En el Metro de la Ciudad de México, una pareja de adolescentes se encuentra discutiendo en el andén. El oficial de la estación les observa y nota un comportamiento errático en la chica. La nota enojada, triste, ansiosa. Estaba llorando. El joven, por su parte, se ve molesto, de vez en cuando alza la voz. Con base en un entrenamiento que recibió para detectar posibles actos de suicidio, el policía se percata de que la chica está a punto de arrojarse a las vías. De inmediato llega, la sujeta del brazo y evita una tragedia.

Esta historia no tuvo un desenlace fatal, pero no por ello deja de ser trágica. El suicidio relacionado con problemas de pareja es una salida que toman muchas y muchos adolescentes, y una de las principales consecuencias relacionadas con la violencia en el noviazgo. Esta violencia silenciosa y devastadora avanza progresivamente desde la emocional y sicológica, física, sexual e incluso económica, con un sesgo clara y mayoritariamente contra de las mujeres, que desencadena baja autoestima, deserción escolar, embarazos a temprana edad, consumo de sustancias tóxicas e incluso infecciones de transmisión sexual, entre otras.

Según datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Inegi, 2016), 44% de las mujeres de 15 años o más han sufrido violencia por parte de su actual o última pareja, y la Encuesta Nacional de Violencia en el Noviazgo señala que, dentro de las relaciones de pareja, 76% de las adolescentes entre 15 y 17 años han sufrido violencia sicológica, 17% sexual y 15% física. De las mujeres de 15 años o más víctimas de violencia en la pareja, casi 58% sólo concluyeron la educación básica (primaria y secundaria), y de ese universo, 6% no aprobó ningún grado escolar. Además, la Encuesta Nacional sobre Discriminación (Enadis) señala que los jóvenes varones son quienes más justifican ejercer violencia física contra las mujeres en casos, por ejemplo, de una infidelidad.

La violencia en el noviazgo nos enfrenta a un enorme problema de desigualdad y discriminación, enraizada en la violencia de género, la cual se exacerba en la etapa de la adolescencia donde, al ser personas en desarrollo físico, emocional y cognitivo, suelen ser más susceptibles a vivirla, y con ella, todas sus secuelas.

Pero acaso existe otra consecuencia aún más grave de esta violencia: la normalización. Cuando las conductas violentas se asocian como naturales, nos encontramos ante el escenario más adverso y la fuente natural que revitaliza y perpetúa estas conductas de manera intergeneracional.

Las relaciones de pareja son un asunto personal cuya convivencia se sitúa dentro de un contexto enteramente público. Autoridades, organizaciones sociales, empresas, medios de comunicación y sociedad enfrentan un duro sistema cultural que demanda acciones y compromisos conjuntos para resolverlo. Desde el ámbito público hay esfuerzos para erradicar la violencia contra las mujeres, y en particular en el noviazgo.

La política educativa debe fortalecer el acceso y la permanencia de niñas y adolescentes en las escuelas, pues a mayor educación, menos riesgo de vivir violencia. Igual en salud, desarrollo social y empleo.

*Secretario Ejecutivo del SIPINNA@ricardobucio

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