Una de las ideas más arriesgadas que ha tenido Pixar en su historia es justamente la que derivó en Finding Nemo (Stanton, Unkrich, 2003), una película de aventuras donde los protagonistas eran peces. Hoy día podría sonar como un filme promedio pero en aquel entonces no era claro que los traumas cuasi existenciales de un grupo de peces pudiera ser atractivo para la audiencia, amén del reto técnico de recrear el fondo del vasto mar en la computadora.

Y sin embargo, la apuesta funcionó, la idea arriesgada rindió frutos: Finding Nemo se convirtió en la película Pixar con mejor taquilla en su historia, rompiendo la mítica barrera del billón de dólares.

Finding Dory, más que una secuela, se convierte en un acto auto celebratorio y de homenaje no sólo a la película original, sino al espíritu de riesgo que caracterizó el cine de Pixar en su primera etapa y del cual Finding Nemo era su mejor ejemplo.

Espíritu de riesgo que se homenajea al mismo tiempo que se traiciona, y es que en términos generales, esta nueva película no es más que la misma cinta que ya vimos pero con los roles intercambiados: Dory, la pececito azul que sufría de amnesia en la memoria a corto plazo y cuya voz original es de la inmejorable Ellen Degeneres, será la que ahora esté en búsqueda de sus padres mientras que Nemo y Marlin se convertirán en personajes secundarios.

Un año después de los acontecimientos de la primera cinta, Dory comienza a tener flashbacks sobre su infancia, cuando apenas era una tierna pez que jugaba con sus padres. Estos recuerdos obligan a la protagonista a ir en una travesía impensable que la llevará del mar a un refugio de peces (el Instituto de la Vida Marina) donde probablemente se encuentren sus padres.

En el camino, Dory se encontrará con toda serie de personajes nuevos cuya adorable personalidad está fríamente calculada para así convertirse en el gran crowd pleaser de esta cinta, a saber: una ballena medio cegatona llamada Destiny (voz original de Kaitlin Olson), unos flojonazos osos marinos interpretados por Idris Elba y Dominic West (¡McNulty y Stringer juntos otra vez!), un simpático beluga con voz de Ty Burrell (Phil en la serie Modern Family) y el huraño pulpo Hank (Ed O’Neill, también de Modern Family), personaje que se roba toda la película y que en más de un sentido es el verdadero protagonista de la cinta.

Y es que el pulpo Hank -quien a diferencia de todos en la cinta no le interesa vivir en familia sino al contrario preferiría estar en una pecera, desentendido de los problemas y atendido siempre por humanos- no sólo se mueve libremente y sin problema fuera del agua, sino que además posee la muy útil habilidad de mimetizarse con el entorno. Hank es en realidad el vehículo que permite que el predecible pero indudablemente divertido guión de Andrew Stanton y Victoria Strouse funcione. Sin Hank, Dory no llegaría muy lejos.

Stanton y Strause hacen uso y abuso de la fórmula Pixar: poner en peligro tras peligro a los héroes y que todo se resuma en llevar a un grupo de personajes de un punto A a un punto B. De eso se tratan básicamente todas las Toy Story, Nemo, Inside Out y ahora Dory.

La falta de originalidad que subyace en todo el filme se recompensa con humor y aventura. Cual parque de diversiones, Dory irá en una travesía improbable, llena de obstáculos y problemas que se tendrán que ir resolviendo al ritmo de momentos que van de un peso emocional terrible (Dory perdida en medio de la nada antes de enfrentar su destino, en lo que tal vez sea uno de los momentos más angustiosos en la historia de Pixar) a la diversión absoluta con decenas de personajes secundarios, momentos de slapstick sumamente divertidos, escenas de aventura tan emocionantes como disparatados (cierta secuencia que involucra un camión), sin olvidar el gran rolling gag que involucra de manera omnipresente a la actriz Sigourney Weaver.

Las reglas del juego obligan a esbozar una moraleja. Si la lección en Finding Nemo era sobre controlar el miedo frente a la adversidad (así como un comentario sobre los padres sobre protectores), aquí la lección va acerca del poder de lo impredecible y la importancia de tomar riesgos; irónico que sea una secuela quien venga a tratar de vendernos esa idea.

También hay un claro mensaje de inclusión hacia los diferentes: tanto Nemo como Dory padecen de problemas físicos (la aleta corta y la falta de memoria) que no los marginan, al contrario, los potencializan.

Como en toda road movie que se respete, Dory terminará por encontrarse a sí misma, en un final que esboza un mensaje mucho más honesto: los amigos son también familia, y como a la familia biológica, a los amigos hay que abrazarlos, cuidarlos y procurarlos. Por ellos también vale la pena cruzar mil océanos y seguir nadando.

@elsalonrojo

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