The Killing Joke (1988, Moore) fue el capítulo final de una de las épocas más interesantes e influyentes en la historia del cómic. Relegado como entretenimiento “para niños”, un par de autores le demostraron al mundo no sólo que el arte secuencial era algo más que “monitos”, sino que el cómic, como medio, podía tratar temas tan complicados como relevantes. Temas “adultos”.

Probablemente esto ya habría quedado claro en la arena del cómic independiente (Maus de Art Spiegelman), pero en una de las dos grandes majors del cómic mainstream, la DC Comics (hogar de Batman, Superman y Wonder Woman), fueron dos escritores los que cambiaron la historia no sólo de la compañía sino de la industria por completo: Alan Moore y Frank Miller.

Primero fue Miller con The Dark Knight Returns (1986) y su visión increíblemente oscura del mito de Batman; estamos hablando que para ese entonces la referencia inmediata sobre el personaje en la psique colectiva era Adam West, con su sonrisa perenne, bailando batituist y cuyo peor enemigo eran las erecciones que le provocaba ver a Julie Newmar en aquel pegadísimo traje de Gatúbela.

Miller regresó al personaje a sus orígenes oscuros, Batman no era más el panzoncito bailarín de la tele, era un ser atormentado por el asesinato de sus padres, un vigilante nocturno que no se rendiría jamás y cuyo único código es acabar con el crimen usando el poder de su intelecto y del dinero que le heredara su padre, abatido en una calle común por un delincuente común cuando el pequeño Bruce apenas era un niño.

Miller incluso se dio espacio para hacer de The Dark Knight Returns una crítica al régimen de Ronald Reagan, pasando por el mismo rasero a Superman, quien en esta versión no es sino un mandadero del gobierno en turno. El enfrentamiento entre el casi fascista Batman y el institucional Superman era el final de aquel cómic y el principio de toda una era que -insospechadamente- tendría eco hasta nuestros días: el boom del cómic adaptado a cine.

Alan Moore, más refinado y con muchas más sublecturas, escribe y publica para la DC la opus magna del cómic mainstream: Watchmen (1987). Entre muchas otras cosas, la visión de Moore en este tomo (nombrada por la revista Time como una de las 100 mejores novelas de todos los tiempos) trata de responder a la pregunta ¿cómo sería realmente el mundo si existieran los superhéroes?, ¿sería un mundo deseable y mejor?. La pregunta ominosa que permea la novela, Who watch the Watchmen?, plantea la duda sobre quién sería el encargado de controlar tal poder de los metahumanos, de los héroes con capa si es que estos realmente existieran.

Pero si Watchmen es el Ulysses del cómic, si su V for Vendetta (1988) es una crítica al régimen de Thatcher, o Swampthing su cómic antireagan, The Killing Joke es, para el propio Alan Moore, una regresión. “Nunca terminó de gustarme mi trabajo en The Killing Joke, fue poner demasiado peso melodramático en un personaje que no está diseñado para eso. Tiene algunas cosas buenas, pero en términos de mi escritura, no es mi favorito”, declaró Moore en alguna entrevista.

The Killing Joke es una novela gráfica bastante corta, de un solo tomo donde, por un lado, se narra el origen (o un posible origen) del archienemigo de Batman, The Joker. Por otro lado, plantea la idea que tanto Batman como Joker son en realidad las dos caras de la misma moneda, dos tipos que un día tuvieron un día terrible y por ello se volvieron locos, convirtiéndose uno en un asesino serial desquiciado, y el otro convirtiéndose en un tipo que se disfraza de murciélago en las noches.

La parte más polémica era el plan de Joker: a sangre fría y sin mayor miramiento, el Guasón toca a la puerta de Bárbara Gordon (Batichica) y le asesta un balazo que la dejará inválida, no sin antes desnudarla, fotografiarla, y presumiblemente violarla. La portada del número es un clásico: Joker, apuntando hacia la cuarta pared con su cámara, haciendo de nosotros, los lectores, las veces de Batichica siendo vejada por aquel maniático.

Moore ha declarado que cuando contó sus planes, el editor en turno le dijo “no hay problema, deja paralítica a la perra”. A la postre, el escritor acepta que aquella fue una de las cosas que debieron detenerle “pero no lo hicieron”.

Honesto o no en aquel arrepentimiento, el tema de Batichica es el que permea, 28 años después, en la adaptación animada del texto de Moore y que esta semana estrenó en algunos cines y como material descargable en iTunes y Google Play.

Dirigida por Sam Liu (director de varias de las adaptaciones animadas de los cómics de DC) y adaptada por Brian Azzarello, la película pareciera suscribirse dentro de un sentimiento de culpa por lo que Moore le hizo a Barbara Gordon. Para resarcir (y para resolver el problema de que el texto original no da para una historia de hora y media), la película empieza con un largo prólogo (que no es propio de la obra original) donde se narran los inicios de Batichica como superheroína bajo la férrea tutela de Batman.

Aquí se presenta a una Bárbara Gordon que lucha en un mundo dominado por hombres. Su primer obstáculo es ser mujer, el segundo es su propio mentor, esa pared llamada Batman que la protege (¿sobreprotege?) de los depredadores sexuales que la rodean, en este caso un mafioso de poca monta que se enfrenta a ella, que jamás le da su lugar como heroína, sino al contrario, la ve como una mujer acosable, guapa y que no debe de tomarse en serio.

Harta de ese mundo de hombres-acosadores que la quieren controlar, termina explotando contra su propio mentor, en una escena (¡atención sigue un SPOILER!) de sexo que aunque pudiera ser interesante, parece más una gratuidad que sólo provoca el babeo de los nerds.

Probablemente interesante en las motivaciones pero decididamente torpe en la ejecución, al muy extendido y por momentos ridículo prólogo le sigue una adaptación, más o menos exacta, del texto original de Alan Moore. Con las voces de Kevin Conroy como Batman y de Mark Hamill como el Joker, esto es si acaso el único punto alto en esta pieza que carece de una animación vistosa, al contrario, es más bien pobre sobre todo si se le compara con el arte original del dibujante Brian Bolland. Son las voces, y no el trabajo visual, lo que levanta a esta cinta que pierde mucho del ritmo, del suspenso y del cuidado en el detalle de la obra original.

Por supuesto, el reto era muy alto, pero aquí lo eludieron como quien huye de un cobrador, la animación es tan pobre como la de cualquier caricatura de sábado en la mañana en la televisión.

No deja de ser interesante que la obra de Alan Moore siga siendo, 28 años después, tan polémica, que siga planteando enigmas para la editorial (aunque los resuelvan de la manera más torpe) y que no haya perdido influencia (¿cuánto de este Joker no hay en el de Heath Ledger?, ¿cuánto no habrá en el de Jared Leto?).

Aún con todos esos defectos, aún con lo mal adaptada y lo peor animada, no deja de saltar el corazón cuando Bárbara abre esa puerta y deja entrar a la locura del mundo que vive allá afuera.

Larga vida a Batichica.

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