El sábado 3 de agosto hubo un enfrentamiento entre los huachicoleros y el Ejército, en plena carretera federal México-Puebla.

Resulta extraño que se haya dado allí dicho enfrentamiento, porque no es en ese lugar donde se roban el combustible ni donde está el Ejército, que combate esas acciones.

Entonces, ¿qué pasó?

Los vecinos de Texmelucan aseguran que si bien desde hace algunos meses el estado tomó en sus manos la seguridad, logrando con ello la disminución de ciertos delitos como el robo, el huachicoleo no se ha visto afectado para nada: los camiones cargados de bidones de gasolina ordeñada a los ductos de Pemex entran y salen sin problema y sin que nadie los detenga.

La pregunta es entonces: ¿decidieron los soldados combatir lo que la policía deja pasar? ¿O decidieron los delincuentes atacar a los soldados para prevenir que eso sucediera? ¿Y cuál de los dos decidió que la carretera federal era el lugar adecuado para hacer el irigote? y ¿por qué?

Es un hecho que alguien debe haber decidido que los balazos, muertos y camiones incendiados, se hicieran en un lugar de alta visibilidad.

Ya desde hace rato que colonos, vecinos, maestros y personas enojadas por cualquier cosa descubrieron que cerrar las carreteras importantes no solo le da visibilidad a su causa, sino que los protege porque no habrá autoridad que se atreva a quitarlos, hagan lo que hagan.

Y es que, por paradójico que parezca, entre más público y transitado es un lugar, más seguro se está. Para los delincuentes, por evitar que se los lleven sin que nadie sepa a dónde y para los soldados evitar las acusaciones de violación a los derechos humanos que siempre les hacen cuando combaten al crimen. Baste recordar que cuando los enfrentamientos han sido en ranchos o pueblos aislados, las personas desaparecen y siempre se acusa al Ejército o la Marina y los que terminan enjuiciados o castigados son los soldados.

Por eso la visibilidad les conviene a todos. Y por eso, supongo, los huachicoleros y el Ejército se fueron a enfrentar en plena carretera federal.

Y que se jodan los ciudadanos. Porque nadie los va a ayudar. Si la bronca duró cinco horas, pues mejor para los atrapados en sus autos, porque también habría podido durar 20 horas sin que nadie hubiera hecho nada, como abrir alguna ruta alternativa o encontrar alguna forma para que pudieran por lo menos regresar.

Hubo épocas en que si no aparecían policías, los propios ciudadanos se organizaban para dirigir el tráfico, pero hoy nuestras carreteras impiden que alguien se mueva de su lugar.

Porque el señor Ruiz Esparza decidió que deben estar cerradas con toneladas de concreto, como si fuéramos un país en el cual los autos fluyen y si hay algún problema los policías organizan las cosas. Pero no lo somos y lo único que pasa es que alguien atorado allí nomás no tiene forma de salir, de hacerse a un lado, de regresar. Allá él si le da un infarto, si su esposa tiene que parir, su niño está enfermo o a la abuelita le urge ir al baño.

Si realmente quisiéramos encontrar la corrupción del señor Ruiz Esparza no solo habría que buscar en el socavón del Paso Exprés o en los sobreprecios de las obras que encargó, sino en sus arreglos con las empresas productoras de concreto a las que les compró toneladas para ese peligrosísimo modelo carreteril que nos impuso.

Es paradójico que mientras algunos consiguen visibilidad por ocupar las vías de comunicación, los ciudadanos atorados allí durante horas no la consigan. Ni siendo una carretera tan importante alguien los vio. Ningún medio de comunicación, ningún funcionario, ningún defensor de los derechos humanos hizo o dijo nada sobre el viacrucis que sufrieron miles de mexicanos, uno por cierto, que se repite cada rato cuando alguien decide que puede hacer visible su causa si cierra los caminos por lo que todos necesitamos transitar.

Escritora e investigadora en la
UNAM.sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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