La llamaron “maravillosa” sin recurrir a la ironía —o la creatividad, para el caso—; la llamaron también inteligente; grandiosa, incluso. ¿Cómo iba a resistirme a la que según más de un crítico es una de las mejores películas de superhéroes de la década? Vi La Mujer Maravilla (Wonder Woman, 2017) con cierta expectación porque, orientado por mis colegas, imaginé que quizá sería un inteligente filme feminista donde la superheroína sería más que su ajustado traje, o quizás un mito posmoderno donde convivirían lo antiguo con los temas de actualidad, dado que Diana Prince es en realidad una antigua amazona viviendo entre nosotros; pensé incluso que vería escenas de acción inéditas, más creíbles y más improbables de lo que hubiera visto antes. No me encontré con nada de eso. Al contrario, La Mujer Maravilla no duda en tender puentes con el estilo hollywoodense más típico, más vetusto, para darle a los espectadores un par de elementos de novedad que al final no representan un cambio significativo: es la primera película de la última oleada de cine de superhéroes protagonizada y dirigida por mujeres. Pero, ¿de qué sirve si la perspectiva sigue siendo la de quienes crearon a la Mujer Maravilla, es decir, los hombres?

Con el traje que revela sus largas y ejercitadas piernas, que acentúa su cintura de supermodelo y que dirige las miradas hacia el escote, la Mujer Maravilla (Gal Gadot) es ante todo una imagen de los deseos masculinos. Claro, se podría argumentar también que es una imagen ideal del cuerpo femenino, simbólico de una mujer perfecta. Después de todo, Rambo y Conan también combatían al enemigo semidesnudos y difícilmente se puede decir que representaban las fantasías sexuales del hombre; en todo caso eran sus aspiraciones de belleza. Sin embargo, Rambo y Conan poseían la fuerza y la inteligencia para enfrentar a decenas de enemigos por su cuenta y salir, si no ilesos, al menos vivos y sin heridas graves. Cuando Diana abandona la isla en que creció y se enfrenta a nuestro mundo, en un gag tras otro se le revela como algo parecido a la ingenua visitante del campo que se enfrenta por primera vez a la ciudad. La inocencia de Diana continuará hasta que venza al mal en el desenlace de la película. Podríamos decir que, en el rival universo de Marvel, Peter Parker es también torpe, sin embargo él no fue dibujado para combatir en un traje que resaltara sus zonas erógenas.

Patty Jenkins no nos da entonces una historia feminista donde una mujer combata el mal con la misma habilidad que sus compañeros. Más bien, su película narra cómo una semidiosa rechaza la ropa femenina de principios del siglo XX porque le pica. Esto, antes de resolver el misterio de cómo atravesar una puerta giratoria. Pero el feminismo, por importante que sea en la realidad, no es un criterio estético. A mi juicio, la falta de complejidad intelectual y la falacia afectan a una película pero no son suficientes para derrumbarla. Al ver que la inteligencia había fallado, la salvación de La Mujer Maravilla, de la película ‘maravillosa’, tendría que estar en la forma cinematográfica: en las peleas, en la fotografía, en los cortes, en la creación de un mundo ficticio, en las actuaciones. Tampoco la encontré ahí.

Los lugares comunes abundan en la dirección de Jenkins y revelan una consciencia ahogada en el cine de Hollywood anterior a Kubrick. Mientras que en las excelentes películas de los hermanos Russo el Capitán América habla otros idiomas y se utilizan los subtítulos sin temor a que el espectador huya por no entender lo que se dice, Jenkins hace que sus personajes hablen el inglés con acentos extranjeros. Así, un piloto estadounidense se puede comunicar con las amazonas griegas en el mismo idioma en el que gritan sus perseguidores alemanes: el inglés. Después llega una afortunada explicación: las amazonas, que nunca han visto un estadounidense, hablan todos los idiomas. Hace ya 50 años Robert Aldrich hizo que Charles Bronson hablara alemán cuando su personaje se infiltra en un castillo enemigo en Doce al patíbulo (The Dirty Dozen, 1967), pero en una escena similar, Jenkins le permite a Chris Pine fingir un acento alemán mientras sigue hablando inglés. En El planeta de los simios: Confrontación (Dawn of the Planet of the Apes, 2014) Matt Reeves mostró más respeto a la audiencia al emplear el lenguaje de señas entre los primates evolucionados, en vez de forzarlos a hablar como en las películas originales de la franquicia. A lo que voy con todo esto es a que Jenkins hace cine como se hizo hace más de medio siglo.

La referencia más moderna de la película es a Trainspotting (1996) en una escena en la que Ewen Bremner —coestrella en ambos filmes— cae como Ewan McGregor cuando recibe un balonazo en la cinta de Danny Boyle; la más culta es a Patrulla infernal (Paths of Glory, 1957), donde Stanley Kubrick criticó también —aunque con genio— la crueldad de los generales en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, Jenkins nunca alcanza el mismo nivel de brillantez estilística que estos cineastas. De nuevo necesito compararla con los Russo, del universo de Marvel. Mientras que en sus películas del Capitán América esta pareja de directores ha logrado impresionantes escenas de pelea y de persecución con tomas largas que le dan mayor naturalidad a la acción, Jenkins corta constantemente para esconder los efectos especiales. Esto le da a La Mujer Maravilla una artificialidad tan obvia como sus acartonados diálogos y actuaciones, que, junto con los del resto de la franquicia de DC Comics, contrastan severamente con el humor que Joss Whedon le inyectó a los filmes de Marvel.

Y a todo esto, se preguntarán muchos lectores, ¿es divertida La Mujer Maravilla? Eso no me corresponde juzgarlo. Cada quien se entretiene con cosas distintas y uno debe ver lo que uno quiera, sin embargo creo que sería bueno exigirle más a nuestros entretenedores. He utilizado varias referencias para mostrar que el cine de acción tiene mejores expresiones a las cuales aspirar para construir lo que veremos en el futuro. Un entretenimiento que replica las anticuadas técnicas del pasado no me parece más que una estafa al espectador y un acto puro de pereza creativa.

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