Un grupo de intelectuales y activistas sociales decidieron apoyar al gobernador de Chihuahua, Javier Corral, en su pleito contra el gobierno federal, y estuvieron a su lado desde que lo anunció en la capital del estado hasta que vino a negociar a la capital del país.

Si bien se ha escrito bastante sobre el hecho, lo hago ahora también pero desde otro lado: a mí lo que me interesa es entender las razones de ese apoyo por parte de dichas personalidades (que participan en ONG, instituciones ciudadanas, medios de comunicación, partidos e incluso en el Congreso de la Unión) y de esa sensación de triunfo que los inundó luego de la marcha y la llegada a la CDMX.

¿Creen de veras que el señor Corral es el santo y mártir que él quiere hacernos creer que es? ¿El abanderado de la nueva Revolución mexicana —esta vez sin armas pero con ideas según dijo—, de la lucha contra la corrupción y por un federalismo real?

A mí me cuesta creerlo, pues no veo en su trayectoria ni mucho menos en su manera de gobernar (en su estado son brutales la delincuencia y la violencia y los ciudadanos se quejan de que no se ocupa de atender los problemas), nada que lo haga diferente del resto de los políticos. Además de que su negociación con el gobierno central y sus acciones demasiado encaminadas a la atención mediática, reiteran lo que siempre ha sido la característica de la política nacional que todo lo compra y que se ocupa más de hacer ruido que de resolver los asuntos.

Y sin embargo, supongo que ese apoyo que le han dado dichas personalidades, es porque consideran que el señor está “del lado correcto de la historia” como gusta decir una de ellas.

Ahora bien: ¿cómo saber cuál es el lado correcto de la historia?

Parecería como si en ese apoyo estuviera la respuesta: el lado correcto es donde están los activistas e intelectuales. ¿Por qué? Porque se supone que dichas personas son las que entienden y saben y por lo tanto, las causas que ellos apoyan son las correctas. Argumento circular que no explica nada, pero que muchos aceptan.

Pero no todos. A mí por lo menos, no me gusta el olor a “no hay más ruta que la nuestra” que percibo en sus actitudes.

Y esto es algo que vemos mucho hoy: que quien no está de acuerdo con la manera en que se supone que se debe pensar es inmediatamente descalificado.

Los ejemplos sobran: en el acoso sexual, cualquier matiz o duda implica ser acusado de no ser feminista ni apoyar a las mujeres; en el caso de los candidatos a la Presidencia o a otros cargos, cualquier crítica implica ser acusado de estar con el partido gobernante; en el caso de no aceptar que el gobierno tiene la culpa de todo lo malo o que es autoritario o que el Ejército debe culparse y demonizarse cada vez que hay algún problema social, implica ser acusado de oponerse a la defensa de los derechos humanos; y así en todos los asuntos que hoy se debaten en nuestro país.

Y es que los intelectuales y activistas influyentes deciden cuál es la causa correcta, qué persona, grupo y organización hace bien las cosas y qué persona, grupo o institución las hace mal, cuál es la versión correcta de los hechos y cuál la equivocada, quiénes son los buenos y quiénes son los malos de la película, a quién hay que apoyar y a quién hay que acusar. No hay espacio para la diversidad, el disenso, la crítica, la duda. Quienes no tienen la misma manera de pensar o de expresarse o de concebir los caminos de acción, son inmediatamente colocados del lado equivocado y hasta considerados enemigos de las causas.

Pero si volteamos a la historia, nos daremos cuenta de que el verdadero lado correcto nunca ha sido el de los carros completos y las unanimidades, que solo han conducido a la inquisición y el gulag.

Ese es mi temor y hoy lo expreso aquí: al afirmar mi admiración por esos intelectuales y activistas, digo que también tengo críticas y dudas.


Escritora e investigadora en la
UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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