En algún momento de The Neon Demon, el décimo largometraje del danés Nicolas Winding Refn, la aspirante a supermodelo Jesse (Elle Fanning) tiene un ataque de sinceridad con su novio y le confiesa: “No sé cantar, no sé bailar...carezco de talento, pero soy bonita, y puedo hacer un buen dinero a partir de eso”.

Esto podría ser, más que una frase, una confesión de parte del propio director. Obviamente Refn tiene talento, pero también ha descubierto (desde sus anteriores filmes como Drive y Only God Forgives) que la belleza vende, y tal vez por ello no ha querido (o no ha sabido) escapar a esa estética glamorosa-ochentera-neón de sus últimos filmes.

Así, no debe sorprender a nadie que esto sea, por encima de cualquier otro objetivo, un nuevo ejercicio de estilo donde el director (junto con su fotógrafa, Natasha Braier) inunda la pantalla con atractivas imágenes neón, modelos hermosas y una estética que por momentos pareciera copiar el estilo de las fotografías de Helmut Newton con un comercial de cosméticos.

Con ese telón de fondo, Refn nos presenta a Jesse, una chica recién llegada a California cuya belleza fascina a medio mundo excepto a sus compañeras modelos, quienes envidian su cara angelical, su cuerpo tan delgado y en general esa aura virginal que la rodea.

Para Refn, la industria del modelaje es una jungla salvaje y Jesse no es más que carne fresca a merced de los depredadores (hombres o mujeres) que sólo esperan el momento adecuado para comérsela viva. Así, tenemos a Ruby (Jena Malone, quien por momentos se roba la película) una maquillista que llevará a Jesse a conocer a otras modelos como Gigi (Bella Heathcote) o Sarah (Abbey Lee) quienes no tienen empacho en reconocer que la mitad de sus cuerpos son plástico; así es el negocio, la belleza “no es lo más importante, es lo único”.

Refn no es sutil, en todo momento crea imágenes que acechan a la virginal Jesse, desde aquel fotógrafo que por primera vez le pide que se desnude para que este le unte pintura dorada por todo el cuerpo usando sus propias manos, hasta el puma que aparece en su habitación de hotel barato, o la poderosa imagen del inicio, donde la modelo parece estar muerta y desangrándose pero con el maquillaje perfecto.

La jungla del modelaje -según Refn- roza con el terror gore: una secuencia onírica que involucra necrofilia, referencias vampíricas en la figura de sus amigas modelos (que le chuparán la sangre a Jesse en más de un sentido), hasta incluso referencias a actos de canibalismo. Todo ello mostrado de la manera más estilizada y limpia que sea  posible.

Como es costumbre en el cine de Refn, todo esto no es más que un pastiche que trata de incorporar como propias fórmulas o imágenes ya antes vistas: un poco de Lynch en Mulholland Drive (2001), un poco de Almodóvar en La Piel que Habito (2011), otro tanto del cine de De Palma, e incluso otro tanto de autoparodia. Y es que esto no sólo es un llamativo ejercicio de estilo, es también un ejercicio de ego. Refn firma su película con su nombre y con sus iniciales, NWR, que se quedan fijas en los créditos finales; promociona la película con fotografías donde él mismo es el modelo y repite a Cliff Martínez como encargado de la música: un remix dentro del remix.

Pero llega un momento que es imposible no preguntar ¿y todo esto para qué? Refn suele evocar siempre la misma justificación: sus últimos filmes son cuentos de hadas posmodernos. Pero más allá de lanzar a su Lolita a una jungla para ser devorada, más allá de las imágenes, (algunas sumamente logradas), más allá de la figura perfecta de casi todas sus actrices, o de la mirada cuasi hipnótica de Elle Fanning tras las capas de maquillaje, no hay nada más.

The Neon Demon resulta tan vacía y artificial como las modelos y el mundo que retrata.

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