De un tiempo a esta parte, todo mundo tiene algo que decirnos sobre cómo debemos hacerle para componer las cosas en nuestro país.

Las agencias internacionales exigen recortes en el gasto, formas de comportamiento fiscal y controles diversos. Las organizaciones civiles exigen programas sociales y apoyos contra la pobreza. En cambio, para el empresario Carlos Slim, la solución está en darles dinero en efectivo a las madres de familia. La propuesta está lejos de ser nueva, de hecho se puso en práctica desde tiempos del presidente Vicente Fox, pues por aquel entonces así lo impuso el Banco Mundial.

Cuando hace poco vino a México el primer ministro canadiense Justin Trudeau dijo que se debían aumentar los salarios y “asegurarnos que los trabajadores sean protegidos por normas laborales progresistas. Tienen que saber que los gobiernos y sus empleadores los cuidan”.

En la Feria Internacional del libro de Guadalajara, la alcaldesa de Madrid vino a decir que los ciudadanos deberíamos “ir a pasear, estar en la calle, ocupar el espacio público” como método contra la inseguridad. Su propuesta es exactamente la contraria a la del gobierno de la ciudad de Matamoros, que hace algunos años dijo que “lo mejor es que los ciudadanos no salgan de su casa para evitar riesgos”.

Para Andrés Manuel López Obrador, hay que echar para atrás las reformas en Pemex y en educación y amnistiar a los criminales.

Para la izquierda, lo que hay que echar para atrás es la Ley de Seguridad Interior y regresar el Ejército a los cuarteles.

Para el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes que vino a México a raíz de la desaparición de los 43 jóvenes en Ayotzinapa, se debe cambiar la narrativa, dejando completamente atrás la versión de las autoridades mexicanas.

Hay quienes aseguran que todo va a cambiar si se permiten las candidaturas independientes, o se legalizan las drogas, o se crean mandos únicos, o se promulgan nuevas leyes, pues “la vía más clara para la solución de la violencia es el derecho”.

Para el nuncio Franco Coppola y para el Partido Encuentro Social, todo se va a arreglar si echamos para atrás el derecho al aborto y los derechos de los homosexuales, pues, según el cardenal Juan Sandoval Íñiguez, las desgracias naturales son porque Dios está enojado por “la ideología de género o feminismo”. En cambio, un cura de Guanajuato recomendó hace algún tiempo pedirle a Dios que ablande los corazones de los narcos para que dejen de hacer el mal.

La palma se la lleva Cuauhtémoc Blanco, el alcalde de Cuernavaca, quien recientemente dijo que lo que se requiere es que haya más linchamientos: “Me da tanto gusto que la gente esté reaccionando, esto es lo que necesitamos.” Poco le faltó para proponer lo mismo que un diputado brasileño, aspirante a la presidencia de ese país, que dice estar “a favor de la tortura”.

Por supuesto, todas estas propuestas nacen de creer que la solución es sencilla y está a la vuelta de la esquina si se hace esto o aquello.

Y, si bien estas propuestas no se parecen entre sí y algunas son francamente absurdas, lo interesante es que dan cuenta de que la sociedad mexicana se está percatando de que la única forma de lograr cambios es involucrando a la sociedad: a las comunidades, a las familias, a las personas.

Y es que hasta hoy, que yo sepa, ninguna ley ha hecho cambiar a una sociedad, ninguna policía, por excelente que sea, ha terminado con la delincuencia y la violencia, ninguna iglesia, por mucho que lo digan sus jerarcas, ha demostrado que lo que nos sucede es un castigo divino y ningún político, por mucho que lo pregone, ha conseguido cumplir sus promesas.

Solamente aquellas sociedades que están hartas del modo de funcionar de las cosas, pueden generan cambios. Pero esos son desde abajo. Y las leyes, instituciones, policías, iglesias, pueden apuntalar y apoyar, pero no son ellas quienes consiguen el cambio.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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