Mucho se ha dicho -so pretexto del estreno de su nueva cinta, Silence- respecto al contexto religioso en la filmografía de Martin Scorsese. El propio autor ha declarado no saber qué fue primero en su vida, si el fervor religioso o la pasión por el cine. Al leer cómo es que Scorsese entiende a Dios, la conexión entre un Wolf of Wall Street (2013) con un Taxi Driver (1976) y un Raging Bull (1980) con Silence se hace evidente.

“Si estuviera entre nosotros ahora” -dice Scorsese en una entrevista posterior al estreno de The Last Temptation-  “Jesús viviría en la Avenida 8 (de Nueva York), con las prostitutas y los dealers de crack. Él nunca tuvo miedo en estar en compañía de los marginados [...] el Dios que he tratado de representar en mi cine le habla a todos esos que están convencidos que Jesús jamás les hablaría a ellos, que Dios jamás escucharía sus plegarias”.

Silence es otra cinta sobre aquellos que piensan que Dios no los escucha. Basada en un libro homónimo escrito por Shûsaku Endô, la cinta sigue la increíble travesía de dos padres jesuitas, Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver) que parten rumbo al Japón feudal del siglo XVII en búsqueda de su mentor, el padre Ferreira (Liam Neeson) de quien corren rumores que ha apostatado (ha renunciado a Dios) luego de las tremendas torturas a las que fue sometido por parte de las autoridades de Japón, quienes en ese entonces prohibían la práctica de la religión cristiana y perseguían a todos sus creyentes.

Sin nada en las manos más que sus rosarios, sin nada encima más que sus ropas, y mucha fe, este “ejército de dos” parte con entusiasmo rumbo a territorio hostil, para encontrar un infierno. Y es que en efecto, la represión es tal que los fieles tienen que hacer misas clandestinas, esconder imágenes y rezar en voz baja. Sobre los creyentes y los padres pende una recompensa en monedas de plata para todo aquel que los entregue a las autoridades, por lo que se hace difícil confiar en nadie.

Pero en medio de todo ello, Rodrigues y Garupe descubren esta fe que desafía prohibiciones. La religión como un acto de resistencia. La fe como única salvación a este mundo donde sólo se viene a sufrir “y a pagar impuestos”. El fervor de esta personas que lo arriesgan todo por su religión despierta las primeras dudas de Rodrigues, y es que ¿acaso este dolor no se hubiera evitado si los jesuitas y demás curas no hubiesen llegado en primera instancia a Japón?

En ese sentido, Silence bien podría ser un remake de La Última Tentación de Cristo: la duda respecto a la fe y la conexión con Dios nubla la vista, pero a diferencia de aquella de los años ochenta, en Silence no habrá marcha atrás. Luego de un tiempo de esconderse, de oficiar misas en cavernas (¿otra referencia al cine mismo?) y bautizar clandestinamente a varios bebés y niños, el padre Rodrigues es capturado, gracias a la traición de un campesino - Kijihiro (Yôsuke Kubozuka)- que vio cómo torturaban a su familia y que, para salvarse, pisó con la planta del pie una imagen cristiana, acto que simboliza la renuncia y el abandono de su fe.

Así comienza el viacrucis de Rodrigues, quien verá cómo torturan a más creyentes mientras le ofrecen parar la masacre con la simple acción de pisar una imagen de Cristo. Cual Judas, Kijihiro no dudará siempre en apostatar, las veces que sea necesario, para luego confesar sus pecados con el propio Rodrigues, al que perdonar cada vez le cuesta más trabajo.

Para algunos, Scorsese pide demasiado a sus fieles: una película de tres horas de duración, prácticamente sin música, sin planos secuencia ni tomas complicadas, en un tono que por momentos está más en contacto con el cine de Dreyer y Bresson que con el frenesí clásico del cine de Scorsese. Todos aquellos que no comulguen, que ni lo intenten.

Las famosas tres horas no pesan, sobre todo en el tercer tercio, donde Rodrigues no puede eludir más la prueba máxima si es que quiere sobrevivir. Donde el diablo aparece en forma de dudas que lo carcomen y en el que su Judas personal estará siempre cerca para recordarle que para amar a Dios hay que permanecer vivo, no importando el costo. El verdadero acto de amor es luchar por la vida a pesar de las circunstancias.

Se podría hacer todo un debate respecto a esta mirada de Scorsese a su propia religión (el papa Francisco vio la película y le fascinó) pero más allá de ello, Silence es una epifanía construída sin despliegues descomunales pero no sin belleza (esa cámara de Rodrigo Prieto), emoción (aquel “ejército de dos”) y un final sorprendente, doloroso, algo cruel, pero que en el último fotograma se erige como uno de los momentos más logrados en la filmografía de Scorsese: la conexión perfecta entre su fe religiosa y su pasión por el cine.

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