Las secuelas y la serialización no tienen nada de malo: El Quijote de Cervantes se compone de dos novelas, una publicada diez años después de la otra; los libros más famosos de Dostoyevski y Dickens quizá no serían los mismos si no hubieran aparecido por entregas en revistas literarias. En el cine, las secuelas de Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995), de Richard Linklater, le dan mayor dimensión y complejidad a su primera parte, y la cuarta entrega de la serie Mad Max, subtitulada Furia en el camino (Mad Max: Fury Road, 2015), es posiblemente la película de acción más visionaria que se haya producido en Hollywood. El problema que hoy enfrentan las franquicias cinematográficas no es, entonces, la continuación de sus historias sino la incapacidad de distinguirlas unas de otras. Podríamos llamarlo, parafraseando a Walter Benjamin, el problema del arte en los tiempos de la repetición mecánica.

Aparentemente Buscando a Dory (Finding Dory, 2016) sufre de lo mismo que Star Wars: El despertar de la fuerza (Star Wars: The Force Awakens, 2015) y El día de la independencia: Contraataque (Independence Day: Resurgence, 2016): ser una copia de la original. Al igual que en Buscando a Nemo (Finding Nemo, 2003), en la nueva cinta de Pixar Animation Sutdios un pez discapacitado se pierde en el océano y otros dos se aventuran con tal de recuperar a ese pez tan importante: en la primera película Marlin salió a buscar a su hijo Nemo con ayuda de Dory; en la más reciente Dory logra recordar a sus padres y decide encontrarlos. Marlin y Nemo la siguen esta vez. Incluso recurre un viaje a bordo de alivianadas tortugas con acento de surfista pero cuando Marlin ve desde el límite de su arrecife cómo se aleja Dory de la misma forma en que antes se alejó Nemo, se pregunta: “¿Por qué cada vez que estamos aquí alguien se quiere ir?”. Si la película tuviera consciencia de sí misma diríamos que en ese momento se da cuenta del riesgo que corre de ser una mera repetición y elige distinguirse, en lo posible, de la cinta que la precede.

Los gags, por ejemplo, le ayudan a la película a establecer su propia identidad. Es cierto que Dory vuelve a hablar como ballena y que reaparecen brevemente las brutas gaviotas de Buscando a Nemo pero en el resto de los momentos humorísticos —que no puedo revelar ante el peligro de quitarles la gracia— es evidente la preocupación de Andrew Stanton, codirector y coautor de ambas películas, por evitar la tendencia del resto de Hollywood a la repetición. Basta ver cómo regresan las mismos chistes y situaciones de El día de la independencia (Independence Day, 1996) en su reciente secuela para entender mejor el cinismo de Roland Emmerich, que parece crear bajo la estricta dirección de sus inversionistas y del equipo de mercadotecnia. En El despertar de la fuerza es difícil saber si JJ Abrams repitió locaciones y escenas de La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977) por homenajear a George Lucas o por su complicidad con la infertilidad creativa de los grandes estudios. Yo insisto en que es por la segunda razón. A pesar de algunas similitudes entre las dos aventuras submarinas de Stanton no percibo los elementos que me permitan equipararlo a Abrams y Emmerich.

La locación y algunos de los temas sociales en Buscando a Dory son también notables. Durante una escena que suma el carácter de Marlin con un brillante realismo psicológico, Dory se separa de él y Nemo y termina en un acuario público donde transcurre la mayor parte de la cinta. Esto le da oportunidad a Stanton para imaginar las dificultades de una criatura marina discapacitada y en cautiverio y las bondades de la rehabilitación y la posterior liberación. Por supuesto, también le permite introducir nuevos personajes como Hank, un amargado pulpo aterrado del océano; Destiny, un tiburón ballena miope; Bailey, una beluga insegura por haber perdido su ecolocación, y Sigourney Weaver, cuya voz se escucha en el acuario ficticio y le sirve a los personajes como guía. Este elenco no sólo agranda la variedad de especies marinas animadas por Pixar sino que además es el motor de nuevos gags y de algunas secuencias.

En cuanto a las similitudes entre ambas películas puedo decir que la animación no podría ser distinta no sólo porque se trata de una secuela sino porque el diseño de Pixar Animation Studios es un símbolo inseparable de la marca. Pedir algo nuevo en este aspecto sería como exigir una innecesaria cirugía estética. Por el contrario, es importante criticar la recurrencia de los temas y estructuras de la cinta original. La discapacidad y la reunión con la familia son el centro de Buscando a Dory tanto como en Buscando a Nemo y aunque Stanton intenta crear una identidad propia para su nueva película no se puede negar que habla sobre lo mismo que la anterior, a diferencia de la franquicia Toy Story, por ejemplo. En la famosa trilogía sobre juguetes que cobran vida se abordan distintos temas que van de la envidia, en la primera parte, a la ilusión de la fama, en la segunda, y finalmente al abandono y el cambio, en la tercera. Stanton evitó contar la misma historia —aunque usó los mismos patrones— pero no pudo contenerse de decir lo mismo: la discapacidad no es una limitación y la familia no es meramente el origen o un apéndice del individuo: es el núcleo de la felicidad.

Al no poderse desprender de su predecesora, Buscando a Dory queda por debajo de ella pero no al contrario de ella, es decir, de ninguna manera se trata de una ordinaria repetición. En todo caso es una reiteración que se esfuerza de manera admirable por expandir su mundo y sus situaciones no para imitar a la realidad: para reinventarla. Buscando a Dory puede no ser la secuela ideal pero es un ejemplo de que aún existe en Hollywood un ingenio superior a las oscuras trampas de la mercadotecnia.


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