Viendo Las hijas de Abril (2017), del director mexicano Michel Franco, pensé en William Shakespeare. El Bardo escribe al final del soneto 121: “Todo hombre es malo y en su maldad reina”. La película de Franco —y su filmografía entera— se basa en esa misma impresión de la humanidad. Pero hay una diferencia sustancial entre la visión de ambos hombres. Shakespeare usa la frase como condición para quienes lo juzguen por sus costumbres, es decir, sólo si todos los hombres fueran malos podrían unos condenar válidamente las acciones de otros. En el caso del cineasta ligo la frase a un juicio moral definitivo e implacable que condena a los personajes a ser descritos con un solo adjetivo. En Las hijas de Abril, por ejemplo, Valeria (Ana Valeria Becerril), una hija de la protagonista, es caprichosa; Clara, (Joanna Larequi), su otra hija, es patética —y hay que decirlo: dramáticamente innecesaria—; Mateo (Enrique Arrizon), el novio de Valeria, es estúpido, y sus papás, malos. Abril (Emma Suárez), la del título, es un monstruo. Los personajes de ficción no deberían ser solamente repulsivos, de la misma manera que en la realidad toda persona es algo más que repulsiva, pero Franco, en un intento por convertirse en el heredero mexicano de Michael Haneke, los reduce a esos adjetivos y los condena; al negarnos la complejidad del carácter humano, el director afirma la dureza de su juicio: Todo hombre es malo y en su maldad reina.

Los cinéfilos menos experimentados deben saber que el austriaco Haneke es un moralista cuyo desprecio por el error humano bordea lo misantrópico. Su película más brillante, Funny Games (1997), es un intento por darle al espectador lo que pide. ¿Y qué pide el espectador, según Haneke? Violencia. Pero lo que en las películas de acción es divertido, catártico, incluso, y en ocasiones humorístico —James Bond, por ejemplo, hace chistes después de matar—, en el cine de Haneke es perturbador, insoportable. En general su violencia no suele verse en el cuadro pero la frialdad del acto de matar y la forma en que la sangre mancha las habitaciones son siempre un desafiante espectáculo de la maldad, compuesto en varias ocasiones para el deleite de un camarógrafo y su audiencia: nosotros. Haneke complementa el efecto de la muerte con la confusión que causa su estilo narrativo. En el cine más tradicional los directores procuran informarnos de las motivaciones de sus personajes: quiénes son, qué quieren, por qué lo quieren y cómo lo van a obtener. Haneke, por el contrario, nos dice mucho de su estilo desde los títulos de sus películas: 71 fragmentos de una cronología del azar (71 Fragmente einer Chronologie des Zufalls, 1994), Código desconocido (Code inconnu: Récit incomplet de divers voyages, 2000), El observador oculto (Caché, 2005). Estos títulos sugieren o nos avisan de fragmentos, misterios, ambigüedades. Cual sea el tema de sus películas, Haneke no piensa deletreárnoslo; es trabajo nuestro encontrar los patrones de una ecuación que nos intimida con sus variables incógnitas.

Michel Franco es sin duda un discípulo de estos principios pero estoy convencido de que no es el par y mucho menos el rival de Haneke. A partir de 71 fragmentos y hasta El observador oculto, el maestro austriaco utilizó cuidadosamente los elevados volúmenes del melodrama para crear una visión de una Europa donde se incumplieron las promesas de la posguerra. La xenofobia, el racismo, el clasismo, la desigualdad, se aparecen como fantasmas: diáfanos pero palpables en las vidas de personajes que ignoran su lugar en la historia. Franco también está interesado en temas sociales como el secuestro, el incesto, el acoso escolar, la miseria, la eutanasia y, en su última película, la paternidad adolescente, pero nunca trata los temas socialmente, es decir, no vemos la interacción de las fuerzas sociales sino ilógicos giros en la trama donde los personajes, debido a la idiotez o a enfermedades mentales muy bien escondidas, cometen errores irreversibles pero definitivamente individuales. Esta singularidad impide la identificación del espectador con ellos y los hacen ajenos y desquiciados.

Franco también imita la forma en que narra Haneke pero mientras el austriaco crea ambigüedad, el mexicano descarta los tiempos muertos y filma sólo escenas con sucesos dramáticos. Es una técnica más bien de dramaturgo porque en el teatro no hay una cámara que le dé fluidez a la pasividad. De esa manera, el cineasta cuenta en Las hijas de Abril la historia de una adolescente que se embaraza, no aborta, pide ayuda a su madre y ésta comienza a tomar decisiones que no puedo contar por temor a eliminar la sorpresa. Se podría argumentar que Franco es un brillante efectista, es decir, un director que esconde los elementos que explicarían y le quitarían el impacto a las incongruentes decisiones de sus protagonistas, pero yo pienso que es un mal dramaturgo, dedicado a crear esbozos de personas para mostrar a una humanidad simple y exclusivamente mezquina. La ausencia de lógica en la película es tal que un par de desempleados puede vivir en la colonia Condesa comprándose ropa de marca e incluso una motocicleta.

Cabe mencionar que el estilo visual de Franco es frío en la precisión e inmovilidad de sus cuadros —de nuevo— como el de Haneke, pero dentro de ellos el maestro es naturalista de una manera escalofriante mientras que su discípulo a veces denota una artificialidad indeseada. Ejemplifico: hay una escena donde una mujer desnuda a un hombre y le hace una felación, todo con tal de que no veamos su pene. No nos vayamos a espantar. Esta maniobra sorprende, y más después de la franqueza con la que Franco capturó el cuerpo humano en Chronic (2015).

Eso sí, debo elogiar a Emma Suárez por matizar con su talento actoral a un personaje mutilado por el guión. En sus manos Abril no deja de ser un monstruo pero tampoco deja de ser una persona. A través de los imprevisibles cambios, Suárez mantiene una normalidad demencial que explica aunque no justifica moralmente sus decisiones. Después de todo Abril no es una persona sino un impulso, otro argumento con el cual defender a su creador, pero yo, tal vez necio, me rehuso a tomar esa alternativa. Ya el tiempo nos dirá cuáles eran las intenciones y cuál es el lugar que ocupará en la historia Michel Franco.

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