Siempre me ha parecido más fácil escribir de un cineasta elusivo como Bruno Dumont, que de uno tan calculador y preciso como Denis Villeneuve. Graham Greene decía que, al momento de adaptar su obra literaria al cine, le era más fácil aumentar sus cuentos que recortar sus novelas. Como crítico sucede algo similar: es mucho más sencillo llenar de sentido los silencios y las ambigüedades de un cineasta, que exponer la controlada maquinaria de otro. Si un crítico escribe de más en el segundo caso, la experiencia del espectador se arruina. Con esto no quiero decir que Villeneuve sea meramente un director efectista, es decir, un director que construya sus películas con la sola intención de emocionarnos a partir de ciertos eventos o imágenes. Tampoco quiero decir que no hace eso. A final de cuentas su filmografía abunda en narrativas que manipulan al espectador para introducirlo en el universo ficticio, involucrarlo con la historia y los personajes y sorprenderlo con revelaciones devastadoras. Así funcionan sus dos películas más populares, La mujer que cantaba (Incendies, 2010) y Prisioneros (Prisoners, 2013). La llegada (Arrival, 2016), su más reciente filme, también pertenece a este estilo.

Lo que comienza como una cinta de contacto extraterrestre termina siendo una narración mucho más intrincada que abarca desde el viaje en el tiempo y la comunión internacional —temas que a pesar de su superficialidad o idealismo no caen en el lugar común en manos de Villeneueve— hasta la estructura mental que nos brinda el lenguaje; el pánico, la maternidad, el absurdo y la muerte. Es cierto que Villeneuve no es un intelectual que indague en las infinitas complejidades de cada tema pero resulta interesante que una historia basada en sorpresas los toque de manera tan concisa y, sobre todo, que logre reunirlos de manera tan orgánica. En La llegada los temas no se fuerzan o se enciman: se abren paso unos a otros. Desafortunadamente no puedo explicar cómo sucede esto ante el temor de arruinar la experiencia de la película, así que sólo me atrevo a revelar la premisa: cuando un grupo de naves extraterrestres aterriza en distintos puntos de la Tierra, Louise Brooks (Amy Adams), una lingüista, es reclutada por el ejército estadounidense para crear un sistema de comunicación verbal o escrito con los visitantes. Como ya lo mencionaba, Villeneuve recurre a algunos lugares comunes y un optimismo ligeramente contrastante con el tono general de la película pero también se decide a tocar cuestiones más profundas sin condescender a la supuesta estupidez de su audiencia.

Christopher Nolan se ha ganado el respeto de la comunidad hollywoodense por narrar historias de forma similar a Villeneuve, sin embargo nunca he encontrado en él al sucesor de Stanley Kubrick que muchos esperaban ver en Interestelar (Interstellar, 2014). Al contrario, Nolan me parece un narrador didáctico e inmaduro, atemorizado por la posibilidad de que la audiencia malentienda sus magníficos temas —el amor puede salvar a la especie; ejercer la justicia por propia mano es malo… a veces—. Para asegurarse de lo contrario, Nolan suele introducir una serie de monólogos en que un personaje explica a otro lo que ya debería saber. Te cuento, Pedro, para que me entiendas, Pablo. Villeneuve, por el contrario, nunca permite que La llegada —ni ninguna de sus otras películas— se convierta en una sesión escolar. Sin llegar al hermetismo —aunque en Enemigos idénticos (Enemy, 2013) logró una brillante e inesperada ambigüedad—, Villeneuve solamente introduce algunas explicaciones inevitables pero sobre todo muy orgánicas, es decir, tiene sentido que un personaje más experimentado o con más conocimiento le explique algo a otro pero siempre lo hacen de manera breve y natural. Cuando Louise explica en La llegada  cómo va a enseñarle la estructura de nuestro lenguaje a los visitantes, ella elude las poses melodramáticas de los elencos de Nolan. Más bien parece explicarlo con interés pedagógico —y la ligera frustración que conlleva— para que el militar a cargo la comprenda. Ante esta distinción —entre otras— no tengo dudas para decir que Villeneuve es lo que Nolan quiere ser cuando crezca, aunque tampoco niego una falla en la carrera del director quebequense: una aparente falta de identidad.

Hay elementos en La llegada que nos remiten a otras cintas de Villeneuve, principalmente la complicada dramaturgia que poco a poco desenvuelve los misterios de la trama, mientras que las actuaciones sostienen el tono naturalista del director, pero visualmente no hay una voz definida. La fotografía ensombrecida no es del todo igual a los tonos amarillentos de Enemigos idénticos ni comparte enteramente el tono crepuscular de Sicario (2015). Pareciera que aunque hay una idea general que recurre en la filmografía de Villeneuve, las imágenes cambian con cada director de fotografía. Esto no es una mala cualidad de esta película en sí pero sí afirma a Villeneuve más como un contador de historias que como un visionario del cine. En el terreno de las ideas existe otro detalle: aunque ya defendí los temas y la forma en que Villeneuve los trata, hay un elemento, el de las nacionalidades, que padece de la misma ingenuidad que Sicario, donde un narcotraficante más parecido a Pablo Escobar que al Chapo Guzmán muere a manos de un vengativo agente estadounidense en México. En La llegada los chinos y los rusos, los autoritarios, son quienes ponen en riesgo al mundo con sus ansiedades. Es cierto que los estadounidenses actúan de forma interesada pero es de ellos de quienes depende la resolución de la visita, a pesar de que uno de los temas de la película es la unión de la humanidad. Estas son quejas menores, hay que notarlo, pero que de alguna manera describen a uno de los cineastas contemporáneos más emocionantes como un ajedrecista enmascarado: sus movimientos son precisos y reconocibles pero cuando buscamos su rostro no lo encontramos. No sabemos realmente qué piensa Villeneuve ni quién es pero, eso sí, la forma en que juega con sus narraciones es un triunfo innegable.

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