Rennes, Francia.

Ésta es la última columna que escribo desde Francia. El nombre de un país que pronuncio en un suspiro; Francia, un país tan diferente. Y tras vivir aquí digo convencida que la diferencia por sí sola es atractiva. Lo que es distinto despierta las ganas de conocer, de comprender más allá de lo que vemos, de preguntar y preguntar hasta que la curiosidad se siente más o menos satisfecha. La diferencia es el enriquecimiento de la mente, y por lo tanto, la propulsora de la tolerancia. La diferencia es creatividad, pues vuelve a tus sentidos más alertas. La diferencia es el descubrimiento de quiénes somos, al compararnos con aquello que no tenemos oportunidad de ser.

Y ese valor de la diferencia -evidentemente de las culturas-, no se identifica sin el lenguaje, que es el vehículo que permite entrar en los pensamientos y concepciones de los otros. De ahí el valor de impulsar el multilingüismo.

En Europa, el multilingüismo es una realidad bastante extendida. En Francia, aunque ni siquiera es pionera entre los europeos, es bastante frecuente encontrar personas que hablen español, y por supuesto, una considerable cantidad habla también inglés. Su multilingüismo se explica por varias razones; la primera, evidentemente, que el inglés sea materia obligatoria en toda la educación. Pero hay otras medidas que dan más consistencia. Por ejemplo, los maestros desde maternal hasta preparatoria, tienen que contar con un nivel B2 (que es un buen dominio) en cualquier lengua extranjera para poder obtener su puesto. Los maestros de primaria están obligados a dar la materia de inglés, aunque no exista un maestro externo que venga a impartirla. Y en un esfuerzo mucho más ambicioso, los intercambios para jóvenes hacia otros países son muy comunes, a través del programa de la Unión Europea, Erasmus, que les permite vivir becados en otra nación por un semestre o un año, con el aprendizaje de otro idioma como uno de sus principales objetivos. Este tipo de medidas enriquecen la cultura de las personas y por lo tanto, de los países, que se acostumbran a aspirar a ser cada vez mejores al poder compararse con el resto.

En México, el multilingüismo no vive –y creo que hasta ahora no ha vivido- una de sus mejores etapas. Desde hace mucho tiempo, el inglés también es materia obligatoria en nuestro currículum, pero la calidad de esa formación suele ser tan mala, que si se quiere aprender realmente, se tienen que pagar clases privadas, a las que por supuesto, pocos tienen acceso. Por obvias razones, con otros idiomas la situación es menos deseable aún.

En este sentido, mientras países que son potencias se abren e intercambian al mundo, el nuestro se mantiene cerrado, o al menos, no tan abierto como pudiera.

Quizá no podamos ambicionar un proyecto como Erasmus, pero sí podemos mover las piezas con las que contamos a nuestro favor. Podemos, por ejemplo, impulsar que los estudiantes universitarios que eligen intercambios en el extranjero opten más por países no hispanoparlantes. Podemos aprovechar este acuerdo ya logrado con Francia para recibir a estudiantes de Escuelas Normales cada año, y asegurarnos que haya estudiantes normalistas que estudien francés, y ¿por qué no?, incluso dar clases de francés en las Normales. Podemos hacer lo mismo con los otros acuerdos ya logrados con más naciones, y que a veces pasan desapercibidos, como los de Alianza del Pacífico. Podemos aprovechar cada uno de esos programas y preparar a estudiantes mexicanos en sus lenguas, para que puedan ser admitidos, y que su experiencia sea del máximo provecho para ellos y la nación.

Y podemos, por supuesto, hacer lo que es más lógico y más impostergable: elevar la calidad de las clases de inglés en nuestras escuelas. Que nuestros niños y jóvenes en verdad aprendan y hablen, y que no sólo repitan colores o memoricen listas de vocabulario. Eso es lo más urgente, porque hoy el inglés es la lengua que más nos puede abrir las puertas a la universalización, pero además, porque en la enseñanza de este idioma es en lo que más hemos invertido, y es una lástima que no lo estemos aprovechando.

Estos tres meses fueron de aventuras y aprendizajes a propulsión infinita. Agradezco y celebro con profundidad que la Secretaría de Educación Pública, así como la DGESPE (Dirección General de Educación Superior para Profesionales de la Educación) y la BENC (Benemérita Escuela Normal de Coahuila), logren este tipo de oportunidades. Pero mi tan buen sabor de boca no habría sido posible sin el idioma francés como mi aliado. El descubrir los tesoros de otras culturas es algo que le deseo a todos, pero sobre todo a nuestro México, que tiene tanto que compartirle al mundo, y tanto que aprenderle también. Y para ello, el compartir idiomas es una condición de primer orden.

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