La tarde del pasado 23 de marzo una niña de dos años fue encontrada en el interior de una maleta deportiva. La imagen era inenarrable, tenía fuertes golpes en el rostro y presentaba señales de abuso sexual. La calle Berlín, en la colonia Juárez, un barrio de clase media en la ciudad de México, fue el destino final de la pequeña.

Al día siguiente, la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) publicó un retrato hablado de la menor, solicitando información que “ayudara a la identificación de la niña”, nadie llamó.

Vecinos y activistas repartieron volantes en la zona. La fachada de un edificio abandonado fue usada para montar un pequeño altar en su honor exigiendo justicia. Cinco meses después, todo ha desaparecido. Las fotos y veladoras se han ido. Los habitantes de la zona poco recuerdan. Nadie sabe exactamente dónde estaba la maleta y menos si hubo algún detenido.

El homicidio de la pequeña quedó en el olvido. Hasta la fecha no se conoce su nombre y su cuerpo continúa en los refrigeradores del Instituto de Ciencias Forenses (Incifo) de la capital, esperando que alguien la reconozca.

Así como este caso, del que sólo se sabe que vestía dos playeras, una blanca con rosa y puntos rojos y otra amarilla, y un pantalón del mismo color, más de dos mil personas han muerto en la ciudad de México, de 2010 a enero de 2015, sin ser identificadas. Son los muertos sin nombre, sin familia, a los que pareciera que nadie les llora.

El registro es variado

Hombre. 35 años. Homicidio. Localizado en la delegación Álvaro Obregón. Destino: Panteón Dolores. Mujer. 26 años. Atropellamiento. Localizada en la delegación Cuauhtémoc. El vehículo se dio a la fuga. Destino: Universidad Autónoma de México.

Sin sexo. Menos de 24 semanas de gestación. Muerte neonatal. Localizado en la delegación Miguel Hidalgo. Destino: Panteón Dolores

Y así, sucesivamente, avanza la lista. Cada año, entre 2010 y enero 2015, cerca de 400 cadáveres, en promedio, fueron registrados como “Personas Desconocidas” por el Incifo. Sus historias de vida quedaron reducidas en unas cuantas líneas que integran los registros del Instituto.

Repartición de cuerpos

En una ciudad con dos mil 105 muertos anónimos, registrados en los últimos cinco años, siempre habrá un nuevo cuerpo que reconocer. Los hombres de bata blanca que laboran en el Incifo realizan un arduo trabajo para intentar obtener todos los detalles de “los olvidados”, como algunas personas los llaman. Edgar Elías Azar, presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal (TSJDF) comenta que, por ley, el Incifo debe resguardar los cuerpos 72 horas antes de mandarlos a la fosa común. Sin embargo, asegura que ese plazo no se respeta.

“La ley nos da un plazo que la verdad no respetamos, el Instituto de Ciencias Forenses (Incifo, antes Semefo), tiene 72 horas para mandarlo a la fosa común, pero nunca los mandamos en ese tiempo. Hemos resguardado cadáveres por más de 18 o 20 meses o fragmentos humanos que tenemos dos o tres años guardados, esperando que alguna vez puedan ser identificados”, reveló el magistrado.

Después de uno a tres meses, los cuerpos son repartidos en diferentes lugares. Algunos son llevados a la fosa común, ubicada en el Panteón Dolores, otros a la Escuela Médico Militar y los demás se dividen en las facultades de medicina de diferentes universidades con las que el Incifo tiene convenio, entre ellas la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Instituto Politécnico Nacional (IPN), la Universidad Westhill y la Universidad Anáhuac, entre otras.

Como lo menciona el magistrado Elías Azar, en algunos casos las reglas no aplican y los cuerpos no salen del Incifo. Un ejemplo es el de la menor de dos años, encontrada en la colonia Juárez, que lleva casi seis meses en una de las gavetas del Instituto y asegura no se enviará a la fosa común, hasta que se encuentre al culpable.

De estos cuerpos, 50% que no han sido identificados desde 2010 no tuvieron como primer destino el cementerio. Mil 81 de los “no reconocidos” se fueron a los distintos centros educativos. La UNAM es donde más llegan. Casi 800 cadáveres fueron usados para prácticas médicas de la institución.

En el quinto piso de la Facultad de Medicina ubicada en Ciudad Universitaria, jóvenes vestidos con bata blanca caminan a uno de sus salones de disección. En la entrada son recibidos por un cadáver que muestra las distintas fases de la piel hasta llegar a los huesos; en estos pasillos hay una galería de las partes del cuerpo. Pulmones, corazones, cráneos, cerebros y hasta fetos de unos siameses se encuentran en el Departamento de Anatomía.

En entrevista con EL UNIVERSAL, el doctor Sebastián Manuel Arteaga Martínez, jefe del Departamento de Anatomía, comenta que 95% de los cadáveres que ingresan a la Facultad, llegan del Incifo. “Nos llegan los cuerpos que no hayan sido reclamados por sus familiares y que reúnan ciertas características, que no estén en proceso de investigación por homicidio o delincuencia organizada”, dice Arteaga.

Tampoco reciben casos en los que se sospeche que la persona tenía alguna enfermedad infectocontagiosa grave, porque esto pondría en riesgo la salud del personal y de los alumnos.

En la UNAM, los cuerpos se quedan en refrigeración por 10 días. Después se les somete a un tratamiento de conservación con base en diferentes soluciones, para evitar el proceso de putrefacción. Personas que no cuentan con nombre ni apellido ayudan a los futuros médicos a aprender anatomía.

El préstamo tiene una fecha límite. No se pueden quedar con ningún cadáver más de 11 meses. Al finalizar este tiempo los tienen que llevar al lugar del olvido: la fosa común.

Destino final

El Panteón Civil de Dolores, ubicado entre la sección dos y tres del Bosque de Chapultepec, es uno de los más importantes del país. Ahí se observan tumbas que yacen desde hace más de un siglo. Entre más te adentras, la vista agradable se va difuminando, se ven tumbas con el pasto sin cortar o cajones vacíos que fueron abandonados cuando realizaron una exhumación.

En sus 240 hectáreas hay una dualidad permanente que separa a los muertos. Ahí se encuentran inhumados los restos de gente ilustre como Diego Rivera, Agustín Lara y Dolores del Río. Incluso, hay lotes destinados a personas de Italia, Francia y España. Las visitas de turistas a esa área son constantes. Pero al fondo, en donde la mayoría de la gente ya no llega, están los restos de siete mil personas de las que no se sabe nada.

Este cementerio del Distrito Federal es el único que cuenta con una fosa común. Este espacio tiene una superficie de ocho mil metros cuadrados y en él existen 300 fosas, que dependiendo la profundidad y el tipo de terreno, pueden ser de cuatro a cinco metros con tres metros de ancho y tres metros de largo, cada una. Cada mes ingresan de 60 a 80 nuevos “no reconocidos”.

El director de Políticas de Gobierno de la delegación Miguel Hidalgo indicó a EL UNIVERSAL que cada fosa tiene capacidad para sepultar aproximadamente de 90 a 100 cadáveres, provenientes del Instituto de Ciencias Forenses, de la Universidad Nacional Autónoma de México y del Ejército.

El año pasado, este camposanto recibió al número más alto de cadáveres sin nombre. Un total de 295 cuerpos fueron enterrados con sólo una placa en el dedo gordo del pie que los identifica con un número de expediente. Si un día alguien los busca, esa ficha será la única forma de reconocerlos.

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