Con frecuencia esa palabra la asociamos al desastre, a la tragedia, a lo indeseable. Yo prefiero la acepción que se refiere a lo que ha de ocurrir inevitablemente. Lo que nos acerca de modo inexorable a un cierto momento. Por ejemplo, a las once de la noche del próximo domingo en que Lorenzo Córdova, presidente del INE, aparecerá en la tele para decirnos quién ganó la Presidencia de la República. Lo que desencadenará una serie de acontecimientos igualmente fatales en los que solo faltan los nombres de sus protagonistas: un candidato ganador y dos candidatos perdedores. Un discurso con la miel eufórica del triunfo y dos mensajes con el amargo sabor de la derrota. Me pregunto si el uno y los otros ya están siendo redactados desde ahora. Y tal vez un cuarto anuncio de Peña Nieto al estilo de aquel de Zedillo que conjuró la tormenta.

Sin embargo, hasta la fatalidad tiene matices y, según mi entender, tres escenarios: en el primero, el resultado es inatacable, la jornada ha transcurrido plácidamente y el discurso del ganador es de conciliación y buenos deseos, mientras que los mensajes de reconocimiento de los perdedores consolidan el proceso democrático; en el segundo escenario, la ventaja es relativa, contradice las encuestas, desata la protestas de los tres contendientes y acelera un desgastante conflicto postelectoral; el tercer escenario es climático, al producirse un resultado inesperado y para muchos inverosímil que genera la furia felino-diabólica del puntero y la combatividad de los otros en el escenario de un incendio creciente. Lo que nadie querría.

Y lo que se ve muy difícil que suceda, si votamos no solo por un candidato sino también por buena fe, sensatez y respeto a la voluntad de los otros. Aunque el desafío es evidente: a menos que los dioses del destino se hayan vuelto locos y que todos los encuestadores se hubiesen confabulado, todo anticipa una victoria para Andrés Manuel López Obrador de Morena. Aunque al mismo tiempo significaría un México dividido a partes casi iguales entre los furibundos incondicionales de AMLO y los rabiosos antilopezobradoristas, que no se resignan a la insoportable inevitabilidad de su triunfo. Lo que plantearía la necesidad urgente de una gigantesca operación cicatriz que tendría que empezar no el 2 de julio, sino la noche misma del domingo 1º.

Y hablando de fatalidades: lo bueno es que están por terminar los recursos desesperados como las odiosas llamadas a deshoras; la guerra de lodo en las redes sociales; la oportunista danza de las deslealtades; la fatiga cada vez más evidente en los medios de comunicación y la incertidumbre sobre los gobiernos electos en nueve estados de la República, incluyendo la Ciudad de México. Y, por supuesto, la gran interrogante sobre la conformación final del Congreso con las consecuentes sumas y restas en las Cámaras de Senadores y Diputados.

A propósito, esta es parte de la entrevista que le hice hace diez días:

—Andrés, si ganas la Presidencia de la República con 51 por ciento, estarías ganando en automático una segunda vuelta, algo histórico y que en otros países les lleva dos elecciones.

—Así parece que vamos a ganar.

—Pero si además ganas el Congreso, vas a tener una enorme tentación autoritaria.

—No, no, no, no, no el poder es humildad; el poder solo tiene sentido cuando se pone al servicio de los demás; no me interesa la parafernalia del poder ni el autoritarismo, ni la dictadura; lucho para que haya una auténtica democracia en el país y que juntos podamos construir una utopía… un sueño.

Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

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