En un memorable pleito hace ya mucho, Octavio Paz dijo que Carlos Monsiváis no era un hombre de ideas sino de ocurrencias. Lo que en aquel caso fue un insulto de calibre .50, en otro, el del cineasta español Nacho Vigalondo, podría utilizarse como una especie de halago. Me explico: Monsiváis fue un cronista y ensayista brillante, reducido por el genial ensayista y poeta a un pensador de medio pelo. Vigalondo, por otra parte, es un cineasta menor que logra sobrepasar la media de los realizadores de cine de género precisamente por ser un pensador de medio pelo. Me explico un poco más: el cine de género es aquel que se desarrolla mediante fórmulas como el horror, la ciencia ficción, la acción, el western y las muchas ramificaciones que brotan de ellos. Vigalondo se desarrolla dentro de estos géneros intentando siempre jugar con sus lugares comunes para crear algo original y suele lograrlo pero siempre sin crear una obra verdaderamente significativa.

Ya desde su cortometraje nominado al Oscar, 7:35 de la mañana (2003), Vigalondo mostró sus intenciones de manipular los géneros para renovarlos a partir de —aquí viene el halago— ocurrencias. En aquel filme, un hombre amenaza con una bomba a los comensales y el personal de una cafetería para obligarlos a interpretar con él un número musical donde declara su atracción por una muchacha que frecuenta el lugar. La ejecución deja un poco que desear pero la ocurrencia es el centro de la película. Pasa lo mismo en Extraterrestre (2011), un largometraje donde un par de mentirosos empeoran una inusual situación: la llegada de una flota de naves extraterrestres a la Tierra. En vez de concentrarse en la ya vista batalla entre humanos y criaturas del espacio, Vigalondo prefiere observar el desorden dentro de un triángulo amoroso. Es una ocurrencia ingeniosa, como la que guía también su nueva película, Ella es un monstruo (Colossal, 2016), pero como en su cortometraje, es el desarrollo lo que muestra las limitaciones del director, que están definidas, irónicamente, por sus grandes ambiciones narrativas.

En esta nueva película lo que comienza siendo una comedia donde un personaje defectuoso necesita corregirse, pronto se convierte en una inesperada película de kaiju sobre las personas tóxicas y luego termina como una obvia parábola del empoderamiento femenino. Al principio, Vigalondo nos presenta a Gloria (Anne Hathaway), una neoyorquina por residencia que en la primera escena revela su carácter mentiroso, perezoso, alcohólico e irresponsable. Su novio la echa de su departamento y ella regresa a su pueblo natal, donde se reencuentra con su amigo de la infancia, Oscar (Jason Sudeikis), y comienza a reconstruir su vida. Más adelante, Gloria se horroriza al descubrir que un monstruo gigante se materializa en Seúl cada vez que ella entra en un área de juegos infantiles. La metáfora está clara: Gloria es una monstruosa niña de 30 y tantos que destruye todo a su alrededor. Vigalondo se inscribe en la tradición del cine de monstruos donde la invencible bestia es una expresión del interior disfuncional del protagonista. Tiburón (Jaws, 1975), por ejemplo, funciona de la misma manera al materializar las inseguridades del jefe Brody (Roy Scheider) en el malévolo gran blanco que intenta matarlo. Sin embargo, conforme avanza la trama de Ella es un monstruo, una serie de ambiciosos giros inflará los temas y desequilibrará el tono de la película hasta que la relación con su planteamiento inicial termina siendo más bien delgada.

A pesar de su desenfreno, Ella es un monstruo no me parece un desastre. Incluso podría ser, junto con Extraterrestre, una de las películas de ciencia ficción más singulares —aunque no mejores— de lo que va del siglo. Antes mencioné la palabra kaiju, quizá familiar para algunos espectadores y probablemente ajena para muchos otros. El cine de kaiju es, en pocas palabras, el cine de monstruos gigantes que destrozan ciudades orientales por su cuenta o mientras pelean con otros. Godzilla, en sus muchas encarnaciones. Ella es un monstruo es una de las cintas más inusuales de este género porque los monstruos son, de hecho, marionetas. No sólo eso: Vigalondo pasa mucho más tiempo filmando a los titiriteros que a las inabarcables criaturas. En una escena particularmente ingeniosa, en vez de ver las patas del monstruo pisoteando los edificios de Seúl, Vigalondo filma un pie en el parque azotándose sobre la arena roja. Los incontables gritos de horror y el color del suelo nos dan una idea de lo que provoca este movimiento en apariencia inocente y en realidad perverso. El final de la película muestra una de las batallas de kaiju más insólitas que haya visto pero no me atrevo a describirla por temor a revelar los giros de la trama.

La otra gran virtud de la película es Anne Hathaway. Una de las actrices más talentosas de Hollywood, Hathaway ha demostrado en su carrera una variedad impresionante para interpretar todo tipo de personajes pero una muy pobre habilidad para elegir sus roles. Embotellada primero en películas para niños y luego en comedias románticas, Hathaway comenzó a mostrar sus talentos más desgarradores en películas como El casamiento de Rachel (Rachel Getting Married, 2008), de Jonathan Demme, o Interestelar (Interstellar, 2014), de Christopher Nolan. En Ella es un monstruo, Hathaway interpreta a su inmaduro personaje con una variedad de gestos que describen con precisión su interior infantil. Al caminar, Hathaway se balancea como una niña regañada y enfurecida por tener que hacer la limpieza. Su desgano para cargar un colchón desinflado es sólo superado en habilidad cómica por su ineptitud para enchufar un cable a la corriente eléctrica. Pero cuando su personaje comienza a cambiar, Hathaway se endereza y nos muestra al fin a Gloria como una mujer. Ni cómo culparla por los desaciertos en el guión de Vigalondo pero quizá podamos disculparnos por ir a verla actuar aun en los momentos en que su director se muestra incapaz de reforzar sus ocurrencias con grandes ideas.

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