Hugo Chávez y Silvio Berlusconi inauguraron la funesta época de los demagogos populistas contemporáneos, que tienen en común oportunismo, carisma, narcisismo, egocentrismo y mesianismo. Para propagar su revolución bolivariana —que sumió a Venezuela en la pobreza, el hambre, la violencia y la crisis humanitaria (más de 3 millones de exiliados), y desafiar al “imperialismo yanqui” (paradójicamente principal comprador del petróleo venezolano), Chávez dio a su política exterior una dimensión geopolítica desmedida para un país que carece de atributos para ser potencia global. Solo tiene 32 millones de habitantes, ocupa el lugar 32 en dimensión territorial, no es nación desarrollada, depende totalmente de sus reservas petroleras, importa el 50% de sus alimentos, padece la inflación más alta del mundo (más de un millón por ciento), etc. Adicionalmente, su ejército es el 36 en el ranking mundial, y aunque Chávez y Maduro lo favorecieron desmedidamente, su misión no es la seguridad externa, sino la del régimen que está a cargo de más de 2 mil generales (EU tiene 900) que gozan de grandes canonjías, realizan negocios lícitos e ilícitos (narcotráfico, lavado de dinero, contrabando, etc.), encabezan 11 ministerios, 11 gobiernos provinciales, etc. Siguiendo el modelo cubano, Venezuela se convirtió en una dictadura militar apuntalada en las fuerzas armadas, la policía militarizada (“Guardia Nacional Bolivariana”), más de 40 mil asesores cubanos y otros tantos de Rusia.

No obstante, merced a su megalomanía y diplomacia petrolera, Chávez desempeñó gran protagonismo en América del Sur, Centroamérica, el Caribe, y se acercó a India, Irán, Turquía, Siria, Bielorrusia, Rusia, China, etc. Sin embargo, el fallecimiento del folclórico dictador, los cambios ideológicos en varios países, la caída del precio del petróleo, la realidad de que varias nuevas amistades fueron meramente coyunturales, la desastrosa crisis económica de Venezuela, el descrédito del socialismo del siglo XXI, etc., desinflaron la artificial botarga de la supuesta potencia chavista. El riesgoso (incluso irresponsable) juego geopolítico de Chávez y Maduro, sin embargo, insertó al país en el ajedrez de la política mundial, forjándose vínculos y rivalidades estratégicas, políticas y económico-petroleras con Europa, Estados Unidos, Cuba, China, Rusia, Turquía e Irán, que están complicando la solución de su penosa situación doméstica.

La clave para resolver el conflicto entre el presidente fraudulentamente reelegido Nicolás Maduro, y el autoproclamado presidente interino Juan Guaidó, es el ejército, y forzosamente debe incluir la renuncia de Maduro y la celebración de elecciones. Como los militares fueron cínicamente corrompidos por la dictadura, se inclinarán por quién ofrezca mayores garantías y beneficios. En ese trágico contexto, el factor geopolítico puede contribuir a la solución por la influencia que en Caracas tienen EU, Europa, Rusia, China y Cuba. Lamentablemente, el Grupo de Lima no tomó muy en cuenta esa dimensión del problema, por lo que es visto más como instrumento de Washington que como instancia imparcial. Al igual que en la Guerra Fría, Washington y Moscú tendrán que llegar a un quid pro quo, pues para retirar su apoyo a Maduro, Putin exigirá garantías para sus inversiones en Venezuela y cambios en la política de EU respecto a Ucrania, Crimea y las sanciones contra Rusia. La dupla Chávez-Maduro abrió las puertas de nuestro vecindario a los conflictos globales, y aun cuando ello nos afecta, el no tener política exterior y escudarnos en una interpretación anacrónica y “a modo” de la no intervención, no solo nos hace geopolíticamente ineficaces e irrelevantes, sino incluso marginales en nuestra propia zona de influencia.


Internacionalista, embajador de carrera y académico

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