Anomalisa, el segundo largometraje de Charlie Kaufman como director y séptimo como guionista, es un fascinante juego de simulacro y simulación, un mindfuck brillante de una belleza difícil de describir que sin embargo se tornará en una pesadilla mordaz e inquietante, tan perturbadora como hermosa a la vez.

Nuestro protagonista es Michael Stone, una especie de motivador que ha escrito algún libro sobre el negocio de los centros telefónicos de ayuda (o Call Centers), adquiriendo cierta fama y reconocimiento por ello. Contradictoriamente, Michael no podría estar menos motivado y necesitado de ayuda como en este momento en su vida. Apesadumbrado y triste, viaja a Cincinnati para dar una conferencia, aunque su cabeza está en el pasado: lee y relee una vieja carta de su antigua ex novia, aquella que abandonó en esta ciudad años atrás sin darle explicación alguna.

Michael definitivamente no parece una persona feliz con su vida. Mira a su alrededor y todas las personas parecen la misma, cortadas con la misma tijera, nada interesantes, con las mismas voces aburridas que le llenan de hastío. Incluso la voz de su hijo y su esposa le suenan igual que todas. Sólo Michael tiene voz e imagen propias.

Es aquí donde suena apropiado comentar que esta cinta es en realidad una animación, hecha cuadro por cuadro donde, en efecto, excepto por Michael, todos los personajes incidentales (su compañero de asiento en el avión, el taxista que lo lleva al hotel, el botones, el concierge, su hijo, su esposa y más) están hechos usando como base el mismo muñequito, tanto hombres como mujeres o niños, y todos ellos tienen en efecto la misma cara y la misma voz monótona, amable pero a la larga desesperante y algo perturbadora, del actor Tom Noonan.

Todos tienen la misma voz excepto Lisa (Jennifer Jason Leigh), una chica gordita, no precisamente guapa, tímida, incluso algo ignorante, pero que en ese mar de hastío, de voces monotonales, grises e idénticas, resulta un oasis para los oídos de Michael (voz de Michael Stone). El flechazo, por supuesto, es inmediato, y es que ¿qué otra cosa es el amor sino justamente encontrar a esa persona que no habla como los demás, que no es gris como los demás, que no es igual a los demás?

El medio es el mensaje. En una época donde la animación por computadora es capaz de crear personajes digitales de una verosimilitud sorprendente, Kaufmann decide (haciendo mancuerna con el experto en stop-motion y co-director de la cinta, Duke Johnson) que toda la película se filme en stop-motion, con muñecos impresos en 3D con expresiones faciales intercambiables.

El cuidado en el detalle es abrumador, la mirada de estos personajes logra ser tan profunda, transmite tantas emociones, y sin embargo no deja de ser una fabulosa simulación. Nada aquí tiene vida en la realidad, pero todo cobra sentido, profundidad y relevancia cuando estos muñecos están frente a la cámara. Simulación y simulacro.

Hay momentos incluso en que olvidamos que se trata de muñequitos y pareciera que estamos viendo a humanos reales. Pero aún con todo este hiperrealismo, la película hace explícito el hecho de que este es un mundo de marionetas: en todos los personajes es notoria la unión de dos piezas en el rostro que permiten el cambio de expresiones. Se trata de una careta que, en una escena clave de la película, Michael intenta quitarse mientras mira al espejo y rompe la cuarta pared.

Y es que justo eso es Anomalisa, un espejo de la realidad que nos regresa la mirada. Una exploración horriblemente perturbadora sobre la soledad, la modernidad y lo mundano. Las marionetas, que simulan hombres, nos hacen reflexionar sobre una sociedad de marionetas, grises, sin personalidad, atrapados tras una careta falsa y manipulados por algún titiritero anónimo.

El giro rumbo al segundo acto será devastador, doloroso y depresivo. Es ahí donde el filme muestra el filo de sus garras e inevitablemente golpea al espectador. Lo que pensamos era una hermosa metáfora sobre el amor se torna justo en una terrible imagen del desamor que deriva en angustia existencial

¿Hay esperanza en este mundo de marionetas?, ¿la felicidad es sólo un instante y el amor una anomalía? Queda en el espectador la respuesta, Kaufman -como es usual- se ha encargado de hacer las preguntas incómodas en esto que es una terrible, hermosa y brillante pesadilla.

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