“L os embarazos de menores de 15 años son de alto riesgo. Es tu vida. Es tu futuro. Hazlo seguro”, se lee en una manta en la fachada principal de una clínica del Seguro Social. Cada año, en promedio, 400 mil adolescentes se convierten en madres en todo el país.

El gobierno ha comenzado una campaña de sensibilización para que los jóvenes acudan a las instancias de salud y soliciten un método anticonceptivo. Pero esto no es tan fácil como parece.

La entrada del IMSS está custodiada por un policía, quien vigila que el ritmo en la puerta no disminuya y que avancen de manera fluida. No puedes detener el paso o estropeas todo. Al parecer, cada persona que ingresa tiene claro su destino.

Cualquier clínica es imponente. El primer nivel te recibe con cientos de ventanillas frente a ti y decenas de pacientes esperando que alguien los llame.

Escaneas rápidamente a todos para ver quién lleva un gafete y de repente: ¡Bingo! Lo tienes frente a ti, pero ante la pregunta de dónde puedes conseguir condones sólo titubea y te manda al módulo de planeación familiar. Módulo no es sinónimo de consultorio, pero al parecer en el IMSS sí lo es.

El cuarto con la letra “F” es el indicado, pero las puertas cerradas no son sinónimo de bienvenida. Para conseguir atención es necesario tocar, sale la enfermera y pregunta: “¿Qué necesitas? ¿Vas a revisión o a pedir un método anticonceptivo?” La identificación es obligatoria. Carnet o credencial de elector, cualquiera de los dos, pero es indispensable un documento en el que estén tus datos.

La primera pregunta al entrar al consultorio es: “¿Ya sabes con qué método te quieres cuidar?” Al escuchar la respuesta negativa, la doctora toma un poco de aire y comienza a recitar una explicación de cada opción. Algunas se las sabe mejor que otras y cuando duda mejor lo lee de las cartulinas que están en las paredes.

Te decides por un método y sin esperarlo te da una hoja en la que tienes que poner tu nombre y firmar que estás eligiendo un anticonceptivo después de que te dieron toda la información. No sólo eso, también necesitan tu número de teléfono y dirección.

Al preguntar qué ocurre si una adolescente necesita alguno de las opciones, la doctora hace una pequeña mueca y contesta que son raros los casos, pero que siempre tienen que ir con alguien mayor de edad. “No es que les pidamos que vengan con su mamá, porque para uno como madre es difícil, pero una prima o amiga. Alguien tiene que firmar”, dice mientras llena una receta.

El papel todavía lo tienes que llevar a dos módulos más. Al final, sólo tuviste que preguntar a tres personas, esperar cerca de media hora, anotar tus datos y firmar una carta por unos parches anticonceptivos.

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