Para su tercer largometraje (primero de habla inglesa), el cineasta sueco André Øvredal se somete a una serie de reglas inusualmente estrictas: filmar una película de terror en una sola locación, con solo tres personajes principales (uno de ellos muerto), donde la trama sucede en una sola noche y con un presupuesto limitado, lo cual tiene como consecuencia la casi nula presencia de efectos especiales.

Esta economía de recursos no hace sino sacar a flote las habilidades de un director que se muestra capaz de sostener la historia dentro de este limitado campo de acción, haciendo gala de un gran despliegue de recursos cinematográficos, un muy buen manejo de los espacios en una efectiva mezcla de terror y suspenso.

En The Autopsy of Jane Doe (Gran Bretaña-EU, 2016) la familia Tilden mantiene un negocio poco usual que han venido heredando por generaciones: son los dueños de una morgue con crematorio incluído cuyas instalaciones están en el sótano de su casa. El profesional y experimentado Tommy Tilden (siempre extraordinario Brian Cox) es asistido en esta tarea por su hijo, el adolescente y aún aprendiz Austin (Emile Hirsch). Ambos se dedican a hacer las autopsias de cuerpos que les manda la policía y lo hacen con toda calma y profesionalismo. Con música rock de fondo, provista por una vieja grabadora, padre e hijo proceden con absoluta naturalidad a destazar cuerpos, tomar muestras, quitar órganos y así descubrir la verdadera causa de muerte de la persona.

Ambos trabajan como una suerte de Holmes y Watson ya que, aunque las causas del deceso pudieran parecer evidentes, “todos guardan un secreto”, y es la tarea principal de esta familia de dos descubrir, documentar y dar un veredicto.

La rutina se rompe cuando una noche, la policía local les lleva un cuerpo encontrado en una sangrienta escena de crimen y de la cual urge dar indicios de lo ocurrido. El cuerpo en cuestión es absolutamente diferente a lo que los Tilden suelen recibir, se trata de una hermosa mujer cuya piel sigue en perfecto estado, de mirada penetrante y que no tiene marcas aparentes de violencia. El enigma se hace mayor cuando, al abrir, descubren marcas internas de tortura, órganos quemados, inscripciones en la piel y toda una serie de características que no hacen sentido. Estos peculiares Holmes y Watson se encuentran frente a un verdadero enigma.

La primera mitad es la mejor lograda cuando, mediante un exquisito humor negro mezclado con un rigurosamente sangriento gore y un muy bien armado suspenso, se muestra la rutinaria naturalidad del escandaloso oficio de esta familia que se dedica a abrir cuerpos, tomar muestras, embolsar órganos, tomar fotos y escudriñar al interior de una persona que hace algunas horas estaba viva. Es aquí donde André Øvredal demuestra una absoluta seguridad en la creación de atmósferas, el manejo de espacios, el ritmo y en la construcción de personajes cuyo destino nos es importante.

Para la segunda mitad, este exquisito filme de suspenso con brochazos de cine gore da paso, inevitablemente, al horror sobrenatural que si bien no puede evadir ciertos clichés (un uso medianamente orgánico del trillado, aunque efectivo, jump scare) se mantiene no solo por el rigor de su realizador sino también por la presencia ominosa de la tercera gran actuación de esta historia, la mismísima Jane Doe (interpretada por la actriz Olwen Kelly) cuyo papel, aunque sea el de una muerta en la plancha de la morgue, resulta intrigante gracias al buen juego de cámara (a cargo de Roman Osin) que insiste, una y otra vez, en hacer un zoom sostenido al rostro de la actriz que aún inmóvil -pero con los ojos bien abiertos- es capaz de transmitir miedo e incomodidad.

Aunque el desenlace es lo menos logrado del filme, todo el viaje no deja de ser un muy interesante ejercicio de terror y suspenso, con claros tintes de cine serie B, donde se mezclan elementos que no suelen ser comunes en este género: buenas actuaciones, minimalismo y una precisa ejecución de un director que demuestra oficio. Toda una promesa para el futuro.

@elsalonrojo

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