El tráiler con 157 cadáveres que estuvo circulando en la zona urbana de Jalisco y el descubrimiento de que hay un segundo tráiler, con lo cual suman 440 cuerpos, es un suceso macabro, impensable para los ciudadanos hasta hace unos días.

Sin embargo, este hecho representa claramente el momento que vivimos los mexicanos al día de hoy. Hemos perdido la capacidad de asombro ante las noticias y hemos relativizado la tragedia humana, como nos mostró un video exhibido en televisión y redes sociales, donde varias mujeres grababan con su celular el momento en que la hoguera consumía a dos humanos, aún con vida, durante el linchamiento de dos supuestos robachicos en Acatlán, Puebla, el 29 de agosto pasado. Estas mujeres a este acontecimiento le daban la categoría de “espectáculo”.

Para entender, debemos diferenciar. Uno es el tema de la muerte, tan arraigado en la tradición mexicana y ahora puesto de moda a partir del descubrimiento de la riqueza cultural de sus contenidos a partir de su origen indígena, en la celebración del día de muertos a lo largo de todo el país. Su valor antropológico aumenta su riqueza.

Del mismo modo, se suma la presentación mundial de las catrinas como símbolo visual de esta tradición, lo cual fue presentado globalmente en la película Spectre, de James Bond.

Sin embargo, debemos reconocer que las catrinas son un producto que nace, no de la tradición popular, sino de la crítica social. Inicia en la era del presidente Juárez, se populariza en el porfiriato y lo consolida en cuanto a diseño, en 1910, un talentoso grabador y diseñador mexicano de nombre José Guadalupe Posada, aunque este le nombra inicialmente “La calavera garbancera”. En 1947 Diego Rivera lo incluye en un mural y le denomina “la catrina”, con lo cual adquiere notoriedad.

Nos hemos acostumbrado tanto a hablar de la muerte, porque es un personaje cercano, que convive con el mexicano de modo irreverente, desmitificado y cotidiano. Así le hemos perdido el miedo. El personaje denominado la “santa muerte”, nace en México en el ámbito de quienes arriesgan la vida y necesitan perderle el miedo, generándose así el culto a esta figura, aunque hay quienes remontan su origen a la época de “La colonia”.

Por tanto, hablar, de la muerte en México no es novedad; algún día todos nos habremos de morir porque es el ciclo de la vida.

Sin embargo, detrás de este bagaje cultural que tenemos los mexicanos, vinculado con la muerte, hay un fenómeno auténtico de nuestros días, que es la pérdida del respeto al cadáver, al cual, como en este caso, se le da el trato de basura. En estricto sentido, el tráiler jalisciense trasladaba a algo que todos los funcionarios públicos que tuvieron que ver con este asunto, consideraban basura.

Los cadáveres presumiblemente pertenecían a personas desconocidas y posiblemente vinculadas a las clases sociales populares, e incluso con sospecha, según la visión típica del funcionario público, vinculadas con la delincuencia organizada, lo cual nos remite al tema de la discriminación social.

Este fenómeno, vinculado a la violencia y que lleva a la pérdida del respeto que tradicionalmente se le ha tenido a la vida humana, nos explica seguramente, el incremento de la violencia fatal, esa que culmina con el asesinato. Hoy asesinar a alguien por sospechas, es cotidiano en algunas zonas del país.

Aunque el gobernador de Jalisco, Aristóteles Sandoval, haya querido resolver el escándalo de los dos tráileres cesando al titular del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses, Luis Octavio Cotero, y después al fiscal general de Jalisco, Raúl Sánchez Jiménez, todos sabemos que este es un fenómeno generalizado en el ámbito policial, de combate a la delincuencia y seguramente en el contexto forense a lo largo del país.

En el caso del tráiler de la muerte lo que ha dado relevancia a la noticia es el modo en que las autoridades jaliscienses trataron el problema que les significaba deshacerse de los cadáveres no reclamados por familiares.

Sin embargo, lo más grave es que este fenómeno en casi todo el país se resuelve con fosas clandestinas, donde las mismas autoridades se deshacen de cadáveres, como el escándalo dado a conocer en 2014 cuando se descubrieron dos fosas clandestinas ubicadas en un predio privado de Tetelcingo, Cuautla, en el Estado de Morelos, donde la fiscalía de ese Estado inhumó, o sea depositó, 117 cuerpos sin siquiera determinar su identidad ni buscar a los familiares. El análisis de las fosas determinó que 84 de los cadáveres mostraban huellas de tortura, lo cual determinaba además un carácter delictivo.

Combatir la violencia delincuencial sin tratar de resolver el problema de cambios recientes en la percepción de los valores morales en la sociedad mexicana, es pérdida de tiempo.

Este ¿es el México real en que hoy vivimos?.

¿Usted cómo lo ve?

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