El gran valor histórico del principio de no intervención —pieza angular de nuestra política exterior— comenzó a ser puesto en duda por los “gobiernos del cambio” que nada cambiaron. Desde entonces se contraponen quienes abogan por su aplicación rígida, acotada y restringida, y aquellos con una visión más flexible, amplia y modernizada. Paradójicamente, durante la Guerra Fría los gobiernos del partido hegemónico lo interpretaron dogmáticamente para desautorizar la crítica foránea a las deficiencias democráticas, el autoritarismo, la violación a derechos humanos, etcétera, lo que hoy día emula la “izquierda progresista” para evadir el reproche a las dictaduras de Cuba o Venezuela. A fin de dilucidar la controversia —atizada por la campaña electoral—, debemos remitirnos a la interpretación que le dieron, en momentos cruciales, algunos de sus grandes paladines.

Dicho principio fue producto de nuestras realidades geopolíticas y experiencia como nación independiente: surgió a raíz de la guerra de conquista de Estados Unidos (1846-1848) y de la que nos hizo Francia (1862-1867). Frente a las agresiones externas, la mejor defensa fue esgrimir un principio de Derecho Internacional con valor jurídico, ético y moral, sintetizado en el axioma juarista: “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Como el intervencionismo persistió en el siglo XX, la no intervención fue enfatizada por Venustiano Carranza, quien, no obstante, actuó muy pragmáticamente frente a EU. Incursionó en su sistema político para promover el retiro de las tropas invasoras y obtener el reconocimiento de su gobierno. Otro notable ejemplo sobre la hábil combinación de principios y pragmatismo lo dio Lázaro Cárdenas. Su apego a este principio “inalienable” lo llevó a expropiar el petróleo de la abusiva injerencia de las empresas extranjeras, pero igualmente se involucró a fondo en la guerra civil de España. Defendió al presidente republicano Manuel Azaña en la Sociedad de las Naciones, denunció la intromisión de las potencias del Eje, le proporcionó armas y municiones; permitió la participación de mexicanos en el conflicto; dio asilo a los refugiados y facilitó que el gobierno republicano en el exilio se creara en México. Igualmente condenó la intervención extranjera en Austria, Checoslovaquia, Etiopía, Finlandia y Manchuria.

En vista de que la política exterior fundamentalmente se formuló en relación con Estados Unidos y que su sistema político es muy abierto, también nuestra actuación en ese país se sustentó en principios, pero para que fuera exitosa se acompañó de gran pragmatismo. Ejemplo de ello fue el intenso cabildeo de Matías Romero y el que realizamos para la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, lo cual —a menor escala— se verifica actualmente en la renegociación del mismo. Tan decidida ha sido nuestra penetración en el sistema político del país vecino que, paradójicamente, la meritoria labor de protección que realizan nuestros consulados ha sido calificada de injerencista.

En suma, nuestra valiosa experiencia histórica demuestra que la política exterior no puede ser totalmente principista o pragmática. En muchos casos se ha interpretado flexiblemente la no intervención, puesto que, por una parte, su razón de ser está determinada por causas o valores superiores, como los intereses nacionales, la soberanía, la libertad, la democracia, la solidaridad con pueblos afines, etc. Por la otra, dicha interpretación debe responder a las cambiantes realidades de la vida internacional. En conclusión: de la misma forma que no fuimos indiferentes a la desgracia del pueblo español, no lo podemos ser frente a la de los hermanos cubanos y venezolanos.

Internacionalista, embajador de carrera
y académico

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses