Muchos recordarán —y si no, muchos deberían recordarlo— que hace unos meses la Gira de documentales Ambulante sufrió un recorte de 65% del presupuesto gubernamental que recibía. Este año la programación, las funciones al aire libre, las mesas redondas y otras actividades no demuestran el golpe porque la duodécima gira ya estaba lista para salir cuando vino el infame anuncio. Hay que aprovecharla no porque podría ser la última —el equipo de Ambulante no se va a rendir— sino simplemente porque es tan diversa y conmovedora como las giras que la preceden y, probablemente, como las que la sucederán.

De entre las 135 películas que integran la programación, seis me parecen productos memorables del cine documental este año. El tema de la mitad de esta pequeña selección es la muerte, el tema de la otra mitad es la justicia. Una película mexicana reúne ambos temas con efectos devastadores.

Mi intención no es proponer las opciones más duras en la programación de Ambulante este año. Más bien quiero dirigir a los espectadores hacia los documentales que me parecen mejores. Desafortunadamente vivimos en un mundo donde la otredad es una ofensa para algunos grupos, donde es inexistente para otros, donde las bombas que emparedan a un pueblo son imágenes cotidianas en lugares como Alepo y Mosul, donde la corrupción gubernamental es una imagen tangible del destino y donde países ricos pero desiguales permiten que criminales ejerzan las facultades del Estado. Pero también vivimos en un mundo donde la desobediencia es una virtud, donde hay unos cuantos que se atreven a defender a los muchos y donde existe el arte no como refugio contra la realidad sino como encuentro directo con ella para enfrentarla, asumirla y lograr, en algunos casos, que alguien haga algo al respecto: desde informarse y cambiar algunas rutinas, algunas ideas, hasta actuar con temeridad ante el poder. Ese es el mundo que refleja este año Ambulante.

Me gustaría empezar con las opciones más esperanzadoras: La reina de Irlanda (The Queen of Ireland, 2015) y Un hombre insignificante (An Insignificant Man, 2016). En la primera, Conor Horgan hace un retrato de Rory O’Neill y su personaje drag Panti Bliss. La reina de Irlanda es una película formalmente muy tradicional, sí, pero aprovecha el formato periodístico no solamente para entender la dimensión del hombre que encarna a Panti, sino también para enterarnos de la compasión como un fenómeno viral y los efectos que tiene en un referendo para establecer los matrimonios igualitarios en Irlanda.

En Un hombre insignificante, y narran el ascenso de Arvind Kejriwal, un funcionario menor que decide combatir la corrupción en Delhi, India, y más adelante funda un partido para establecer un sistema político limpio. El conflicto se intensifica cuando se descubre que algunos de sus candidatos son corruptos y entonces la película nos muestra las inmensas dificultades que se enfrentan para transformar un sistema entero. Las promesas y la buena voluntad no bastan en un mundo donde el lenguaje más hablado es el dinero pero aun ahí una persona de coraje insospechado puede lograr el cambio.

A mi juicio, la mejor de las películas basadas en el tema de la justicia es la nominada al Oscar No soy tu negro (I Am Not Your Negro, 2016), de Raoul Peck. En ella, el director utiliza fragmentos escritos y hablados por el autor estadounidense James Baldwin para darnos una idea de lo que habría sido su libro sobre tres amigos que dirigieron la cruzada por los derechos civiles en Estados Unidos y que murieron en ella. Medgar Evers, Malcolm X y Martin Luther King Jr. no son, a los ojos de Baldwin, estampas que nos venden en libros de texto. Son hombres en busca de una identidad humana, más allá del sustantivo racista nigger. “Yo no soy un negro”, explica en una conferencia Baldwin, “soy un hombre”. Gracias al pensamiento incisivo de Baldwin la película no es meramente un acto de adoración o una ofrenda. Al contrario, es una reflexión compleja donde la Historia estadounidense se hunde, arrastrada por el peso de sus pecados.

Los documentales sobre la muerte son posiblemente los más duros pero también los más urgentes entre los que he visto. Uno de ellos, Nick Cave and the Bad Seeds: De nuevo pero con sentimiento (One More Time With Feeling, 2016), es el más hermoso. Andrew Dominik, que antes estuvo detrás de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford, 2007), demuestra de nuevo una sensibilidad insondable para capturar la grabación del último álbum de Nick Cave y sus Bad Seeds. Hay una pesadumbre que muchos espectadores quizá no entiendan del todo sino hasta el final, cuando se esclarece que el hijo de 15 años de Cave, Arthur, ha muerto en un accidente. La imaginería es trascendente y en ocasiones pareciera adquirir la perspectiva de un fantasma que curiosea en el estudio y alrededor de Cave para finalmente elevarse sobre Londres. De nuevo pero con sentimiento es el testamento de un artista, de su familia y de su música intentando reconciliarse con la muerte y con el tiempo.

Pero la muerte no siempre concluye así. En Los últimos hombres en Alepo (Last Men in Aleppo, 2017) Firas Fayyad y su codirector Steen Johannessen nos relatan la historia de un grupo de Cascos Blancos, los rescatadores en las ruinas de Alepo, Siria, que se arriesgan por darle una segunda oportunidad de vivir a quienes los aviones de Bashar al-Assad les negaron una antes. La película, filmada en cámaras de baja definición, es una declaración de que el cine no necesita de grandes inversiones o equipos. Solamente requiere una voluntad y una historia para capturar a la humanidad mientras rompe los límites de su agresividad pero también de su gentileza.

Con un minimalismo similar, el mexicano Everardo González nos entrega uno de los mayores documentales sobre los efectos de la guerra contra el narcotráfico. En La libertad del diablo (2017), González entrevista a un grupo de gente enmascarada que relata sus experiencias como asesinos al servicio del narcotráfico y como víctimas. Unos y otros resultan iguales no sólo por la ausencia de sus rostros sino también por el sufrimiento que cargan. En la culpa de unos y la pérdida de otros se halla la unidad de una nación herida. En su representación, como en la de los demás documentalistas de esta pequeña selección y del resto de Ambulante, se halla un mosaico de nuestro tiempo y nuestro interior, disperso en visiones de lo íntimo y lo universal.

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