En los últimos años el cine de horror se ha filtrado entre los cineastas independientes estadounidenses de manera notable. Películas como Babadook (The Babadook, 2014), Está detrás de ti (It Follows, 2014) y La bruja (The Witch, 2015) han logrado estrenos comerciales exitosos e incluso se introdujeron en las listas de lo mejor del año. ¡Huye! (Get Out, 2017), del director debutante Jordan Peele, es la última adición a este breve canon de horror con genuinas ambiciones estéticas, y es también un revés declarado al establishment blanco desde la cultura negra. Me atrevo a asegurar, incluso, que la película funciona como un acto de rebelión que invierte racial y temáticamente algunos filmes significativos para la cultura de su país.

De hecho el bagaje de Peele parece ser exclusivamente estadounidense y aunque ésta podría ser una desventaja para algunos espectadores, la decisión me parece natural. Uno pensaría que el racismo es idéntico en todas partes pero el sistema de castas mexicano, por ejemplo, es incomparable con la discriminación del negro estadounidense. Sus orígenes son distintos y sus historias también, aunque la frustración de los oprimidos sea la misma. Una advertencia más: también el lenguaje es una herramienta simbólica y a la vez excluyente para audiencias internacionales porque juega con la distinción entre el inglés que habla el estadounidense blanco y el que habla el estadounidense negro, pero ya ahondaré en este elemento de la película.

La sinopsis de ¡Huye! evoca inmediatamente la de ¿Sabes quién viene a cenar? (Guess Who’s Coming to Dinner, 1967), de Stanley Kramer. En ambas cintas una muchacha blanca de clase alta presenta a sus padres liberales con su nuevo novio, un hombre negro, e iniciará así una crisis familiar. La distinción está en que en la película del moralista Kramer son los blancos quienes se alteran con la visita. En ¡Huye!, Peele inserta la incomodidad en el novio, que comienza a sentir una amenaza en las extrañas conductas de todos a su alrededor. No sobra mencionarlo: la película de Kramer es un melodrama optimista, mientras que la de Peele es una pesadilla afroamericana que al progresar revela más parecido con Atrapadas: Las mujeres perfectas (The Stepford Wives, 1975). En este filme de Bryan Forbes las esposas de una pequeña comunidad en Connecticut inquietan a una mujer recién llegada junto con su familia. Las mujeres en Stepford son más bien súbditos imperfectibles, imposibles, que provocan la ansiedad de la protagonista y resultan ser los productos de un machismo diabólico. En ¡Huye! son los personajes negros quienes perturbarán de forma similar a Chris (Daniel Kaluuya), incluso más que los blancos. Peele ha convertido una trama feminista en un comentario sobre la opresión racial.

No puedo revelar más de la trama sin alimentar las sospechas sobre sus misterios, entonces me limitaré a los aspectos formales pero no sin insistir en lo importante que es una película de horror sobre el racismo, dirigida y escrita por una de sus víctimas. Normalmente son los estadounidenses blancos —como Kramer— quienes se critican a sí mismos o quienes exhiben sus prejuicios, y por eso los personajes reflejan la idea blanca de la negritud, en general insultante porque sólo sabe enaltecer o denigrar. El personaje de Sidney Poitier en ¿Sabes quién viene a cenar? no podría ser más perfecto. Los congresistas negros en El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, 1915), del blanco D.W. Griffith, no podrían ser más burdos. Peele, sin temores ni predisposiciones hacia su propio color, utiliza los elementos de su comunidad para crear un interesante filme sobre la aculturación.

Al inicio de ¡Huye! vemos un personaje negro tratando de encontrar una dirección en un suburbio de clase media, probablemente habitado por blancos. Confundido por un ambiente ajeno, este personaje comienza a hablarse en voz alta para relajar su tensión y entonces comienza a ser seguido por un auto. Para no provocar un malentendido, el personaje no confronta a sus perseguidores. Este detalle evoca las letras de Bruce Springsteen en “American Skin (41 Shots)”: una madre negra le pide a su hijo que si se encuentra con la policía sea siempre amable y mantenga las manos a la vista. No hacerlo le costó la vida a Trayvon Martin y podría pasarle lo mismo al personaje en pantalla. Pero a pesar de su precaución resulta agredido. La imagen expresa el resentimiento de una cultura obligada a una cortesía excesiva ante los prejuicios de la comunidad blanca y su policía. Es cierto, el auto no es una patrulla pero la situación es similar a otras en las que sí lo es.

Antes mencioné la importancia del lenguaje en la película y es al fin momento de discutirlo. Cuando Chris conoce a los padres de Rose (Allison Williams), su suegro comienza a llamarle “my man”, una frase más común entre dos hombres negros. En otra ocasión dice “atta boy”, una expresión más bien inocente que significa “bien hecho”. Sin embargo, boy era la forma en que los blancos llamaban a sus esclavos negros en el siglo XIX. Estos son símbolos sutiles pero importantes que más adelante sugieren el temor de la cultura negra a ser absorbida por la blanca. Cuando un personaje negro le explica a una detective también del mismo color que su amigo, “my boy”, ha desaparecido, ella piensa que con boy él se refiere a un niño, es decir, a su hijo. La raza de la detective es distinta a la de sus palabras que, nos muestra Peele, tienen color e historia.

Quizá parezca después de todo lo anterior que ¡Huye! es una obra maestra. Desafortunadamente no lo es. El guión es insistente en sus temas hasta la obviedad y la banda sonora es por lo menos típica. Sólo hay un susto forzado, eso es un éxito, pero la fotografía busca constantemente una noción de amenaza y acecho que cae en el lugar común. Esto no disminuye los triunfos de ¡Huye! pero sí reduce su impacto general y la limitan a ser una pieza notable de cine de género, aunque, hay que decirlo, la película es también el augurio de una carrera significativa para Jordan Peele. Habrá que seguirla de cerca.

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