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Una de las primeras preguntas que me hice mirando el documental El miedo al 13 (The Fear of 13, 2015) fue: “¿Por qué es tan elocuente este ex presidiario?”. Por supuesto que la pregunta revela una consciencia dominada por el prejuicio pero también demuestra uno de los mecanismos de la película: su mañosa estructura —lo digo en el mejor de los sentidos— está diseñada para que la cuestionemos y después, a partir de un descubrimiento de lo humano, acabemos juzgando no al protagonista sino a nosotros mismos por dudar de él. La artificialidad con que Nick Yarris cuenta 23 años de experiencias en el pabellón de los condenados a muerte y su decisión de exigirle a un juez que anule su amparo y simplemente lo ejecute, es inquietante por artificiosa hasta que descubrimos de dónde viene su calculada forma.
Al comienzo de la película nos encontramos con el rostro de un hombre, Yarris, que nos explica la fragilidad del tiempo en el encierro. Inmediatamente, su ritmo al hablar, lento, entregado en breves oraciones que se suceden en un párrafo invisible, manifiesta una premeditación. Sus palabras son muy elocuentes, cuidadosamente elegidas. Por ejemplo, el tiempo en el confinamiento solitario, explica Yarris, puede ser “una cosa frenéticamente veloz”. Su voz es suave, melódica, incluso. Su mirada empieza dirigida hacia el suelo pero de repente voltea hacia la cámara y expresa la desolación espiritual de quien perdió ya buena parte de su vida excluido en una celda. Es imposible que este hombre haya cometido un crimen. Es imposible que haya estado en prisión, donde lo único que se aprende, en la mayoría de los casos, es a matar mejor, a robar mejor. Normalmente, nuestra idea del presidiario es la de un ser un tanto bestial, agresivo, resentido, desconfiado y cruel, pero Yarris podría ser simplemente un vecino, y uno muy talentoso en el arte de narrar.
El documental de David Sington nos anuncia al comienzo que toda la información que narra Yarris ha sido confirmada por fuentes independientes. No lo haría si su crónica no fuera tan abundante en excepcionalidad. A veces la historia —gracias, en buena medida, a la presencia tan histriónica de su narrador— parece contarnos lo imposible pero es responsabilidad nuestra asumir la irrealidad del mundo carcelario. Las anécdotas de Yarris describen una humanidad empujada a los márgenes de la normalidad o más bien totalmente expulsada de ella. Su temor, aunque descrito con minuciosidad y cuidado, no deja de ser genuino cuando nos cuenta lo que vio un día en las regaderas: un asesinato. Más tarde, todos los testigos fueron, tranquilamente, a comer. Desalmados por su ambiente, la única salida es, como lo describe Yarris en una escena formidable donde habla de dos amantes en la prisión —que no me atrevo a describir por temor a arruinar su efecto en el espectador—, el amor. Los hombres pierden su sexo y se convierten en seres irónicamente libres que ejercen el erotismo entre sí para sobrevivir a la terrible cotidianidad del aislamiento y el castigo. La otra salida es el arte.
La literatura se convierte, para Yarris, en un escape, sí, de su entorno físico, de su vulgaridad y su horror, pero es ante todo un encuentro. Parafraseando a Wallace Stevens, en las páginas de los libros Yarris se encuentra a sí mismo más verdadero y más extraño. El acto de leer es el encuentro con una voz ajena que extrañamente proviene de dentro del lector. Dos identidades se funden y una se revela en la otra para sorpresa de Yarris. Este descubrimiento lo invita a leer miles de libros, más de los que lee mucha gente libre, y a descubrir los placeres del vocabulario. Yarris aprende hasta 50 palabras diarias escribiéndolas y empleándolas 10 veces. Gracias a eso descubre lo que es la triscaidecafobia: el miedo al 13 que titula el documental. Sington aprovecha este significado como una metáfora del infortunio y también de los dones en los que deriva gracias al carácter único de su protagonista. Yarris dice estar agradecido de sus errores porque le permitieron el encierro, que le permitió la epifanía de la palabra.
Hasta ahora no he hecho mucho más que describir e interpretar brevemente algunas imágenes del documental pero no puedo hacer mucho más sin quitarle el placer de verlo. Su estructura, como lo mencioné al principio, favorece la sospecha y se regodea en quebrarla. Pero puedo hablar del estilo de Sington para expresar a la vez mi admiración por la película y una queja.
Es innegable una estética televisiva en El miedo al 13. Sington elige una estrategia poco arriesgada y decide colorear las anécdotas de Yarris con breves imágenes claramente orquestadas. Lo mismo pasa con el sonido. Si Yarris simula cerrar una reja, Sington acompaña su acción con un sonido del fierro desplazándose y azotándose. Si Yarris nos cuenta de una mujer que conoció en prisión, Sington nos muestra sus pies, probablemente caminando a la celda de Yarris. Sin embargo el director no es del todo obvio. Su coloración se hace con sutileza —lo cual es laudable— pero parece dudar de las inmensas capacidades narrativas de Yarris —esto sería absurdo— o del espectador, que quizá no soporte hora y media de ver a un hombre narrar su historia. Pero si el teatro aún sobrevive y películas como El sicario (El sicario, Room 164, 2010), de Gianfranco Rossi, y Lo desconocido de lo conocido (The Unknown Known, 2013), de Erroll Morris, donde no vemos más que a un personaje hablando en entrevista, han logrado encontrar a su audiencia y el reconocimiento crítico, las técnicas de Sington parecen más bien un paso atrás. Esto no resta el inmenso placer que la película descubre y da en las acciones de contar y escuchar pero sí disminuye su estatura entre estos documentales que, libres de todo artificio, salvo el de sus narradores, nos enseñan a recibir sus historias.
UN ANUNCIO
Mañana, jueves 20 de octubre, un grupo de 11 críticos jóvenes guiados por Jean-Christophe Berjon comenzamos un programa de televisión en Canal Once con el que esperamos extender la conversación sobre el cine, ya presente en la palabra escrita, a la palabra viva en un estudio. Cada semana tres de estos críticos discutiremos con Jean-Christophe y un invitado famoso sobre los estrenos de la semana mientras un monero convierte los temas de las películas en caricaturas. Los esperamos cada jueves a las 19:30 —y los sábados a la misma hora para la repetición— en Mi cine, tu cine, una producción donde también participa, pero detrás de las cámaras, la inolvidable mujer de Benjamín, Arcelia Ramírez.
Twitter:@diazdelavega1
http://oncetv-ipn.net/micinetucine/
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