Donald Trump tiene prisa… mucha prisa. En escasos 30 días se realizarán elecciones legislativas, y el triunfo o derrota de los republicanos que controlan las dos cámaras será un referéndum de su muy disruptiva gestión. Por consiguiente, y dado que siempre ha estado más en campaña que gobernando, compulsivamente busca pregonar méritos, triunfos y éxitos, aunque sean inexistentes.

Para contrarrestar la abrumadora carga de acusaciones de todo tipo, en su reciente ególatra e irreal discurso ante la Asamblea General de la ONU, afirmó que en dos años ha hecho lo que ningún otro mandatario de su país. Washington, Jefferson, Lincoln, Woodrow Wilson o Franklin D. Roosevelt se han de haber retorcido en la tumba.

En ese enrarecido contexto político vino a concluir la renegociación de uno de sus villanos favoritos: “El peor acuerdo comercial del mundo”. Como destaqué en un artículo anterior, ante la necesidad de publicitar algún éxito a través de sus acostumbrados golpes mediáticos, anunció la “exitosa conclusión inconclusa” de la renegociación con México (www.eluniversal.com.mx/articulo/walter-astieburgos/ nacion/exitosa-conclusion-inconclusa-del-tlcan), puesto que quedaron asuntos no resueltos, como el de que si el nuevo tratado sería trilateral o habría dos bilaterales. Para México, afortunadamente, concluyó la pesadilla de negociar por más de un año con la politiquería y los bipolares cambios de humor de Trump.

Empero, continuó padeciéndola Canadá, que mayormente fue presionado y acosado al ser excluido del acuerdo México-EU. Ello fue un absurdo sinsentido porque Canadá es el primer socio comercial de la superpotencia y el principal mercado de sus exportaciones, pero fue parte de las grotescas tácticas de Trump para acorralar a su vecino y obligarlo a hacer concesiones. Al final de cuentas Washington también tuvo que ceder, pues tanto le urgía presumir algún éxito para fines electorales, como cumplir el plazo fijado por el legislativo para recibir el texto acordado.

Por mutua conveniencia y al cuarto para las 12, es decir, en la noche del pasado domingo, se llegó a otra “exitosa conclusión inconclusa” pues, aunque quedan varios cabos sueltos, ambas partes decidieron anunciar que llegaron a un acuerdo. El primer ministro Justin Trudeau tuvo que convocar a una reunión urgente a su gabinete a las 10 de la noche, e igualmente Trump fue consultado a esas horas. Entre otras cosas, Ottawa aceptó que granjeros estadounidenses puedan acceder hasta 3.5% de su mercado de lácteos, y Washington accedió a no modificar las disposiciones existentes en los capítulos 19 y 20 del actual tratado sobre la solución de controversias comerciales. De igual forma, se fijó un periodo de transición de cinco años para que el contenido regional en los automóviles pase de 62.5% actual, a 75%.

Obviamente lo anterior ameritó un sonoro despliegue mediático a cargo del presidente en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca, en el que se deshizo en elogios para Canadá y México que tanto ha vapuleado. Sin embargo, dejó ver que se trata de una aprobación provisional de lo que simplonamente ahora se llama Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá (impronunciable… AEUMC), puesto que deberá ser avalado por los congresos de los tres países.

En conclusión: la buena noticia es que, a pesar de la provisionalidad derivada de las prisas políticas de Trump, concluyó la pesadilla de la horrenda renegociación, y afortunadamente se restauró el trilateralismo en América del Norte. Sin embargo, la realidad es que el costo ha sido alto porque las relaciones generales entre las tres naciones quedaron sumamente dañadas por obra y gracia de Trump. Como en otros casos, el narcisista egoísta gana en el corto plazo, pero los intereses nacionales de su país pierden en el largo plazo. La canciller alemana Angela Merkel lo dijo claramente: ya no se puede confiar en EU.

Internacionalista, embajador de carrera y académico

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