En una entrevista reciente, la magnífica Isabelle Huppert —quizá la actriz más importante de Francia, incluso por encima de Juliette Binoche— explicó que asumir que Elle (2016) se trata simplemente de una mujer atraída por su violador la deja como una película con un propósito muy estrecho. Tiene razón. Como el resto de la filmografía de Paul Verhoeven —que incluye RoboCop (1987), El vengador del futuro (Total Recall, 1990) y Bajos instintos (Basic Instinct, 1992)—, Elle es una seria provocación al statu quo, y quizá la más grande sátira del director holandés.

Moralmente incorrecto en prácticamente todo lo que nos presenta, el retorno de Verhoeven después de 10 años no me parece tan sorprendente por sus muchas transgresiones como por el tono tan sobrio con el que nos las muestra. Aunque no deja de ser una caricatura, como sus otras películas, Elle se disfraza de complejidad para dar una impresión de verosimilitud psicológica. Esto contrasta con el estilo típico de Verhoeven, que podemos ver en películas tan sobreactuadas y deliberadamente estúpidas como Invasión (Starship Troopers, 1997). En aquel filme la sátira es indiscutible, salvo para los espectadores que pensaron que Verhoeven celebraba el Estado fascistoide que destruía a una colonia planetaria de insectos extraterrestres. A mi juicio, los uniformes similares a los del nazismo y las decenas de extremidades desmembradas de humanos y monstruos indicaban un grosero sentido del humor que veía en el futuro de la humanidad el regreso de las imposiciones ultraconservadoras y la subordinación del extraterrestre a la fuerza tecnológica del hombre. De alguna manera, la cinta representa incluso la historia del colonialismo y la influencia asesina de la propaganda.

En contraste, en Elle, la sola presencia de madame Huppert modifica las expectativas y el tono de la película pero, como ya lo mencionaba, el estilo en general indica una novedad en la ironía de Verhoeven. Si la sátira resultó obvia en las exageradas RoboCop e Invasión, en Elle un espectador inocente podría confundir las provocaciones con reconstrucciones de la realidad. Si nos fijamos en las actuaciones y la fotografía de Stéphane Fontaine, observaremos una naturalidad rara en la obra de Verhoeven. La cámara en mano da un aire documental y jamás vemos gestos tan exagerados como los de Casper Van Dien o Sharon Stone. Al contrario, Huppert logra darle a su personaje, Michèle, una frialdad sutil, creíble. Sin embargo, la cantidad de melodramas alrededor de la protagonista es tal que resulta inevitable —o debería resultarlo— dudar de la realidad de la historia. Veamos: Michèle, la letrada dueña de una compañía de videojuegos, mantiene una relación con el esposo de su mejor amiga, controla las relaciones de su ex esposo hasta el punto del acecho, es madre de un idiota controlado por su temperamental novia y es hija de un fanático religioso que una noche mató a 27 personas e incendió su casa junto con la pequeña Michèle. En medio de todo esto, Michèle se encuentra alistando su último videojuego, una fantasía protagonizada por un monstruo violador, y resulta, en cambio, violada y acechada por un enmascarado. Pero, a diferencia de un melodrama de denuncia social, Elle no nos muestra el dolor de la víctima su una inexplicable indiferencia.

Después de ser violada, Michèle se baña, ordena sushi y cena con su hijo, a quien le promete el dinero de tres meses de renta para que viva con su insoportable novia. Este control sobre sí y sobre los demás parece típico en todas las mujeres de la película, apropiadamente llamada Elle, o “ella”. En vez de mostrar a la mujer como víctima, Verhoeven la describe como un ser más fuerte que el hombre, pero no por eso moralmente superior. La madre de Michèle, Irène (Judith Magre), tiene por novio a un juguete sexual varias décadas menor que ella, mientras que Josie (Alice Isaaz), la violenta nuera de Michèle, suele explotar en momentos inoportunos y humilla constantemente al indefenso Vincent (Jonas Bloquet). Después de la violación, el amante de Michèle le dice: “El verdadero peligro eres tú”. Verhoeven juega con las expectativas morales de la audiencia y revela grados de perversión cada vez superiores que nos impiden reducir a los personajes a víctimas o victimarios. Todos son en mayor o menor medida perversos. Sólo una vecina de Michèle, la más ridiculizada de todo el elenco por ser católica, es capaz de comprender e incluso perdonar a la sociedad sucia que la rodea.

En Elle la cultura de la víctima es el blanco de las mayores burlas de Verhoeven, tanto como el fetichismo nato de sus personajes —y quizá sus espectadores—, pero la industria del videojuego es atacada por misógina, insensible y vulgar, mientras que la prensa también se lleva algunos golpes en parodias de noticiarios e intervenciones de reporteros despiadados como el patán Tötges, de la novela y la película El honor perdido de Katharina Blum (Die verlorene Ehre der Katharina Blum). Es difícil que un personaje se libre del humor del director, aunque en esta ocasión son más los que sobreviven al grotesco destino fatal al que están condenados los de sus otras películas.

Las escenas de violación y de sexo muestran un compromiso muy grande por parte de Isabelle Huppert, que no parece temer al desnudo o la brutalidad. Verhoeven le corresponde con mesura en su voyerismo usual y encuentra en el gato de Michèle un sustituto desde el cual mirar la terrible escena inaugural de la película. En cuanto a la violencia, Verhoeven desconoce la timidez y nos muestra la fragilidad del cuerpo con tanta curiosidad como explora los fetiches de sus personajes. De la experimentación homosexual al sadismo y el crushing —la excitación por ver animales siendo aplastados por un pie humano—, los personajes de Verhoeven son juntos un reflejo de su audiencia: una comunidad dominada por el deseo pero atemorizada de liberarlo sin la necesidad de una máscara. Elle no es un intento de humanizar los fetiches o de condenarlos pero es un brillante logro al admitirlos y ridiculizarlos.

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