Todavía no ha tomado oficialmente el cargo de presidente electo, pues sigue siendo aún el candidato ganador de las elecciones, pero ya ha estado tomando control y mostrando públicamente lo que será su gobierno. La visita del equipo negociador del presidente Donald Trump da muestra de ello.

Que algunas promesas de campaña planteadas por el candidato ganador Andrés Manuel López Obrador estén siendo revaloradas desde ahora por su equipo, con el fin de identificar su viabilidad, da muestra de flexibilidad del próximo presidente, lo cual echa abajo los resquemores que existieron durante las dos campañas presidenciales anteriores respecto a si él sería intransigente.

Estas son buenas noticias que dan certidumbre en el ámbito económico.

Sin embargo, esta rectificación de promesas de campaña nos pone frente a una realidad que hemos soslayado desde hace muchos años. Hemos construido del modelo democrático un mito aspiracional, sin darnos cuenta de que parte de un grave vicio de origen: estimula la mentira sin consecuencias y las campañas terminan siendo una competencia por ver cual de los candidatos es más creativo al proponer las mentiras más espectaculares.

Por esta razón, Sócrates, el padre de la filosofía griega, desconfiaba de la democracia y se oponía a ella como modo de gobierno. Esto fue tan radical que en el año 399 antes de Cristo sus enemigos lo llevaron a un juicio espurio por corromper a la juventud con sus ideas y en una cerrada votación lo declararon culpable y lo condenaron a muerte.

En su obra titulada “Diálogos”, el otro gran filósofo, Platón, dentro de “La República” describía diálogos de su maestro Sócrates, en los cuales este equiparaba a la democracia con la demagogia y en esa obra ponía un ejemplo.

Decía que una campaña electoral era como una competencia entre un médico y el dueño de una tienda de dulces. Mientras el médico ofrece promesas reales que podrían ser incómodas y hasta dolorosas pero necesarias, el dueño de la tienda de dulces ofrece lo que electorado quiere recibir, aunque sea de poco valor. De este modo lo importante puede ser relegado para dar paso a lo frívolo.

Por tanto, Sócrates, se atrevió a predecir hace más de dos mil cuatrocientos años que “el sistema democrático solo nos arrastraría a un mero acto de demagogia, en donde todos los aspirantes a altos cargos políticos no serían más que actores tentando al público con falsas promesas y convirtiendo el sistema en un espectáculo de popularidad.”.

¿No es esta nuestra democracia actual en el México del 2018?.

Si esto lo previó Sócrates en Grecia hace tantos años, este es un problema global que atañe a la esencia de la democracia.

Sin embargo, en México, donde mentir no tiene consecuencias, incluso en el ámbito judicial, donde es sumamente grave, en nuestro país prometer en campaña sabiendo que difícilmente se podrá cumplir es mucho más delicado.

¿Cómo podremos construir un país donde prevalezca el estado de derecho por encima de los intereses de la gente poderosa?. Si el Estado Mexicano nace de procesos electorales que en su origen se sustentan en un modelo en el cual es necesario mentir para obtener el voto. Por tanto, las bases para imponer la ley son éticamente endebles.

La demagogia que se sustenta en la mentira es ética y moralmente reprobable. Sin embargo, hoy, en la era de las redes sociales, que han empoderado al ciudadano conectándolo con la colectividad en tiempo real, la demagogia electoral se convierte en una bomba capaz de generar graves conflictos sociales y políticos.

Esto debemos analizarlo en su justa dimensión, pues es un problema de sistema de nuestro modelo democrático, porque todos los partidos hoy lo practican.

Antes no tenía consecuencias que las promesas de campaña no se cumplieran y así lo hemos visto a lo largo de los años.

Sin embargo, hoy que la ciudadanía se ha empoderado sobre la movilidad que le ofrecen las redes sociales, es extremamente peligroso dejar expectativas frustradas en los sectores vulnerables del país.

El nuevo gobierno, aún sin tomar posesión, está empezando a disfrutar de una cálida luna de miel con la ciudadanía, llena de expectativas respecto a un cambio real.

Sin embargo, esta cálida luna de miel se irá enfriando cuando los recursos económicos sean insuficientes para otorgar todas las prestaciones ofrecidas y los beneficios prometidos.

Esta sociedad empoderada se está volviendo cada vez más exigente y se vuelve imprescindible empezar a replantear el modelo de campañas, para llevarlo de una demagogia populista que es lo que hoy existe, a un ejercicio más responsable, donde el INE exija a los candidatos que las promesas de campaña se sustenten y se garantice su viabilidad.

Si una empresa privada ofrece una promoción y la publicita, pero no cumple, con toda seguridad la Profeco le multa y se vuelve un escándalo que tiene consecuencias. En contraste, que un candidato prometa un beneficio inviable a sus electores, ni siquiera le hace acreedor a una amonestación.

Es imprescindible repensar qué modelo democrático queremos para México y de momento generar mecanismos para controlar las promesas de campaña desde un punto de vista jurídico.

Si esto no se empieza a preparar desde ahora, vendrán tiempos complicados.

¿Usted qué opina?

Presidente de la Academia Mexicana de la Comunicación AC
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