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Tiene apenas 25 años y se considera un hacedor de teorías. Es mexicano pero sus planteamientos sobre la aceleración del tiempo en el que vive la sociedad contemporánea han llamado la atención en otras fronteras, tanto que en España ya se le ha calificado como “El tataranieto millennial de Marx” o “el joven filósofo mexicano”.

En los últimos dos años ha publicado dos libros, El intelectual mexicano: una especie en extinción —en coautoría con Sofía Rodríguez­— (Taurus, 2015), y Contra el tiempo, Filosofía práctica del instante (Anagrama, 2016), con el que se colocó hace unos meses como finalista de los premios de Ensayo de la editorial Anagrama 2016.

“Ser pensador en México significa pensar desde la raíz. Pensar desde lo más profundo, desde el abismo, desde un país en el cual diariamente se asesinan a mujeres, a migrantes, es pensar desde estar rodeado de muertos”, señala Luciano Concheiro (Ciudad de México, 1992), el joven pensador mexicano que, como en la tesis de su más reciente libro, vive en el instante, en el tiempo que no transcurre, donde se suspende el presente y el futuro.

Es la tercera generación llamada Luciano en su familia, abuelo, exiliado español en México; padre, doctor en desarrollo rural, afiliado al partido comunista hasta su desaparición. Hijo único. Actualmente cursa el doctorado en Historia en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), asesorado por el sociólogo y antropólogo Roger Bartra.

A sólo unas semanas de irse a Harvard por segunda ocasión para realizar un pre doctoral en el Departamento de Lenguas Romances y Literatura por un año, donde prevé producirá su siguiente libro, Concheiro conversa con EL UNIVERSAL.

Se considera intempestivo y agresivo en sus textos. Está en búsqueda de aliados para “hacer una grieta en la actualidad, inamovible y estable y reinventar el tiempo”. Porque para él, pensar desde la raíz es echar todo por la borda y reinventar. Ir hacia atrás lo suficiente para arrojarse al futuro, “bruma imposible de limpiar y reconocer”. Repensar el presente que vivimos.

Mecanismos en crisis absoluta
Adelita San Vicente, madre de Luciano, recuerda que siempre le marcaban de la escuela de su hijo para contarle sus acciones. Condicionado en la escuela y rechazado para participar en un debate sobre la Reforma Energética, a los 16 años decidió abandonar la preparatoria. Inició sus estudios en sistema abierto y acabó los dos años y medio que le faltaban, en seis meses.

Su pensamiento fragmenta lo que escucha y ve constantemente. La generación a la que pertenece piensa de manera lineal y cada vez más rizomáticamente, es decir, sin jerarquías. No cree que su generación no esté interesada en temas sociales. “Lo que pasa es que los mecanismos para resolver los problemas sociales, los mecanismos de nuestros padres, del siglo pasado, están en crisis absoluta. Lo que está sucediendo es que estamos teniendo que reinventar también cómo manifestar esas preocupaciones. El cómo pensar la política. Estamos ante esos momentos de reajuste muy profundo”.

Recientemente, Luciano comenzó a llamar a su padre por su segundo nombre: Francisco. El académico de la UAM-Xochimilco dice que lo ve como amigo además de hijo, y espera —desde que se enteró de que su hijo fue finalista en el premio Anagrama de Ensayo— el momento en que lo conozcan como el padre de Luciano.

Con la tesis en una mano y la medalla Gabino Barreda y el mejor promedio en la carrera de Historia en la UNAM en la otra, el joven decidió no asfixiarse en una universidad en EU. Aceptado en Cambridge, Oxford, Stanford, Columbia y Chicago para la maestría, tomó el consejo del antropólogo Claudio Lomnitz. Inició el periodo de exploración por cuenta propia. Lomnitz le dijo: “Vete a Inglaterra”. Caminando por los mismos pasillos que grandes pensadores como Isaac Newton o John Maynard Keynes en Cambridge, Luciano terminó con honores una maestría en Sociología. Regresó a México y al poco tiempo recibió una oferta para trabajar en una dependencia gubernamental por 100 mil pesos al mes. La rechazó. “Se supone que eso significa que te abren puertas pero… Nunca, la independencia intelectual no la voy a supeditar a que me den un cheque enorme”.

—¿Qué es lo que más te preocupa?

La situación actual del país. Vivimos un momento crítico que necesita una transformación radical. Es una preocupación latente. Decenas y miles de muertos, los desaparecidos, las injusticias, corrupción, la desigualdad, los descabezados, los descuartizados…

—¿Ves alguna solución?

No me veo, si esa era la pregunta, desde la política creyendo que uno tiene algo de santidad o de búsqueda de liberación total. La transformación del país va a venir desde abajo. Desde los muchos no desde los pocos. No desde una cúpula o desde una cantina, sino desde los procesos colectivos de transformación.

“Un auténtico pensador”. Roger Bartra dice que no le ha visto un defecto a Concheiro desde que lo conoce, hace más de dos años, cuando éste le pidió que le asesorara su tesis doctoral en México. “Es una persona que piensa, un auténtico pensador. Un hombre claramente de izquierda pero perfectamente consciente de la crisis de todas las formas de izquierda. Está buscando un camino, en proceso de búsqueda.”

Luciano jura que no tiene una rutina al día, pero gran parte de 2016 se la vivió de la cama a la computadora, y de la computadora a la cama, en pijama. Salía a dar clase de Historia del Pensamiento del Siglo XX en la UNAM y regresaba a escribir. No podía pagar algo más grande en el barrio de la Condesa en la Ciudad de México. Ahora, “alejado y con una renta más baja” al sur de la capital, tiene mayor espacio para caminar sus ideas.

Tiene paso lento. Pie izquierdo, pie derecho. Manotea con el ritmo de sus pies. Habla. Habla sin parar pero también se escucha y se precisa.

Casi todas las mañanas con la primera persona que comparte sus ideas, inseguridades, problemas —sobre el sol, la luna, el viento y el pueblo— es con su papá. Conversan por teléfono entre 30 y 45 minutos en promedio. Luciano Francisco Concheiro recuerda que siempre ha hablado con su hijo, aprendiendo uno del otro. Cuando era niño y lo llevaba a la playa, recuerda, contemplaban el poder del viento sobre el mar por minutos hasta que Luciano interrumpía con alguna frase “profunda”. Cuando su hijo tenía ocho años decidió llevarlo a una de sus clases en la UAM-Xochimilco. Le consiguió una silla donde cupiera, una hoja y un lápiz. El doctor Concheiro decidió saltarse el plan de estudios y preguntó a sus alumnos, más de 10 años mayor que su hijo en ese entonces, sobre las raíces de México. Terminando la clase, Luciano le dijo a su padre: “¿Cómo es que ellos no saben que somos parte de una gran civilización?”.

Luciano Ecatl (viento, en náhuatl) Concheiro San Vicente nació en la Ciudad de México en los primeros días de 1992. Meses después lo llevaron a Tepoztlán. Vivió siete años, sembrando, viendo la lluvia pegar al Tepozteco, viendo a sus papás pelear con el pueblo morelense por la no construcción del Club de Golf. Creció sin ver televisión hasta que cumplió siete. Decía, a manera de juego, que sus hermanos eran los libros. Primero comenzó con novelas y después pasó a la filosofía. Leyó tres veces El Conde de Montecristo a los nueve años y para los 12 no soltaba Nietzsche: “No leía Zaratustra, leía las cosas más densas”, cuenta entre risas su padre.

Ha transcurrido poco más de una década y a pesar de que destaca por su pensamiento, no se proclama filósofo. Ni se dice historiador o sociólogo. Cuando lee en las entrevistas que así lo describen, le irrita. Pero lo es. Él se define como hacedor de teorías.

Se mantiene crítico frente a los otros, ha dicho: “No hay pensadores en México”. Pero también frente a sí mismo: “Si fuera consecuente echaría mi libro al fuego”. Porque no ser filósofo, para él, es eso: “Seguir creyendo que el mundo debe de ser como es, ir pensando lo mismo, en los mismos marcos conceptuales. (Para salir de ahí, hay que) arriesgar, decir tonterías, malinterpretar, mal leer, equivocarse, juguetear, bailar, equivocarse”.

Sus pensadores de cabecera son Giorgio Agamben, Don Delillo, Homero y, sí, también, el compositor mexicano Juan Gabriel. Quizá en algunos años, cansado México de tanto movimiento, mire hacia otro tiempo y encuentre en su cabecera el de Concheiro. El tiempo en que pensar en México era estar rodeado de muertos.

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