Parece increíble, pero la secuencia más interesante y memorable de Mission Impossible: Rogue Nation no es aquella donde Cruise se cuelga al exterior de un avión que va en pleno despegue, sino una que sucede en la Opera House de Viena, con un auditorio a reventar y el “Nessun Dorma” de fondo. Cuando en un futuro se acuerden de esta cinta, no recordarán aquel avión, recordarán a Puccini.

En un movimiento osado, que casi se siente como provocación, el director y guionista Christopher McQuarrie da inicio a esta, la quinta entrega de la saga, justo con lo que usualmente es el clímax de todas las cintas de Misión Imposible: la escena de peligro donde Tom Cruise pone en riesgo su integridad física, ya sea brincando de un edificio a otro, escalando el Burj Khalifa o en este caso trepándose en un avión a pleno despegue.

El atrevimiento de McQuarrie no hace sino complicar las cosas para sí mismo: luego de lanzar en los primeros minutos lo que suponíamos sería el money shot de la película,  el tipo tendrá que sorprendernos de alguna otra forma o de lo contrario iremos en caída libre hacia el aburrimiento. Lo asombroso es que el director logra generar aún más emoción y suspenso, pero no por la vía de la acción pura sino en la generación de atmósferas por demás efectivas: en algún momento del filme, nuestro héroe (Tom Cruise, claro) y su fiel escudero tecnológico Benji (Simon Pegg, que por momentos se roba la cinta) se infiltran en una elegante función privada de la ópera “Turandot” en Viena. El armado de dicha secuencia, el humor que le impregna, la tensión que va mezclada con la partitura de Puccini hacen de este el gran momento de toda la película.

Y aunque esto pareciera un vil desplante de estilo, la elección de aquella ópera como foco de referencia no parece arbitrario. En aquella obra, la cruel princesa Turandot reta a sus pretensos con una serie de enigmas donde aquellos que han intentado resolverlos sólo encuentran la muerte; ese es justo el argumento central de la película: Ilsa Faust (su apellido tampoco es producto del azar) es una misteriosa agente que encierra un secreto y termina retando en más de una ocasión a Ethan Hunt. ¿Se trata de una aliada o de una enemiga?

McQuarrie sabe armar escenas de acción acezante, vertiginosas, que por momentos parecieran un homenaje a los episodios previos de la saga: la entrada al cuartel de la CIA en la primera, la persecución en moto de la segunda, el salto al vacío de la tercera…, pero quien diga que esto no es más que un buffet de escenas de acción, se pierde en el bosque y no mira en las ramas. Es clara la intención del director de emocionar no sólo por la vía de las complicados stunts, sino también por momentos de tensión politonales bien armados, que van de la comedia más básica (casi todas las escenas que involucran a Simon Pegg), el suspenso (la escena en la ópera), el western (la secuencia final), y la evocación al héroe clásico: aquella entrada triunfal, enorme, de un Tom Cruise que aún a sus 53 sigue siendo creíble como el hombre de acción inefable aunque no infalible, carismático aunque sin ser del todo elegante y que nunca, nunca dejará de correr tras los malos.

McQuarrie no gana por tener en su película la escena de riesgo más sorprendente de las cinco películas, gana por saber inyectar emoción mediante otras vías: un cruce de miradas, el latido desfalleciente que inunda el audio en la sala, la mirada enigmática de una mujer hermosa  (la guapa Rebecca Ferguson, ¿de qué caja de cristal sacaron a esa mujer?), los acordes de una ópera de fondo o las partituras de Giacomo Puccini como detonantes del peligro. Una película de acción nos hace revisitar el Nessun Dorma: ¿en qué otra película del verano ha sucedido algo similar?

Christopher McQuarrie llegaba a Misión Imposible con una posición que parecía menor respecto a sus predecesores (una lista que incluye a Brian de Palma, John Woo, J.J. Abrams y Brad Bird), pero pronto deja claro que no es cualquier trabajador a sueldo: inyecta ideas y las ejecuta con gracia. Merece estar en esa lista de grandes directores por derecho propio.

El filme cuenta con una provocación final: por momentos la cinta pareciera una confrontación directa al universo Bond, hace guiños, adopta referencias, homenajea a Ursula Andress, se mofa del MI6 británico y hasta juega con la posibilidad de que le hablen a James Bond para crear un conflicto mayor. La comparación sólo sirve para darle una nueva definición al personaje de Cruise, ambos espías son aves distintas: Hunt, se mueve más por los terrenos de la suerte y la astucia que los de la elegancia y la precisión del 007. Bond siempre será un solitario, Hunt no sería nada sin una pequeña ayuda de sus amigos.

Twitter: @elsalonrojo

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