Una de mis narraciones predilectas de Borges es El Otro, incluido en El libro de arena. En la trama, Borges narra a su alter ego joven algunos rasgos sobre su futuro. No lo hace con el tono dramático de un profeta. Es verdad que imprime a sus palabras la insistencia con la que cualquiera revelaría un vaticinio, pero también asume la misma resignación de quien sabe perdida la batalla frente a la incredulidad: Aconsejar o discutir era inútil, porque su inevitable destino era ser el que soy .

Casi siempre la asimilación de una historia se da en el plano personal: suplantamos al protagonista y proyectamos nuestra propia vida en los roles que éste desempeña. Pero en este caso, asocié las claves de la narración con lo que, según veo, son las lecciones que dejan los acontecimientos recientes en México.

Ha transcurrido poco más de un mes desde que los fenómenos sísmicos sopesaron nuestra fortaleza cultural e institucional, exhibiendo a su paso el costo de la displicencia, la corrupción y, en última instancia, de la secular idolatría hacia el Estado. Detrás de las ruinas, no obstante, pervive una historia de vaticinios contemporáneos –suplántelo por advertencias, si “vaticinio” le resulta chamanista-, que aun cuando no proyecten el halo místico de una narración borgesiana, nos alertaron tempranamente sobre la urgencia de adoptar mejores prácticas.

Por ejemplo, la ya distante Norma Sísmica, producto del temblor de 1957, señaló las características del subsuelo en las tres zonas que conforman la Ciudad de México. A partir de aquellos estudios fue posible establecer protocolos de construcción, que en los años recientes, por una suerte de conveniencia e ineptitud, fueron ignorados por políticos y constructoras ligadas al poder.

Asimismo, no pocos informes alertaron sobre el acelerado endeudamiento asumido por prácticamente todas las entidades federativas. Pero, como sucede siempre, cuando se trata de emplear recursos públicos, el único límite es el cielo. Lo cierto es que hoy, ceteris paribus , Ciudad de México, Puebla, Morelos, Oaxaca y Chiapas carecen de capacidad financiera para afrontar los estropicios causados por los dos temblores. Un informe que entregó al Senado la Secretaría de Hacienda revela que estas entidades tienen comprometidos entre el 58 y el 100% de los ingresos federales para el pago de sus respectivas deudas.

Hoy las opiniones apuntan a enjuiciar el “boom” inmobiliario en la Ciudad de México; salen a la luz acuerdos en prevaricato, que vinculan a empresas constructoras con personajes que ostentaron cargos públicos dentro del Gobierno de la Ciudad de México. Desde 2014, sin embargo, el Índice de Confianza del Constructor, desarrollado por Bimsa Reports, alertó sobre el predominio de prácticas discrecionales en la asignación de contratos de construcción, en desmedro de la observancia de protocolos y criterios técnicos. En este sentido, 70% de empresarios constructores reconoció haber tenido que aumentar el precio final por causa de pagos indebidos.

Sólo la necedad ignoraría a una sociedad ávida de respuestas. Pero la alternativa ofrecida por opinólogos y analistas no se mueve un ápice del guion políticamente correcto: debemos fortalecer las instituciones políticas, avanzar en la transparencia y la rendición de cuentas, aprovechar las alternativas que ofrece el Open Government para eficientar la acción del gobierno mediante la participación ciudadana. En suma, no debemos reducir las atribuciones del Estado, sino vigilarlo y darle una mano; es el mal necesario que debemos conservar si queremos coordinar los esfuerzos individuales y garantizar la justicia social.

Entonces, pienso en Borges: América, trabada por la superstición de la democracia, no se resuelve a ser un imperio . Y veo que una paráfrasis basta para apropiarnos de esta sentencia. México, trabado por la superstición de la justicia social, no se resuelve a ser un país desarrollado.

Pues, como un sendero que se abre en dirección opuesta a la narrativa pro Estado, la solución que espera la sociedad fue formulada por ella misma, tanto en el 85 como en 2017. Tal vez el significado de los hechos pasó inadvertido, pero en el momento más álgido prescindimos de un ente coactivo para afrontar la crisis; las labores de auxilio, los donativos, la colecta de víveres, el silencio solidario coordinado por puños al aire, fueron actos espontáneos surgidos al percatarnos de la emergencia.

El rostro de la justicia social, en cambio, se mostró en Oaxaca, en Morelos, en algunas delegaciones de la Ciudad de México: víveres hurtados por la propia autoridad para llenar los graneros de cara al 2018. Así también, como reconoce la organización Artículo 19, en medio de la tragedia, la publicidad del gobierno federal, lejos de informar sobre desaparecidos, hospitalizados y edificios afectados, centro sus esfuerzos en promover a las instituciones públicas.

Existen motivos razonables, no para negar la existencia del Estado, tampoco para desestimar la rendición de cuentas, sino para señalar que este Estado pletórico de poder necesita que lo vigilen tanto como nos urge limitar sus atribuciones.

La abultada burocracia y la excesiva legislación en la Ciudad de México han creado incentivos para corromper todos los espacios de la vida pública, un muladar traducido ahora en tragedia. ¿Resulta tan descabellado pensar, por ejemplo, en un esquema de construcción y compraventa en el que participen únicamente las partes interesadas, y cuyo arbitraje se realice por empresas que hayan obtenido certificación internacional?

Si existió tal grado de cooperación ante una tragedia, ¿acaso es incoherente pensar que la forma más efectiva de hacer transferencias asistenciales sería evitando la triangulación mediante Sedesol, que en última instancia factura más en “gastos de operación” que lo que entrega efectivamente a sus beneficiarios?

Es verdad, la política nos ofrece una certeza –feliz ilusión- que no hallamos en el “neoliberalismo”: derechos sociales, gratuidad de servicios, control de precios, etc. Por ello nuestro principal obstáculo somos nosotros y nuestras creencias. Aunque, tarde o temprano, sucede algo, una catástrofe, y alguien termina pagando el precio de la fe estatista.

Desafortunadamente, no siempre después de un hecho extraordinario se llega a las conclusiones correctas. Salvo en las severas páginas de la Historia , continúa Borges, los hechos memorables prescinden de frases memorables . ¿Habremos aprendido nosotros la lección?

OFFSIDE:

Nos gusta seguir creyendo en lo que hemos llegado a aceptar como exacto, y el resentimiento que se despierta cuando alguien expresa duda acerca de cualquiera de nuestras presunciones nos lleva a buscar toda suerte de excusas para aferrarnos a ellas. El resultado es que la mayor parte de lo que llamamos razonamiento consiste en encontrar argumentos para seguir creyendo lo que ya creemos

. James Harvey Robinson

Twitter: @milherP  

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