Ambos se llamaban igual, Steve, pero no podían ser más diferentes. Wozniak, humilde, tímido y generoso, sólo quería un empleo como ingeniero electrónico para diseñar computadoras, su pasión de toda la vida. Jobs, en cambio, era seductor y ambicioso, quería conquistar el mundo y vio en las computadoras personales una oportunidad para alcanzar esa meta. El problema es que no tenía ninguna computadora para vender.

Por eso, cuando Wozniak le mostró la máquina que había creado en sus ratos libres, Jobs no lo dudó. Fundarían una compañía para comercializar ese dispositivo. Hasta entonces, Wozniak regalaba los planos de los circuitos y hasta le había ofrecido el diseño a Hewlett-Packard, donde estaba trabajando y donde tenía planes de quedarse para siempre. Pero habían rechazado su oferta.

Así, con la ayuda de Ronald Wayne -que se bajaría del proyecto dos semanas después-, los dos Steve establecieron su emprendimiento en el garaje de la casa de los padres de Jobs, en Crist Drive 2066, Los Altos, California, Estados Unidos, el 1° de abril de 1976.

Con la asistencia de familiares y amigos, fabricaron a mano 200 Apple I, que se vendieron como pan caliente gracias a un pedido de Paul Terrell, que hacia poco había establecido uno de los primeros negocios minoristas de computación. Jobs, con un olfato infalible que mantendría toda la vida, había acertado.

Tras la salida de Wayne, no fue sino hasta noviembre que el primer inversor serio apareció para ayudarlos a saltar a la siguiente etapa. Se llamaba Mark Markkula y había sido director de marketing de Fairchild e Intel. Ahora, con una inversión de 250 mil dólares, impulsaría al micro emprendimiento de los dos Steve a la estratosfera. La compañía se incorporó oficialmente en enero de 1977 y salió a la Bolsa en diciembre de 1980; fue la mayor oferta pública inicial desde la de Ford, en 1956, y lo habían logrado en tiempo récord.

Todo gracias a la segunda computadora de Wozniak, la Apple II, que era una obra maestra. Tanto que alimentaría las arcas de la compañía durante 11 años. Wozniak se retiró de la compañía en 1981, incómodo con el clima que empezaba a reinar en la corporación. Poco antes había sufrido un serio accidente en su avión particular.

En 1983, Jobs reclutó a John Sculley, que venía de Pepsi-Cola, para que fuera el director ejecutivo. La fallida computadora Lisa, la catastrófica Apple III, la visionaria pero limitada Macintosh y el carácter imposible de Jobs llevaron a una interna que terminó con su renuncia, en 1985.

El regreso del rey

En los 11 años siguientes, Apple fue perdiendo relevancia y excelencia técnica, al tiempo que las PC con Windows se quedaban con todo. La salida de Windows 95 pareció sellar el fracaso de Apple, que alguna vez había sido la mayor promesa del Silicon Valley.

Entretanto, Jobs fundaba una nueva compañía, llamada NeXT (en 1985), y adquiría Pixar (en 1986). Con ambas cambiaría, de nuevo, la vida de millones de personas.

Pixar, que era una división menor de Lucasfilm, estrenó una nueva forma de hacer cine. Con NeXT, Jobs sembró las bases para los sistemas operativos que hoy usan desde las Mac hasta el iPhone y la iPad.

Agobiada, al borde del quebranto, Apple compró NeXT en 1996 (pagó 427 millones de dólares y fue su mayor adquisición hasta la de Beats, en 2014) y de esta forma recuperó a Jobs, que reorganizó la empresa y relanzó toda la línea de productos.

A partir de entonces, y hasta su muerte, en octubre de 2011, fue un éxito detrás del otro, con la creatividad del inimitable diseñador industrial británico Jonathan Ive. Los nombres de estos productos son bien conocidos: iMac, Mac Air, MacBook Pro, iPod, la tienda de música (y luego, de apps) iTunes Store, iPhone, iPad. No hay antecedente de tal sucesión de éxitos en otras compañías de tecnología. Previsiblemente, producirían cambios industriales, sociales, comerciales y culturales.

El iPod y iTunes convirtieron a Apple en el principal minorista de música de los Estados Unidos. El iPhone, al que casi nadie dio mucho crédito al principio, se enfrentó y venció a colosos de la talla de Motorola (que había inventado el teléfono celular) y Nokia (que era el primero en ventas). Más aún, su enorme (para la época) pantalla táctil cambió por completo buena parte de nuestra experiencia digital y obligó al resto de la industria a seguir este rumbo. No era la primera vez que Apple hacía algo así. En 1976, al fabricar una computadora que podía conectarse a cualquier televisor, por ejemplo. O en 1984, al lanzar la primera computadora para todo público con ventanas, íconos, carpetas y mouse, inventos de Xerox que Jobs había cambiado por 1 millón de dólares de acciones de Apple.

El iPhone fue el dispositivo más disruptivo desde la IBM/PC, en 1981, y afectó los negocios de los emperadores de esa era, Microsoft e Intel. También creó nuevas industrias, como la de las apps, y catapultó el auge de las redes sociales, que a su vez reinventarían desde la protesta social hasta el comercio.

Hoy, una Apple madura busca de nuevo su destino. Desde la desaparición de Jobs, la compañía no ha vuelto a revolucionar la tecnología y sus lanzamientos han sido progresos sobre productos anteriores. No parece haber nubarrones en el horizonte, pero esta industria cambia cíclicamente y cada tanto se produce un colapso mayúsculo. Tim Cook, el heredero de Jobs, ha hecho un magnífico trabajo, pero todavía debe probar que es depositario de la tradición innovadora de Wozniak y Jobs.

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