La mejor forma de “matar” a los padres es superarlos. The Force Awakens es una cinta alimentada por un profundo deseo parricida pero, ¿podemos decir que J. J. Abrams ha superado a George Lucas?

La respuesta -a pesar de las precuelas, de las “ediciones especiales”, del “Greedo disparó primero”- es no: Abrams no supera a Lucas. Y no lo supera porque Abrams aquí ni siquiera dirige, sólo ejecuta. Ni siquiera es original, a lo más se conforma con ser una copia. Una buena copia.

The Force Awakens es un ejercicio de estilo más que de ideas, de despliegue técnico más que de influjo autoral. Abrams no es aquí un autor (si es que alguna vez lo ha sido), es más bien un gerente, el ejecutor de una estructura que responde a intereses corporativos antes que narrativos y que sin embargo no deja de ser novedosa: estamos ante una cinta que es un remake, una secuela y un reboot, los tres al mismo tiempo.

The Force Awakens es un acto de onanismo puro: he aquí tus personajes favoritos de la saga original, Leia, Luke, Han, Chewbacca, C3P0, R2D2, todos están de regreso y a excepción de Chewbacca (el único del grupo que el tiempo le hace lo que el viento a Juárez), ya ninguno se ve como antes. La edad, el bótox y la vida ha hecho lo suyo, incluso en los androides: C3P0 tiene un brazo rojo y el pobre de R2D2 parece una vieja VHS, arrumbada y empolvada en un rincón, siendo que antes era el centro de la existencia de todos.

La nostalgia, por supuesto, es el principal activo de esta cinta, y no se limita a la presencia física del cast original sino que se complementa con el destilado -siempre en fast track- de mucho de lo ya visto en A New Hope  y Empire Strikes Back, aunque con nuevos protagonistas.

Rey (la indudablemente adorable Daisy Ridley) es una “chatarrera” en un planeta que se parece demasiado a Tatooine, que mira al horizonte de la misma forma que Luke miraba aquel atardecer de dos soles y que -no es difícil adivinar- la fuerza corre por sus venas (malditos midiclorianos) aunque ella aún no lo sabe.

En la agenda de este nuevo Star Wars la corrección política tiene un lugar preponderante. Si la trilogía original es un mundo de hombres, he aquí una nueva heroína que no es una princesa en peligro ni necesita que la salven, no entiende incluso que la tomen de la mano. Es la mujer empoderada, capaz, inteligente e independiente del nuevo milenio. Viniendo eso de Disney, no es cosa menor.

Luego está el contrato con la diversidad racial. Si Star Wars era una feria de seres de otros planetas, era extraño que todos los humanos (excepto Lando) fueran blancos y güeritos. No problem, aquí tienen a Finn (John Boyega, que inevitablemente contagia su  emoción por estar en Star Wars), un ex-stormtrooper que se vuelve algo así como un “opositor de conciencia” que no sólo traiciona al imperio (llamado ahora la First Order) sino que pareciera quedar prendado de Rey.

Finn es interesante porque su personaje es la crítica al nerd: incapaz de entender a las mujeres, no sólo ya le anda poniendo su casita del Infonavit a la primera que se encuentra (Rey) sino que además cree que necesita salvarla porque pues…  eso hacen los hombres. Al final es más torpe y más frágil que Rey; al final es él la dama en peligro.

El único del cast original que no regresa -por obvias razones- es Darth Vader. El vacío se intenta llenar torpemente con Kylo Ren, una mala copia del villano más popular de cine que, mientras porta esa máscara que parece homenaje al propio Vader, parece ser un auténtico hijo de la fregada que ha encontrado una forma muy llamativa y cruel de usar el famoso neck grip de la fuerza. Todo bien hasta que se quita el casco y aparece Adam Driver; es entonces cuando las motivaciones del personaje salen a flote y pues…. no deja de ser un junior berrinchudo cuya conversión al lado oscuro es aún más injustificada que la del propio Anakin en las torpes precuelas. Hace falta que el papá de Kylo le de una nalgadas y lo lleve jalando de las patillas a la casa.

Pero donde Kylo falla como elemento para infundir temor, los Stormtroopers y la llamada First Order si cumplen con su objetivo de mostrar una supremacía bélica que de menos impone: esas imágenes que parecen sacadas de El Triunfo de la Voluntad (1935), con todo y discurso bélico, que definitivamente ponen la piel de gallina ante lo fuerte de la alegoría.

El problema es la falta de originalidad. Si no he contado de qué va la trama no es porque no quiera dar spoilers, es porque la conocen, la vieron antes en la trilogía original: aquel atardecer en Tatooine, aquella mítica cantina, aquel sable enterrado en la nieve de Hoth, aquel asalto a la estrella de la muerte, aquel androide con información importante, todo eso está aquí, cambiado, diseccionado, puesto en otro contexto… pero es lo mismo. Un remake.

Y es también un reboot porque los personajes originales no aportan nada más que el pago de la nostalgia. El cast original es accesorio, los personajes nuevos llevarán la batuta y nada de lo que sucedió en el pasado importará.

Particularmente doloroso es Harrison Ford, que si bien su presencia de estrella es innegable, su flojera por estar de nuevo portando el chalequito negro en compañía de la bola de pelos con patas que ruge es evidente. Harrison sin querer es la crítica a la generación que va de salida: refunfuñando y con flojera en contraposición al entusiasmo de Finn o la fortaleza de Rey. Hasta el bebocho tiene mejor rango que Harrison.

El mayor aporte está en lo visual. Abrams presume un manejo de la cámara absolutamente audaz, haciendo de esta la primera cinta de Star Wars que usa -y de qué manera- los planos secuencia, grandes planos generales así como cámara al hombro.

Otro acierto: entender que Star Wars no sucede al interior del parlamento, no sucede en la ciudad. Abrams -al fin fan de la saga- entendió que Star Wars es un mundo sucio, de bandoleros en una cantina, de ciudades en medio de la nada, de héroes y villanos. Un western con naves espaciales y sables de luz.

Y sin embargo, la suma de las partes no agrega a la cinta. Y no lo hace porque Disney está aplicando aquí la misma fórmula que con Marvel y los Avengers. Disney no está interesado en hacer cine, sólo le interesa vender expectativa. The Force Awakens es en realidad el inicio, un trailer extendido de lo que está por venir en las subsecuentes películas. Y es que Disney no quiere dejarlo en únicamente tres nuevas películas: mientras el público siga aplaudiendo (y comprando), Disney seguirá sacando películas y spin-off’s y caricaturas y miniseries hasta el infinito.

La trama prácticamente no avanza nada en esta cinta, al contrario, está más interesada en dejar todos los cabos abiertos posibles para cerrar con un cliffhanger por demás artificioso y cuyo único objetivo es que, ya desde ahorita, se genere el ruido suficiente rumbo a Episodio VIII. Ello explica que la película no corra riesgos y que sea tan predecible (ojo, gente preocupada por los spoilers).

Parecía berrinche, pero ahora las declaraciones de George Lucas tienen sentido. Ya con la daga clavada, Lucas admite que es “la película que todos esperaban”, y tiene razón, es lo que todo mundo esperaba, sin sorpresas, sin propuesta, sin riesgo.

La regla aquí es complacer, no sorprender. Pero complacer al dueño, al imperio, al que pagó mucho dinero por esta vaca y está dispuesto a explotarla hasta dejarla en los huesos.

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