Se suele pensar que la conexión fundamental entre el danés Nicolas Winding Refn y EL danés Lars von Trier es su padre, Anders Refn, colaborador asiduo de Von Trier. El lector habrá notado también la nacionalidad danesa que tienen en común ambos cineastas. Sin embargo la primera coincidencia es relevante sólo como un dato curioso, ya que no implica una relación de mentor y discípulo entre Von Trier y Winding Refn, y la segunda no necesariamente significa algo. Sólo hay que comparar las filmografías de Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón para comprender que aunque el carácter nacional existe, la idiosincrasia individual prevalece en la obra de un artista. La afinidad real entre ambos directores es una voluntad de provocar que no había sido tan evidente en el cine de Winding Refn hasta el estreno de El demonio neón (The Neon Demon, 2016). Se podría responder que Sólo dios perdona (Only God Forgives, 2013) y el resto de la violenta filmografía del director contenían ya serios intentos de asquear a la audiencia, de sacarla del cine aturdida y perturbada, pero hasta ahora la filmografía de Winding Refn había puesto más atención a sus significados y su tono mitológico. En El demonio neón no se pierden estos aspectos pero hacia el desenlace se frenan ante algunas de las escenas más provocadoras de Winding Refn.

No es malo ser provocador. Ya la semana pasada , que desafió a tantos círculos que era igualmente criticado por izquierda y derecha. Von Trier, por el contrario, no es un buen provocador. Más bien es un torturador torturado: un artista obsesionado con vengarse de una sociedad que considera hostil. En buena parte de la filmografía de Von Trier nos encontraremos a su sustituto, una mujer, que es perseguida y atacada por el mundo hasta que ella se voltea y le arroja, enfurecida, un planeta o una pandilla genocida. Winding Refn provoca de manera distinta —y mejor—. Sus filmes son violentas odiseas hacia el orden o la trascendencia, películas de acción, pues, compuestas por simbología extraída del mito. Por eso cuesta tanto trabajo generar empatía con los personajes de Winding Refn: no son personas sino conceptos, como el héroe sin nombre de Drive (2011), el misterioso policía que en Sólo Dios perdona es una representación del orden, o Jesse, la imagen de la belleza misma interpretada por Elle Fanning en El demonio neón. Ninguno de estos personajes tiene historia o siquiera carácter. Por otra parte, el ritmo ralentiza un viaje al significado que podría resultar frustrante para el espectador acostumbrado a Bruce Willis y Jason Statham. La violencia llega, pero no es divertida ni apta para mayores de 15 años. Más bien es ritual, excesiva y grotesca. El estilo de Winding Refn nos remite a la vez a Stanley Kubrick y Ruggero Deodato, no a John McTiernan.

El demonio neón fue propuesta antes de su estreno como una cinta de horror pero prefiero llamarla una cinta de Winding Refn. Ir a verla con la idea de El aro (The Ring, 2002) en mente sería, como seguramente lo ha sido para muchos, un error. Si El demonio neón asusta se debe no a la sangre o los monstruos sino a su extrañeza, presente en imágenes visionarias como la de una figura levitando en un antro mientras la luz neón parpadea encima de Jesse y otras modelos. En otra escena, Jesse es erotizada por un fotógrafo que la unta con un maquillaje dorado como si se tratara de un chamán ungiendo a una princesa núbil. El fondo es negro, la cámara, lenta y los movimientos de Jesse sugieren un éxtasis orgásmico. La historia de una modelo novata y huérfana que llega a Los Ángeles para hacerla en grande es en realidad una narración sobre la belleza que fluye de la virginidad y que es codiciada por hombres y mujeres que, afeados y envejecidos por el orgasmo, buscan recuperar esa inocencia para presumirse como un placer para la vista y para el sexo. No es un comentario específico sobre nuestra cultura —aunque por supuesto la incluye—, sobre todo si consideramos el desenlace y su violencia tan antigua, basada en la comunión con los dioses —los conceptos— a partir de la carne.

El problema que encuentro con la cinta es el exceso en la violencia del desenlace junto con un par de escenas grotescas e innecesarias que desentonan —sobre todo temáticamente— con el resto del metraje. Mi queja no es moral, por supuesto, la violencia y la perversión son una realidad y una necesidad natural de nuestra especie. El tono es lo que no encaja del todo. Las dos escenas que mencioné tienen que ver con extraños comportamientos del personaje Ruby (Jena Malone), una maquillista que se convierte en la única amiga de Jesse en la ciudad. Describirlas sería importante para entender por qué contrastan tanto con el resto de la película pero restaría su impacto. Basta con mencionar que se distraen del tema de la belleza con el solo fin de crear una imagen y un miedo memorables en el espectador. El significado se hunde bajo el efecto y esto sucede de manera similar en el desenlace. Tampoco puedo describirlo pero puedo decir que es tan extremo que raya en la farsa, es decir, en su intento desesperado por aterrar, podría causar más gracia que temor.

A Sólo dios perdona se le acusa de haber sido provocadora sin sentido alguno, una película descerebrada con insinuaciones de incesto que no buscaba más que espantarnos. Pienso lo contrario: yo veo en ella una tragedia mitológica sobre la lucha del hombre contra la ética, donde todos sus elementos, en especial los más desconcertantes, son esenciales a la trama. Winding Refn no es un Von Trier, o al menos no había actuado como él hasta El demonio neón. Siempre había querido impactarnos pero lo hacía amparado por el sentido. Hoy Winding Refn ha cedido a las trampas de la provocación sin dañar totalmente su película, que a pesar de todo me parece genuinamente impresionante, pero me pregunto si a partir de este punto tomará la misma dirección que el autoproclamado nazi Von Trier. ¿Se dedicará ahora a provocarnos o nos continuará asombrando?

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