En alguna escena de Irrational Man, el film correspondiente al año 2015 del incansable y prolífico Woody Allen (en lo que usted lee esto el cineasta está terminando su primera serie de televisión a la vez que hace la postproducción de su película correspondiente a 2016), el deprimido y algo patético profesor de filosofía Abe Lucas (Joaquin Phoenix) le muestra a sus alumnos (presumiblemente millenials) en qué consiste el juego de la ruleta rusa, poniendo su vida en peligro ante un atónito grupo de jóvenes que no puede creer la locura y poco aprecio por la vida que demuestra su profesor.

Con ese mismo asombro es que los críticos de Allen, cada año, se alarman ante el juego de ruleta rusa que supone el cine del director neoyorquino. La mezquindad de algunos de ellos no deja de invitar a Woody al retiro cuando este entrega una cinta menor, pero Allen respira y vive de hacer cine y es por eso que inevitablemente, incansablemente, irremediablemente filma una película nueva cada año, aunque en cada intento juguemos a la ruleta rusa: ¿entregará una obra mayor o una obra menor dentro de su filmografìa?

No cabe duda que en esta caso nos tocó el barril cargado, Irrational Man es, qué remedio, una pieza mediana dentro de su vasta filmografìa, pero la estatura de la obra de Allen es tan grande que incluso sus cintas “menores” están siempre por arriba de la media de casi cualquier otra cosa de la cartelera (¿o acaso me van a venir a decir que prefieren ir esta semana a ver ese refrito del refrito de Die Hard llamado London has Fallen?, por favor, seamos serios).

En Irrational Man, la llegada del profesor Abe Lucas a una universidad de la Costa Este norteamericana causa conmoción. Al renombrado profesor le precede no sólo una fama de brillante sino además de seductor mujeriego por lo que alumnas y profesoras cuchichean sobre las posibilidades de tener cerca a Abe. Esto incluye a la hermosa Jill (Emma Stone) quien a pesar de llevar una relación estable y seria con su actual novio, no deja de caer seducida y fascinada por la personalidad autodestructiva pero invariablemente culta de su nuevo profesor.

Abe es el clásico “escritor maldito”, desencantado de la vida y en una depresión constante que al parecer le viene a partir de la muerte de su mejor amigo en alguna guerra de medio oriente, el hombre no duda en contagiar su pesimismo en clase (“la filosofía es masturbación verbal”) al grado incluso de ir por el campus bebiendo whisky de su licorera de bolsillo incluso antes de las 12 del día.

La cosa se vuelve aún más interesante cuando el hombre, contraviniendo su propia leyenda, le falla sexualmente a su colega Rita, una profesora infelizmente casada (cliché de la mujer moralmente ambigua pero sexualmente entusiasta), a la vez que -en doble juego moral- se niega a caer en los brazos de la mucho más joven, hermosa y siempre impresionable Jill aunque se les vea juntos todo el tiempo por el campus.

El planteamiento inicial de la historia no podría ser más exquisito. Abe es un personaje oscuro, autodestructivo pero brillante, romántico pero impotente, que en su mismo desastre resulta un imán para las mujeres y que gracias a la consabida intensidad de Joaquin Phoenix (quien por decisión propia se deja crecer tremenda timba por considerar que el personaje así lo demandaba) se convierte en un personaje sumamente divertido. En pocas palabras, Abe es la clásica fantasía allenesca.

Por su parte, Emma Stone cumple con el papel de hermosa estudiante, encantadora a la vez que ingenua pero fácilmente impresionable (esos ojos de los cuales seguramente Allen quedó prendado), aunque no puede evitar caer en la sobreactuación sobre todo en los momentos de mayor dramatismo.

Justo cuando pensamos que esto irá de una serie de juegos y relaciones amorosas, de sexo casual y de decisiones morales ambiguas, Allen eleva la apuesta al hacer aún más tétrica y oscura la disyuntiva moral. Abe (mediante un recurso de guión que francamente no termina de convencerme) encuentra la forma de abandonar la depresión y de encontrarle un sabor nuevo a la vida al plantearse la necesidad de asesinar a otro hombre.

Esto pone a Allen en terrenos conocidos, desde las obvias alegorías a la obra de Dostoyevski hasta las referencias al humor negro de Hitchcock (Shadow of a Doubt, 1943) pasando por supuesto por su propia filmografía (Crimes and Misdemeanors, 1989; Matchpoint, 2005). Por supuesto, las compulsiones propias del autor están más que presentes: la culpa, la moral, las limitaciones del intelecto así como -claro- la depresión.

El asunto es que ninguno de esos temas se desarrolla con la profundidad requerida, o al menos no con la que Allen despliega en otras de sus obras. Aunque la oscuridad y el pesimismo por la vida están presentes, en este caso se sienten artificiales, principalmente por el uso de cierto deus ex machina mediante el cual -en la escena dentro de un dinner- Abe encuentra sentido a su vida.

Es justo aquel giro, de comedia a drama de humo negro, el que no parece ser tan convincente. Allen, como su protagonista, pretende hacer el crimen perfecto, pero esta vez queda lejos de lograrlo. Será para la próxima.

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