Ante la frialdad de los números es imposible discutir. Con Warcraft, el delirio bélico-medieval dirigido por Duncan Jones y basado en el famoso videojuego del mismo nombre, la cultura nerd toma revancha en un rubro que tenía pendiente. Si bien para nadie es novedad que la industria se encuentra actualmente dominada por el cine basado en cómics (“todo mundo se está poniendo trajes de mallas”, diría un frustrado Michael Keaton en Birdman, 2014), los nerds no habían podido ejercer ese dominio en Hollywood a partir de su segunda obsesión de vida: los videojuegos.

Y el fracaso no era por falta de intentos. Desde aquel desastre kitsch de la película basada en el buque insignia de Nintendo, Super Mario Bros. (1993), hasta el pastiche neo nostálgico de Adam Sandler en Pixels (2015), Hollywood no había podido anotarse un éxito tan contundente en números como lo hace con Warcraft, que a pesar de ser un tremendo fracaso en los Estados Unidos (tanto en crítica como en taquilla) , en China recaudó en su primer día más dinero que la última vuelta de Rápidos y Furiosos (ya perdí la cuenta en cuál van).

Así, gracias a los chinos, Warcraft está por convertirse en la primera cinta basada en videojuegos con fuertes posibilidades de llegar hasta los $500 MDD de recaudación mundial, una cifra “menor” para los estándares de los blockbusters de hoy día (que casi por regla deben llegar de menos a los $800 MDD para ser negocio) pero que vislumbran un futuro luminoso para el género. No que nos llene de alegría pero al parecer estamos frente al inicio de una nueva andanada nerd en el cine, una nueva era de películas basadas en videojuegos.

¿Realmente es tan mala Warcraft? Mi respuesta en corto sería no (este mismo año he visto cosas mucho peores, saludos a DC Comics), pero el que la película no sea el desastre que todos quisieran no es tampoco una buena noticia.

Antes de seguir habría que aclarar un punto: la única razón por la que me atreví a ver esta cinta es por su director, Duncan Jones. De no ser así, jamás me hubiera parado ni tres cuadras cerca de donde exhibieran la película.

Hasta antes de esta cinta, la carrera de Jones era una de las más prometedoras en el género de ciencia ficción. Su debut, Moon (2009), es una inquietante exploración existencialista inserta en el subgénero de cine sobre el espacio exterior que si bien no negaba sus influencias más obvias (Tarkovsky), si presumía a un director en pleno control de sus personajes capaz de crear atmósferas opresivas e interesantes.

Su segunda cinta, Source Code (2011), era un ambicioso reto de narrativa, una especie de Groundhog Day (Ramis, 1993) en clave de ciencia ficción donde un hombre reencarna, una y otra vez, en el cuerpo de un pasajero que viaja en un tren que está a ocho minutos de explotar. La misión de este hombre es encontrar las causas de esta explosión y evitarla para salvar cientos de vidas.

¿Cómo es que un cineasta tan ambicioso e inventivo terminó dirigiendo una película basada en un videojuego?, ¿nadie le dijo que por regla general este tipo de cintas son una porquería?

“Todo lo que quiero hacer es una gran película” declaró Jones en alguna entrevista, y si bien es indudable el fracaso en esa meta, la película definitivamente se beneficia de las habilidades narrativas del director.

Para decirlo de otra manera, Duncan Jones tiene claro que esto no puede ser Lord of The Rings, que esto debe ser más ágil, más directo y sin tanta palabrería, cosa que en lo personal agradezco y que termina siendo un activo de la cinta. Warcraft no presume de gran mitología, su concepto es simple: hay un mundo poblado por orcos (enormes criaturas musculosas que les crecen colmillos de la mandíbula inferior hacia arriba) que están por invadir un reino habitado por humanos (que no es la tierra pero se le parece), donde también existen magos (ese remedo de Gandalf con todo y cetro de madera), enanos, enormes aves voladoras y guerreros que pelean con armaduras, espadas y con tremendos pistolones capaces de dañar a los Orcos. Anything goes.

Así, lo mejor que podemos hacer si ya no quedó de otra y estamos en la sala viendo esta película es dejarse llevar. Lo bueno es que el director parece entender la situación y no nos hace perder el tiempo (o no mucho, pues); aquí la trama es lo de menos, no se detiene demasiado en ella, plantea la situación sin mayor preámbulo, sabe que no necesitamos explicaciones mayores y aunque las hiciera no entenderíamos nada. Su mantra es hacer que todo avance, con buen ritmo, para sólo detenerse en los mejores momentos de la cinta, aquellos donde sin pudor se convierte en lo que es: un videojuego con batallas bien coreografiadas, vistosas, aunque sin la épica fastuosa de Lord of The Rings.

El guión bien podría tacharse de predecible, lo cierto es que al menos no juega a los “buenos y malos” con tanta desfachatez; de hecho hay buenos y malos en los dos bandos, los giros de tuerca al respecto son constantes y representan la única área donde la película se permite cierta osadía: nadie la tiene segura en esta historia, no por aparecer en el cartel de la película quiere decir que tu personaje llegará vivo al final de la misma.

El CGI tampoco peca de espectacularidad excepto en los orcos, probablemente una de las mejores ejecuciones de la técnica de motion capture junto con las botargas digitales que cada vez son más comunes en este tipo de cine.

Históricamente, los videojuegos han sido un gran ladrón del cine, le han copiado a este tecnicas visuales, profundidad narrativa y construcción de personajes. Es tal vez por ello que esta nueva ola de cine basado en videojuegos tenga mayor éxito, dado que ahora hay -de hecho- algo que adaptar. No es el caso de Warcraft, evidentemente, pero esta película está zanjando el camino, lo cual puede llenarnos de horror: se ve en el horizonte veranos  atiborrados de cine de superhéroes y ahora también de cine basado en videojuegos.

Chico favor el que nos ha hecho Duncan Jones.

@elsalonrojo

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