Hay una frase (francamente no recuerdo si se la escuché decir a alguien o es de una película) que dice que no es sino hasta que vivimos el duro proceso de la muerte de alguno de nuestros padres que nos podemos entonces llamar adultos.

Sospecho que eso mismo piensa la directora mexicana Claudia Sainte-Luce quien, para su segundo largometraje, La caja vacía (México, 2016), continúa con los mismos temas: la crisis que se presenta cuando sus protagonistas (siempre mujeres) tienen que enfrentar el largo proceso de la enfermedad de uno de sus padres hasta el fatal puerto de la muerte. O en otras palabras, el cine de Sainte-Luce es la crónica del inevitable, doloroso y repentino pasaje de sus personajes hacia la adultez.

Tal era el caso de su celebrada y muy notable ópera prima, Los Insólitos Peces Gato (2013), donde una tímida, solitaria y hosca Ximena Ayala terminaba siendo adoptada por una pintoresca familia cuya dinámica giraba alrededor de la lucha de la mamá por derrotar a la enfermedad.

Si ya desde entonces se sospechaba el carácter personalísimo de aquella historia (era obvio que el personaje de Ximena Ayala no era otro sino el de la propia Sainte-Luce), en este caso lo es aún más, ya que la directora es además guionista y protagonista de su propia cinta.

Jazmín (Sainte-Luce, muy convincente también como actriz) es una chica que vive sola, trabaja como community manager y también como mesera en un café. De improviso llega su padre, Toussaint (Jimmy Jean-Louis), un anciano de origen haitiano que busca asilo puesto que está muy enfermo (padece de demencia vascular) además de que no tiene un quinto. Jazmín tendrá que recibirlo a regañadientes mientras el viejo poco a poco se va perdiendo en el océano de sus recuerdos que vemos vívidos en pantalla (desde su niñez hasta su adolescencia) cual si fueran sueños lúcidos en secuencias que rozan con lo surreal (aquel departamento derrumbándose) pero que dibujan una vida plena, llena de amores y aventuras, aunque no precisamente de cercanía con su hija.

No esperen una cinta como Los Insólitos.., aquí no habrá espacio para el humor, el color ni la calidez. La directora, tratando de eludir la auto repetición, impregna un tono mucho más sombrío, deprimente y oscuro a este filme, mismo que, por supuesto, se trata de un ejercicio personalísimo de la propia directora que usa al cine como vehículo para expiar sus propios pecados. El cine como herramienta para sanar.

Estamos frente a una película que no es cordial con la audiencia, de ritmo pausado y tonos negros, donde la frágil pero entrañable dinámica entre padre e hija nos obligará a recordar las dinámicas con nuestros padres y pensar, por tétrico que parezca, en el día que nos toque hacernos cargo de ellos rumbo a sus últimos días.

@elsalonrojo

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