Los chimpancés (nuestros parientes evolutivos más cercanos junto con los gorilas, los bonobos y los orangutanes) invierten la mitad del tiempo que pasan despiertos (seis horas diarias) en masticar alimentos no procesados. Mientras tanto, según el Buró de Estadísticas Laborales de Estados Unidos, una persona promedio pasa alrededor de una hora y media diaria comiendo. Esto significa un ahorro importante en tiempo y energía que pueden ser utilizados en otras actividades, como en perseguir una presa o en mantener relaciones sociales más complejas.

Además, un chimpancé puede pasar semanas e incluso meses sin comer carne, mientras que los miembros de la especie Homo sapiens, pese a tener mandíbulas y dientes mucho más pequeños, consumimos carne regularmente, como lo hacían también nuestros ancestros homínidos hace 2.5 millones de años. Pero, ¿cómo es posible que la selección natural favoreciera al mismo tiempo el aumento en el consumo de alimentos difíciles de masticar y la reducción de las estructuras anatómicas necesarias para ello, y que esto representara una ventaja para la sobrevivencia de los individuos? Los antropólogos Daniel Lieberman y Katherine Zink de la Universidad de Harvard atribuyen esto al uso de herramientas de piedra para cortar la carne y moler raíces, lo que permitió a nuestros ancestros tener una dieta de mejor calidad con menos esfuerzo, aun antes de que descubrieran cómo usar el fuego para ablandar los alimentos (lo que ocurrió hace 500 mil años).

Para conocer cómo es que el uso de herramientas pudo haber impactado la dieta de los homínidos, Zink y Lieberman cortaron carne de cabra con herramientas de piedra (ya que gracias a la selección artificial del ganado la carne de vaca hoy es mucho más suave) y trituraron rábanos y camotes, que después fueron consumidos por un grupo de voluntarios, mientras se monitoreaba la fuerza y el tiempo empleado en la ingesta mediante electrodos adheridos al rostro de los individuos. Estos resultados fueron comparados con los obtenidos del consumo de los mismos alimentos sin procesar, encontrando que para el caso de la carne, la ingesta sin procesamiento (sin cortar la pieza en pedazos más pequeños) resulta casi imposible para un humano moderno, e incluso es difícil para un chimpancé. Según el estudio realizado por los antropólogos y publicado en 2016 en la revista Nature, al cortar la carne y triturar los vegetales, un homínido podría haber reducido hasta en 17% el número de masticaciones por bocado, lo que equivale a dos y medio millones menos de masticaciones por año.

Esto significa que los individuos que utilizaron herramientas para comer de manera más eficiente mejoraron su gasto energético; pudieron alimentarse mejor y dedicar más tiempo a las relaciones sociales, lo que a su vez favoreció el desarrollo del cerebro.

En el proceso evolutivo de una especie, las características que otorgan una ventaja para la supervivencia y la reproducción de los individuos se heredan de padres a hijos. Esto es la selección natural, que ocurre al mismo tiempo no sólo con una, sino con muchas características, y con el paso del tiempo puede dar lugar a la formación de una o más especies a partir de una población original.

La evolución es un proceso integral en el que un gran número de factores participan. En nuestra especie el aumento del tamaño del cerebro —que fue favorecido por el uso de herramientas, el cambio hacia una dieta rica en carne y, posteriormente, por la cocción de los alimentos— permitió relaciones sociales colaborativas mucho más complejas, lo que sin duda fue un aspecto decisivo en nuestra evolución.

Coordinadora de Proyectos
Académicos Especiales
de la Secretaría General, UNAM

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