Es un apasionado del futbol soccer y su remuneración mensual le permite disfrutar en vivo la Champions, que se celebra en Europa, aunque esto signifique ver perder a su equipo: el Real Madrid. Es americanista hasta el tuétano.

Han pasado poco más de 30 años desde que Eduardo Gallástegui Armella, conocido como Gallo, fundó su bufete. Uno de sus principales clientes es Nextel, empresa a la cual asesora bajo un contrato de exclusividad, que le ha permitido expandir los tentáculos de su consultoría legal a otros sectores del derecho corporativo.

El despacho se asoció recientemente con la multinacional DLA Piper, lo que dará como resultado —según información institucional disponible— una asociación de más de 23 abogados, especialistas en sectores como telecomunicaciones, energía, inmobiliario, negocios, farmacéutica, banca y finanzas, entre otros.

El socio principal de Gallástegui es Gerardo Lozano Alarcón, hermano del presidente de la Comisión de Comunicaciones y Transportes del Senado, el panista Javier Lozano.

“Nosotros somos muy cuidadosos para evitar incurrir en un posible conflicto de interés”, acota. Pero luego admite que durante la discusión de la reciente reforma de telecomunicaciones, y a petición de sus clientes, esbozó ideas muy concretas para “enriquecer” la iniciativa sobre el tema.

Gallástegui abre las puertas de su oficina, ubicada en el segundo piso del edificio conocido como El Pantalón de Santa Fe, despacho del cual es dueño.

Entre los casos que ha defendido está el litigio de la compañía mexicana iFone en contra de Apple y las empresas de telefonía celular por utilizar en su publicidad la palabra iPhone, nombre del smarthphone de la transnacional, pero registrada en México antes que la compañía estadounidense. El litigio está en la etapa de recursos, que ha ganado en primera instancia Gallastegui & Lozano.

Como todos los abogados, evita hablar de cifras, pero dimensiona el costo por sus servicios: “Siempre se busca que nuestra intervención sea compensada con una justa contraprestación, en función del impacto que nuestras acciones representan para el propio cliente. La intervención del abogado a veces se traduce en la diferencia entre una realidad económica [para el cliente] u otra”.

La cartera de este despacho es otro dato confidencial. Gallo, como le dicen sus amigos, establece una fórmula para calcular el poder económico de sus clientes.

“Si midieras el número de clientes de la firma y la calidad de los clientes y sus asuntos a la luz del PIB, yo te diría que hay un impacto importante. Hemos representado a empresas rankeadas en un top ten en el área de telecomunicaciones, inmobiliaria, producción de bienes de consumo, de farmacéutica y ciencias de la salud, transportación marítima y aérea”, presume.

Para Gallástegui los clientes no son sólo eso, son socios. El objetivo de su despacho es “lograr que los proyectos de inversión” se hagan realidad y, en ese sentido, su especialidad es la consultoría legal sobre temas como la compra o venta de una empresa, la defensa del nombre de una marca o patente antes de llegar a un litigio.

“Nosotros vemos al cliente como un socio. Como alguien que nos invita a participar en un negocio ocupándonos de un aspecto de la actividad comercial. Cuando tú me preguntas: ‘Aquel cliente para el cual trabajaste, ¿le diste sólo un servicio?’ Te respondo que no. Yo me sumé en su propósito comercial; me sumé en su intención de negocios e hice mía su necesidad”, concluye.

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