En 2008 publiqué un libro titulado País de Mentiras, en el que documenté las mentiras que nos dicen los políticos, empresarios, iglesias y medios de comunicación, siempre pretendiendo convencernos de lo mucho que hacen y lo muy bien que lo hacen, así esas afirmaciones no puedan sustentarse en los hechos.

Unos años después, cuando terminó el sexenio de Felipe Calderón, lo actualicé con las mentiras de ese periodo.

Hoy, cuando casi termina el gobierno de Enrique Peña Nieto, he reunido tanto material que sin duda le podré aumentar muchas páginas, pero aquí quiero solamente referirme a la que me parece la mentira más grande de todo su sexenio.

Y esa es la que dijo en la reunión que sostuvo en días pasados con el presidente electo y los dos gabinetes, para dar inicio formal al proceso de transición. Allí aseguró que “entrega un país en el que priva un clima de armonía y de paz social”.

Frente a estas palabras, ya ni llorar. Lo malo es que tampoco nos podemos reír ni podemos permanecer indiferentes de que negar la realidad sea siempre la tónica de nuestra vida pública y de que suponer que los ciudadanos no vemos ni sabemos ni pensamos sea siempre el punto de partida de sus discursos.

Hoy, exactamente hace cinco años, escribí en este espacio de EL UNIVERSAL un artículo burlándome de algunas de nuestras autoridades, precisamente por sus discursos, que resultaban ya no solamente mentirosos, sino incluso ridículos frente a la realidad.

Por ejemplo, cuando el entonces secretario de Gobernación afirmaba enfático: “No permitiremos más violencia”, “No permitiremos que grupos armados transiten libremente por las calles y al margen de la ley”, “No permitiremos la conformación de grupos de autodefensa”, “No permitiremos la impunidad”. O el entonces procurador de la República: “No permitiremos simulación en la justicia”. O el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación: “No permitiremos que se violen los derechos humanos”. O el gobernador de Jalisco: “No permitiremos nuevos bloqueos”, el de Veracruz: “No permitiremos que la delincuencia se apodere de las instituciones” y el jefe de Gobierno del todavía llamado DF: “No permitiremos que grupos delictivos nos desestabilicen”, “No permitiremos desmanes en la ciudad”.

Pero ay, resultó que aunque ellos no lo iban a permitir, de todos modos todas esas cosas sucedieron y los ciudadanos hemos tenido que vivir entre bloqueos y desmanes, con instituciones tomadas e ingobernabilidad, en simulación de la justicia y violaciones a los derechos humanos.

Y a pesar de todo, aunque esto es evidente y visible para todos, ellos insisten en continuar con las mentiras.

Su preferida es dar datos según los cuales los índices de violencia han disminuído. En esto fue célebre cuando el presidente Peña Nieto aseguró en un viaje a Europa que el delito había disminuido 25% durante no recuerdo cuál cuatrimestre, e incluso habló de que en alguna de las ciudades más violentas la reducción fue ¡de 100%!. Ese es el mismo mandatario que hoy afirma que entrega un país en paz.

Pero no es el único. En esta Ciudad de México en la que Miguel Ángel Mancera pasó su gobierno negando que hubiera grupos de la delincuencia organizada, el actual jefe de Gobierno sale ahora con un discurso en el que le habla a los delincuentes diciéndoles que “por favor no vengan aquí porque la capital no los va a aceptar”. Y agrega que otros estados tampoco los aceptarán porque él y varios gobernadores ya se pusieron de acuerdo para impedírselos.

El tono del discurso pasó en unos años, del arrogante “no permitiremos” al amable “por favor no vengan”, pero de todos modos, no parece que los delincuentes por eso le vayan a hacer más caso al señor Amieva del que le hicieron a Mancera.

Pero eso es lo de menos, pues los funcionarios se dan por satisfechos con decir lo que quieren decir y lo que pase no importa.


Escritora e investigadora en la
UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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