El 2017, coincidiendo con el primer año de mandato del presidente Donald Trump, marcó un ascenso dramático en la tensión entre Estados Unidos y Corea del Norte por el incesante avance de los programas nuclear, de misiles, y cibernético norcoreanos, y por la creciente amenaza estadounidense por decantarse ante una posible acción militar en la península coreana. Este año el régimen de Kim Jong-un ha lanzado al menos 20 misiles de corto, medio y largo alcance (intercontinentales), estos últimos ya capaces de llegar al territorio continental de Estados Unidos, mientras que dos de estos misiles surcaron territorio japonés sobre la isla de Hokkaido en agosto y septiembre. Más aún, después de dos pruebas nucleares subterráneas en 2016, Corea del Norte anunció la detonación en septiembre pasado de una bomba termonuclear de hidrógeno que, de ser cierto y a juzgar por el seísmo provocado, pudo haber tenido una potencia de entre 50 a 280 kilotones. La amenaza nuclear norcoreana ya tiene proporciones globales y ningún país, por más que difiera de la política estadounidense para enfrentar esta amenaza, puede darse el lujo de ignorar las implicaciones mundiales del peligro nuclear.

En respuesta, el presidente Trump ha advertido que “se encargará” de la amenaza nuclear norcoreana, alimentando los temores de una salida militar. Mientras tanto, Washington ha recrudecido la presión para intentar, al menos, frenar los programas de destrucción masiva. Marcando una clara diferencia con las sanciones multilaterales implementadas en el marco del Consejo de Seguridad de la ONU (las más recientes la 2371 y la 2375, aprobadas por unanimidad), Trump ha impuesto sanciones secundarias: la Casa Blanca anunció en septiembre severas sanciones unilaterales, incluyendo embargo comercial y financiero no solo contra Pyongyang sino también contra entidades, empresas y personas no estadounidenses que negocian con Corea del Norte. Al mismo tiempo, el Pentágono ordenó en 2017 estrechar la cooperación militar con Seúl tanto en el Mar del Japón como en territorio surcoreano, incluyendo el anual ejercicio Foal Eagle en marzo, ejercicios con tres portaaviones nucleares en noviembre, y el Ejercicio de Combate Aéreo Vigilante (ACE) con Corea del Sur en diciembre. En comparación con años previos, el 2017 fue particularmente intenso en la península coreana.

¿Qué espera el mundo para el 2018 en este cada vez más marcado antagonismo en la península coreana? El principal reto para Estados Unidos, y para toda la comunidad internacional, es colapsar el programa de desarrollo nuclear norcoreano, ya mediante una solución militar (todavía improbable por las enormes implicaciones humanas que esto llevaría para la propia península y para todo el noreste de Asia), como resultado de un acuerdo entre Washington y Pyongyang (todavía muy improbable), o por decisión voluntaria del líder norcoreano (hasta el momento no se ven incentivos para que acepte esta opción). Al parecer, tanto Washington como Pyongyang se perfilan en cambio por consolidar sus respectivas posiciones, esto es, alargar un precario statu quo que les reditúe ventajas relativas. Para Corea del Norte es ganarle tiempo al tiempo, ya que necesita evadir nuevas sanciones, conseguir urgentemente más fondos financieros y diversificar su letal arsenal. Y parece estar teniendo éxito en los tres rubros.

El principal problema en las sanciones financieras es que la mayoría de las empresas y bancos que realizan negocios con Corea del Norte tienen poca o ninguna relación con el sistema financiero estadounidense. Y ante esto, no sólo Estados Unidos necesita de la cooperación de China o Rusia, sino de un gran número de países que siguen comerciando con Corea del Norte. Asimismo, Pyongyang continuará buscando fuentes no tradicionales de financiamiento, incluyendo cripto-divisas.

Hay que recordar que el gobierno de Estados Unidos acusó este mes a Corea del Norte de dirigir el ataque cibernético WannaCry en mayo pasado (ciber criminales norcoreanos también han sido acusados de robo cibernético del banco central de Bangladesh en 2016 y de un banco taiwanés en 2017). Sobre su arsenal de armas de destrucción masiva, han emergido ya informes de inteligencia desde Seúl y Tokio sobre el interés de Norcorea de montar cargas de ántrax u otras armas biológicas en sus misiles.

Para Estados Unidos, sin duda, es imprescindible lograr una mejor cooperación de toda la comunidad internacional para revertir la velocidad de estos programas norcoreanos, ya que parece casi imposible que Washington convierta la península coreana en una zona completa, verificable e irreversiblemente desnuclearizada. La nueva Estrategia de Seguridad Nacional, publicada por la Casa Blanca el 18 de diciembre, identifica ya los tres programas —nuclear, de misiles y cibernético— de Corea del Norte como una de las principales amenazas globales que requieren de respuestas globales, y se espera que para el 2018 Estados Unidos imprima vigor a sus alianzas y asociaciones estratégicas con países de toda la región Asia Pacífico.

Desafortunadamente, sí, es sombrío el panorama para este 2018 en la península coreana.


Profesor y coordinador del Programa de Estudios Asia Pacífico del ITAM. 
Twitter:  @ulisesgranados

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