cristiana pero no en el sentido religioso sino en el político. Pacifista y justo, Caesar es un redentor que incluso es azotado y crucificado. Koba, el simio que provocó la guerra, regresa a él en visiones y lo pretende seducir para que ceda a sus impulsos violentos. Cristo y Satán se reencuentran en la ciencia ficción. A pesar de todo, y quizá porque no tiene un par en la vida real, Caesar no es tan fascinante como el Coronel, que tiene más de un símil en los palacios presidenciales de nuestro mundo. También debo admitir que Reeves exagera en las virtudes de su héroe, que en esta película llega a parecer más inmortal que en la anterior. Estos detalles melodramáticos son parte de una forma hollywoodense que sí, al menos no es anticuada como la de muchas películas de superhéroes, pero no es tan innovadora como podría serlo. En buena medida Reeves sólo repite los aciertos de El planeta de los simios: Confrontación.

A pesar de estos errores, el atrevido e inteligente desarrollo de los temas de El planeta de los simios: La guerra no sólo es profundo sino además muy pertinente a los tiempos en que vivimos. No todo nuestro cine es como la nueva trilogía de El planeta de los simios pero sus últimas dos entregas, junto con algunas otras superproducciones, son la prueba de que ya no vivimos en el mundo acrítico de Charlton Heston. Hoy la rebelión ya no se da sólo en el trasfondo o en los márgenes. Hoy nos llega a todos.

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