Eso de que en México vivimos un “enojo social” es falso. En este país padecemos un encabronamiento masivo, que es un término más certero, más nuestro y, por desgracia, de todos los días.

Y es que, en todo el mundo somos de los más pobres, los más injustos, los más corruptos y sobre todo los más desiguales; disparejos, diríamos por acá. Para empezar, hay cinco niveles de mexicanos, cuya realidad es brutalmente distinta:

Los de primera: son poquísimos, las cien sagradas familias que concentran el poder económico y son las accionistas mayoritarias del país; eventualmente los cien semidioses del poder político; es decir, el Presidente, los secretarios de Estado, los directores de las grandes entidades públicas, los gobernadores, los líderes del Congreso y los ministros de la Corte Suprema.

Los de segunda: los tres mil megarricos que sin estar en el círculo sacro han amasado fortunas de miles de millones pa’rriba; en este orden, inclúyase a los tres mil favorecidos con el voto para cargos de elección popular como senadores, diputados federales y locales y presidentes municipales, a los que hay que añadir subsecretarios, directores, asesores, coordinadores de asesores y coordinadores de coordinadores de asesores.

De tercera: los cientos de miles de profesionistas de todo tipo que pagan impuestos y viven al límite, a los que hay que agregar a los millones de empleados y asalariados a los que el sueldo no les alcanza y deben recurrir al comercio informal para su sobrevivencia.

De cuarta: los sesenta millones de mexicanos pobres, lo mismo en ciudades y pueblos que en los cinturones de miseria de nuestros grandes conglomerados urbanos; entre ellos los 20 millones de mexicanos hambrientos enfrentados a la muerte por enfermedades curables debido a su desnutrición crónica.

De quinta: los diez millones de mexicanos indígenas; hombres, mujeres y niños, de los que 6 millones no saben leer ni escribir y sobreviven apenas entre la ignorancia, el hambre y la injusticia, lo mismo en Chiapas que en Oaxaca; igual en la Sierra Tarahumara o en las costas de negritud de Guerrero o Veracruz. Los más pobres de los pobres.

Una desigualdad ofensiva, lacerante y criminal que ustedes no quieren ver, señores candidatos, o que al menos no está en sus discursos, hasta ahora atascados de palabrería y huérfanos de conceptos. Lo mismo que ha ocurrido con gobiernos de signo diverso cuya ineficacia, corrupción y voracidad han aumentado exponencialmente la pobreza, a la vez que intentan engañarnos ocultándola. En los años recientes, unos y otros han inventado sus propios métodos de evaluación y clasificación de la pobreza. Para la más reciente medición en 2015, según el actual gobierno federal, “únicamente el 45.5 %” de nuestra población vivía bajo el umbral de la pobreza, lo que representa 53 millones 500 mil habitantes. Sin embargo, y según los estándares de organismos globales como el Banco Mundial, basados en el ingreso real de cada habitante, más del 50 % se encuentra debajo del umbral internacional de la pobreza. Lo que representa más de 60 millones de mexicanos.

Lo que pasa es que nuestros gobernantes insisten en el maquillaje de las cifras y los datos duros para presentarnos una nación ojerosa y pintada. Y así en cada rubro de nuestra existencia, de los que iremos hablando en próximas entregas. En pocas palabras, de las cosas que nos encabronan.

Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses