Superada la marca de los 10 años, DocsMX —antes conocido como DocsDF— es ya un festival veterano y longevo. Su variedad y sus invitados lo han hecho en el pasado un encuentro indispensable ——, y ahora que comienza su segunda década su director ejecutivo, Inti Cordera, lo describe como más fuerte que nunca. Con más de 300 mil espectadores en su historia nadie puede contradecir a Cordera. Al contrario, se pude decir con facilidad que el festival ha logrado, junto con otras iniciativas como Ambulante, que el documental sea parte del lenguaje común de los espectadores mexicanos, es decir, han cancelado la noción de que el documental es un medio exclusivo y deprimente que reemplaza el periodismo. Por supuesto que la investigación periodística es ineludible para una parte del cine documental pero DocsMX nos muestra que la poesía y la forma cinematográficas también habitan en estas películas, que no pretenden ser un retrato de la realidad como tal sino de una percepción que se vale del mundo para comunicarse con una audiencia.

Al momento sólo he podido ver cuatro documentales, uno de cada sección del festival, pero todos me parecen experiencias fascinantes que en conjunto muestran la diversidad en DocsMX. El primero que vi, La laguna (2016), es una experiencia a la vez poética y un tanto antropológica que captura la cotidianidad de un par de niños mayas. El conflicto recae en cómo los hermanos crecen divididos entre un mundo moderno que quiere enseñarles a vivir con criterios científicos y la vida en la naturaleza, que el director Aaron Schock expresa de manera conmovedora. La fotografía captura los vastos ambientes naturales con una intención no realista sino más bien nostálgica. La película, al igual que el padre de los niños, parece preocupada por la desaparición del legado mitológico de los mayas y nos expresa sus temores cuando contrasta la educación en la escuela pública con la educación familiar. En una escena los niños preguntan en casa quién hizo una cueva y su padre les responde que la moldeó el creador de todas las cosas. Por el contrario, en la escuela los maltratan y los obligan a hablar español. Lo divino, lo invisible, se convierte, en el nombre del progreso, en lo inexistente.

En Freightened: El precio real del transporte marítimo (Freightened: The Real Price of Shipping, 2016) nos encontramos con otra visión de la modernidad, esta vez orientada a la denuncia periodística. Una notable investigación del director Denis Delestrac nos lleva a conocer las implicaciones climáticas, económicas y morales del transporte marítimo, una industria que poco se conoce y que resulta ser una de las actividades más crueles del capitalismo contemporáneo. Abarcando casi la totalidad del tema sin perder el control de su narración, Delestrac nos muestra cómo los magnates de la industria se aprovechan de las naciones más pobres para contratar marineros a bajo costo, cómo al rellenar sus cascos de aguas de un puerto y descargarlas en otros introducen especies invasoras que dañan ecosistemas enteros, e incluso cómo la vida marina sufre de la contaminación acústica generada por los inmensos cargueros. A pesar de su devastadora investigación, hay que notar que el estilo de la película está más orientado a lo televisivo pero, siendo justos, Freightened no es un documental que veamos por su lenguaje cinematográfico sino por sus revelaciones de nuestras sociedades.

Afortunadamente, en la realidad no sólo los malvados duermen bien —como diría Kurosawa sobre el empresariado japonés—, pero eso tampoco quiere decir que los oprimidos duermen fácilmente. En Próxima estación: Utopía (Epomenos stathmos: Outopia, 2015), el director griego Apostolos Karakasis muestra cómo para un grupo de obreros la crisis económica en Grecia se convierte en una oportunidad de independencia cuando la fábrica en que trabajan se declara en bancarrota. Ante la posibilidad de perder sus sustento por completo, los trabajadores deciden montar una cooperativa. Sin embargo la labor es mucho más difícil de lo que parece y las complicaciones vienen no sólo desde fuera —la actividad de los obreros es ilegal— sino desde adentro. Los acuerdos y la forma de trabajar se entorpecen entre tantos liderazgos incluso aunque el movimiento atrae la atención internacional de figuras como Naomi Klein, que da un discurso sobre el aprovechamiento de desastres por parte de los grandes capitales para generar ingresos. Como el título lo sugiere, la utopía está próxima pero por lo mismo a la distancia. La reflexión —o más bien la pregunta— que nos queda es: ¿cuándo?.

En Alphaville (1965), de Jean-Luc Godard, un par de personajes se preguntan qué convierte la oscuridad en luz. La respuesta es contundente: la poesía. La ciudad de los fragmentos (2016), un cortometraje de Anaid González Sáenz, que también forma parte de la selección del Festival Internacional de Cine de Morelia, abarca —¿o es abarcado?— por la dimensión poética. En su retrato de la Ciudad de México la directora descubre una colección de historias que filma no con la naturalidad a la que aspira la mayoría de los documentales sino con una sensibilidad que intenta descubrir y realzar una magia oculta bajo el disfraz de la normalidad. En La ciudad de los fragmentos se manifiesta ante nosotros una Ciudad de México habitada por personajes fantásticos, filósofos disfrazados de barberos y vagabundos, que se toman un instante para compartirse con el espectador. Más que una película, es una experiencia, una de muchas más que los espectadores de la Ciudad de México podrán encontrar en DocsMX a partir del 13 de octubre en distintas sedes.

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