En un primer vistazo, Kubo and the Two Strings (Kubo y la búsqueda del Samurái, por su nombre al español) no es más que el clásico relato del hero’s path (a lo Joseph Campbell) donde un pequeño niño, Kubo (voz en inglés de Art Parkinson), que se asume común y corriente, se verá confrontado a su propio linaje familiar para después reconocerse como un héroe al enfrentar a un poderoso enemigo.

Pero la historia no es más que un mero excipiente para la verdadera intención del filme: hacer todo un caso respecto al manejo de la pérdida, el cómo encontrar la paz ante la muerte de algún ser querido, y sobre la memoria (“la más poderosa de todas las magias”) como herramienta fundamental en el duelo: mientras los recordemos, nuestros muertos seguirán con nosotros.

Ambientada en el Japón antiguo, Kubo es el hijo de un guerrero y una diosa que al enamorarse desataron la furia del padre de ella, el Rey Luna (voz de Ralph Fiennes), quien arrebata un ojo al pequeño niño producto de aquella relación impía en tremenda batalla donde el padre de Kubo pierde la vida.

Su madre (voz de Charlize Theron) rescata al pequeño Kubo y lo lleva a vivir a una cueva. Ahora es el propio niño quien cuida de su madre (que vive con las secuelas emocionales de aquella batalla, perdiendo cada vez más su vínculo con la realidad en una especie de coma), por lo que para sobrevivir, acude todos los días al pueblo local para -a cambio de unas monedas y con la ayuda de ciertos poderes que posee para hacer figuras de Origami - convertirse en narrador de la fantástica historia de su familia (particularmente de las batallas de su heroico padre) pero dejando siempre el final abierto, no por otra cosa sino porque Kubo mismo no sabe el final de esta historia, ni tampoco sabe que en realidad se trata de su propia historia.

El relato es muy convencional, tanto que incluso se pueden reconocer muchos guiños a Star Wars (Lucas, 1977). ¿Acaso los productores están haciendo homenaje a la obra de George Lucas? No necesariamente, en todo caso están haciendo homenaje al cine de Akira Kurosawa, de quién Lucas se inspiró (saqueó, dirían algunos) para su millonaria épica.

Pero más importante que el qué es el cómo. Kubo and the Two Strings es, sin miedo a exagerar, una de las mejores películas animadas que verán este año (después, si acaso de Anomalisa) y también la más hermosa. Hacen falta adjetivos para describir el cuidado en los detalles, la expresividad de los personajes, la precisión en las escenas de acción. El flujo de imágenes oníricas, de colores vivos y escenarios fabulosos que en el registro de la cámara de Frank Passingham (ya con larga trayectoria en los estudios Aardman) adquieren una fuerza impresionante que por momentos hace olvidar que estamos ante simples figuras de papel y cartón.

Laika, el estudio responsable de esta pequeña obra maestra, se erige así como un estudio con capacidades tan altas (¿incluso más?) que el propio Pixar. Con una personalidad oscura y compleja que se refleja en los filmes que produce (Paranorman, Coraline, Boxtrolls), los estudios Laika apuestan por una narrativa más natural y menos manufacturada que la de Pixar, en una apuesta más por el arte antes que por la efectividad ante la audiencia: Pixar quiere apelar el público en masa, Laika quiere simplemente hacer arte, no importando que no le hable a todo el demográfico.

El relato sobre un niño tuerto que tiene que enfrentar al asesino de su padre y que en el camino no sólo se descubre como guerrero, sino que además entiende el cómo sobrellevar la muerte de sus familiares hubiese sido algo demasiado denso para Pixar. Laika no tiene miedo a tratar los temas fuertes y oscuros. Lo hace además con una belleza abrumadora.

Kubo and the Two Strings merece todos los premios, y aún así le quedan debiendo.

@elsalonrojo

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