Pasan los días, las semanas y los meses y la Universidad Nacional nomás no existe en relación a las elecciones que se avecinan en el país. En algunas facultades o institutos, y en algunos programas de televisión o radio de los canales de la institución, se organizan mesas para hablar del asunto, pero todo muy acotado y encerrado.

En cambio, vemos que las universidades privadas invitan a los candidatos (presidenciales y a otros cargos), que los estudiantes les hacen preguntas, toman posiciones diversas y discuten con los invitados y entre ellos.

¿A cuenta de qué nosotros, la Universidad pública más importante de México y una de las más importantes del mundo, calladitos nos vemos más bonitos?

Uno entiende, conociendo la historia de nuestra universidad, en la que los grupos políticos siempre se metieron, en la que se promovieron huelgas y se pagó a porros y enredosos (la fecha de hoy es ejemplar al respecto), que la paz sea tan importante. Y conseguirlo ha sido y sigue siendo sin duda un gran logro.

Pero hay que reconocer que al mismo tiempo es preocupante (y triste) ver cómo la participación política y el debate político han desaparecido de nuestra casa de estudios y cómo lo único que parece importar es que no se hagan olas, que nada se mueva.

Y eso no solamente tiene que ver con las elecciones, sino que se ha convertido en toda una forma de enfrentarse a los problemas, y esto vale desde para los más “pequeños” hasta para los más grandes.

Por ejemplo: un señor que se dedica a promover el odio y la persecución contra aquellos que no piensan (es un decir, afirma un columnista) como él usa a la universidad como su base para tener prestigio moral dando algunas clases aun cuando no forma parte del personal académico. Y las autoridades lo saben, pero no se atreven a impedírselo. O un académico que tiene un programa en la televisión universitaria, desde el cual se dedica a denostar al presidente de la República, al Ejército, a los medios de comunicación y a los analistas políticos que no le gustan. Él le llama a eso libertad, pero por mucho menos (por criticar a un cantante muy popular) Nicolás Alvarado fue despedido de la dirección de TV UNAM. O un documentalista que acosa a la directora del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos y la universidad no interviene ni para defenderla ni para mediar en el conflicto.

¿A dónde voy con los ejemplos?

A que una cosa es ser crítico y otra es insultar; a que una cosa es la libertad de expresión y otra es usarla para atacar a los que no tienen la misma ideología o intereses; a que una cosa es querer la tranquilidad en la universidad y otra es no enfrentar los problemas.

Y lo mismo sucede con los grandes temas que están allí: ¿Qué se está haciendo respecto a la venta de drogas, a la (falta de) vigilancia, a la muerte de personas en el campus, a la toma de espacios universitarios por grupos delincuenciales?

Parecería que todo se reduce a no hacer ruido, sin importar a qué precio y, sobre todo, a qué costo. Porque si bien es cierto que la agitación no nos interesa ni nos conviene, este silencio y tranquilidad artificiales tampoco.

Cuando terminó la huelga de 1999, el investigador Cinna Lomnitz dijo que la UNAM “está muerta, es un cadáver que no podrá levantarse más”. Tan apocalíptica visión ha mostrado, afortunadamente, ser falsa, pues la universidad está allí, viva y cumpliendo su misión en la educación, investigación y difusión de la cultura. Ha costado mucho esfuerzo levantarla, pero es cierto también que, en las casi dos décadas que han pasado desde entonces, a la UNAM le falta algo, pues no es normal que haya este silencio, que se pretenda funcionar como si no existieran ni las elecciones ni los asesinatos y desapariciones ni el narco ni el acoso ni la intolerancia en el país y en nuestra casa de estudios. Esto no se corresponde con el espíritu de lo que es y debe ser nuestra universidad.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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